Pongo la portada original porque la española es infame (sorry Seix Barral) |
Y ella siempre le ha hecho caso.
Siempre se ha quedado en la sombra, asintiendo cuando debía, intuyendo las palabras que tenía que decir para no añadir ninguna llama más al incendio de su violencia. Dándole la razón. Acariciando en el sentido impredecible de su paranoia. Y siempre le resulta difícil explicarse el terror cuando no ha llegado aún la violencia física. Cuando todo es cuestión de matices. Tonos de voz. Una suposición infundada que se convierte en acusación que se convierte en ira que se convierte en dolor. La espiral enloquecida de la perversión del lenguaje. Una marca blanca que siempre aparece en su labio inferior mordido. Unos ojos grises que, al oscurecerse, hacen que el mundo se detenga.
Con su obediencia, con su mansedumbre aterrada, ella le da la razón, y a veces, hasta consigue calmarle.
Pero no siempre.
Y cuando llega el golpe, el golpe físico de verdad, ha habido tantos golpes previos, intangibles, que ni siquiera tiene ya verdadera importancia. Duele, sí, humilla, rompe cosas por dentro. Y es increíble que aún queden cosas por romper. Un desgarrón en su camisa, un puñetazo, un moratón. Pero el terror ya estaba inoculado, corriendo desbocado por sus venas, arrebatando al dolor físico su sorpresa y dejándola incluso sin el consuelo de la indignación.
Ella, y antes de ella, su madre. Y sus hermanos. Y después, su próxima mujer. Con sus próximos hijos. Que también acabarán huyendo. Y después la siguiente.
Hasta que un día, ella dice basta. No puede seguir aceptando que quiere a alguien que la maltrata. Es demasiado humillante. Son las 15:51 del 2 de enero. Ha tomado una decisión. Ha llegado el momento. El momento de dejar de fantasear con su muerte. El momento de planearla.
Carina Bergfeld |
Matar a papá es una novela negra fría y rabiosa. Atrevida, diferente. Es una historia de venganza. De ajuste de cuentas. Todos sabemos, o intuimos con nuestra moral aproximada, que tomarse la justicia por su mano y matar a alguien no está bien. Nos decimos que para eso están los policías y la justicia y las cárceles. Para eso existe lo que llamamos, tratando de no parecer irónicos, estado de derecho. Secuestrar a alguien está mal. Aunque haya hecho muchas maldades, incluso aunque haya estado a punto de matar a muchas personas y haya destrozado la autoestima de sus familias a base de violencia. Matar a alguien está muy mal, aunque sea a un hombre malo a quien nadie nunca ha puesto una denuncia por puro terror a las consecuencias, terror a que terminara cumpliendo esas amenazas de muerte que repartía a diestro y siniestro, unas veces histérico, otras calmado, para doblegar cualquier queja. Matar por venganza, definitivamente, no es una opción. Pero seguimos leyendo. Y la historia nos atrapa, nos seduce, nos intriga demasiado. Y cuando queremos darnos cuenta y enarbolar de nuevo aquellos principios morales aproximados, una vocecita interior, quizá un poco incómoda pero arrolladora, no deja de preguntar: ¿y cómo lo va a hacer para que no la pillen? Porque lo va a hacer, ¿verdad? Venga, dime que lo va a hacer. Dime que lo va a hacer.
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