Hace más de veinte años que leí el primer libro que publicó Landero, Juegos de la edad tardía, y tras el deslumbramiento que me produjo, siempre espero con expectación y curiosidad sus siguientes libros.
El balcón en invierno es un relato intimista, con un lenguaje delicado, en el que el autor recuerda su infancia a través de los olores, sabores, colores y costumbres en un pequeño pueblo rural de Extremadura. En 18 capítulos, saltando de forma aleatoria en tiempos y lugares, crea un inventario del desván de su memoria que inicia en la época de los años treinta del siglo XX. Su objetivo es que no se pierda del todo y las generaciones actuales tan lejanas, aunque no en el tiempo, puedan captar los destellos, los ecos de las vidas de nuestros cercanos antepasados.
Historias, curiosidades y anécdotas en un Madrid al que llegó con sus padres en los años 60, desde los sentimientos nos cuenta cómo se vivía y se soñaba en una adolescencia marcada por un padre maltratador. En aquella época era casi la norma, en su casa sólo se reía o cantaba cuando él no estaba, y por mal estudiante le sacó del colegio y a los 14 años le puso a trabajar en las más variadas ocupaciones. Nos recuerda momentos de nuestra propia vida a la mayoría de los que hemos cumplido ya los 60 años.
Su etapa de juventud, en la que se dedicó profesionalmente a la guitarra, nos depara momentos tan divertidos como el que sucede en Moscú, donde tiene la oportunidad de bailar con Sofía Loren, y unos inicios en la literatura tan poco ortodoxos. Su casa era una casa sin libros y unos padres que en ningún momento alentaron la lectura y mucho menos la escritura.
Uno de los primeros trabajos que realizó fue en una tienda de ultramarinos del barrio de Salamanca en Madrid, barrio de ricos y tienda de súper lujo, donde en los años 60 había cosas que jamás había visto ni imaginado: cortes de rosbif, chuletas de Sajonia, jamón de Parma y de Virginia, asado de gallo relleno de bogavante, pavo con melocotones, con pistachos, con arándanos, con bayas de mirto, con trufas, con ciruelas y piñones, con setas, salchichas de Lyon, de Bolonia, hígado con hierbas, hojaldres de langosta, de berberechos, de pulpo, de aguacate con gambas, de sesos de liebre, de mollejas de alondra, de sardinas con salsa de ostras, vinagre de violetas, de frambuesa o de menta, castañas en almíbar de tomillo, sopa de galápago con huevos de codorniz, perdices con chocolate..., y claro le despidieron por llevarse cosas para que su familia las viera.
¡Bienvenido de nuevo Luis Landero a nuestra literatura!
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