La escritura sencilla y elegante de Cristina Cerezales nos regala un relato que, siendo para todos, yo recomendaría especialmente a los adolescentes porque es un canto a la amistad entre dos muchachos que representan dos culturas cercanas pero distintas, la árabe y la española, en ciudades como Tánger, Madrid y la costa gaditana, en Zahara de los Atunes.
Ulises vive en Madrid con unos padres en conflicto, estresados y en búsqueda continua de soluciones que les cuesta encontrar. Mientras tanto, él conecta perfectamente por teléfono con Dorotea, su madrina, una mujer de sesenta años que vive en la playa de Zahara recuperándose de un cáncer de mama y ofreciendo su solidaridad de doctora y matrona en situaciones de lo más dispares. Una de las pateras que llega a la costa trae a Yacir con su madre Melika, que son acogidos por Dorotea en su casa, adonde llega Ulises para pasar unas vacaciones.
La adolescencia de ambos muchachos al principio los aleja pero pronto encuentran puntos de acuerdo a pesar de las diferencias culturales que los separan y viven experiencias extraordinarias. Tienen la oportunidad de conocer los problemas sociales a los que la costa gaditana se ha enfrentado en los últimos años, desde que se acabó el negocio de la construcción y también en buena medida el de la pesca. La gente tiene que comer y es una de las razones que empujan al trapicheo de alijos de droga que también llega por el mar.
La interesante historia de la familia de Dorotea en tiempos distantes y distintos y el amigo de su infancia Yamal, con sus vivencias en el desierto y su encuentro después de tantos años, son elementos que añaden interés a este relato que se lee de un tirón.
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