Él espera en el pasillo y la oye respirar al otro lado de la puerta, muerta de miedo. Disfruta de esa sensación. Tras la firma de los papeles del divorcio, es el último resquicio de poder que le queda. Presionar así, en silencio. Su sombra en la imaginación de ella. Su presencia invisible tras la puerta. Piensa en cómo ha conseguido que ella no sea capaz de imaginar su vida de otra manera. Y suspira. Nunca quiso llegar a esto. Pero al menos todavía es capaz de provocarle algún sentimiento. Que sea miedo, en lugar de deseo o amor, quizá sea lo de menos.
Esta es una novela que exige mucho al lector. Si uno no presta atención, si uno no está dispuesto a empujar la puerta y entrar en la historia con todas las consecuencias, es muy fácil quedarse fuera. La autora propone una conversación con el lector en la que predomina el silencio. Todo lo que no se dice, aquí, es fundamental para entender la profundidad. Y las palabras, al final, son sólo el andamiaje sobre el que se sostiene todo lo demás, como las notas en una canción minimalista, como los tres trazos sueltos de carboncillo que convierten una hoja en blanco en la belleza de un grito.
Me ha gustado cómo Edurne Portela describe la violencia psicológica. Esa grieta en la quilla del barco que al principio nadie nota y que poco a poco va empapando la relación de angustia, inseguridad, miedo y asfixia hasta que no queda ya nada del esplendor de los comienzos. Me han gustado la descripción de los síntomas desde distintos puntos de vista, las historias secundarias que desvían la atención a otros dramas paralelos, como instrumentos invitados infiltrados en la orquesta. Y me ha conmovido esa indefensión de las víctimas cuando no son capaces de anticipar las maneras que tienen sus maltratadores (a los que a menudo siguen queriendo, en los que siguen confiando) de hacerles daño.
Edurne Portela nos enseña a pensar sobre la violencia y sus víctimas. Su anterior novela, Mejor la ausencia, me deslumbró y me sigue pareciendo una obra de arte literaria contundente y delicadísima. Con Formas de estar lejos rellena, de alguna manera, un vacío que dejó con la anterior. Y profundiza en la aterradora normalidad con la que tantas veces aceptamos la violencia como forma de relacionarnos con la gente que amamos.
¿Y qué hacer cuando ya no queda nada, cuando la grieta en la quilla ha dejado pasar dentro todo el océano y ya sólo queda nadar cada uno por su cuenta a la intemperie para salvarse? ¿Qué hacer con toda la vida rota? ¿Olvidarla? ¿Enterrarla?
La protagonista de esta novela decide tratar de conservarla: "Me llevo mis ruinas conmigo, las respetaré y las interpretaré, haré de ellas un lugar hospitalario y atenderé a los mensajes que me comuniquen sus fantasmas. Y tal vez, quizá, llegará el día en el que sobre ellas construya mi nueva ciudad".
Me lo apunto en mi lista de libros para leer en verano. Gracias por compartir todos esos libros. Un saludo.
ResponderEliminarTe gustará, Edurne Portela es maravillosa.
EliminarGracias a ti por leernos.