El pasado no existe. No es comprobable científicamente, no se puede demostrar. Conocemos los hechos del pasado a través de versiones interesadas, manipuladas o inventadas. Los historiadores no estudian el pasado, porque el pasado como tal no existe ni es posible experimentarlo directamente, lo más que pueden aspirar es a estudiar los vestigios del pasado. Y los vestigios siempre son insuficientes.
Este libro ha revolucionado toda mi forma de entender la historia y de leer los ensayos históricos. A partir de ahora, cuando haga la típica distinción entre ensayo histórico y novela histórica, diré: qué prefieren, ¿un libro de historia muy novelado o sólo un poco novelado? Porque el rigor documental y la veracidad histórica son poco menos que quimeras, interpretaciones de los hechos que se basan a su vez en interpretaciones de interpretaciones.
Por ejemplo, ¿cómo podemos estar seguros de que la batalla de Covadonga tuvo lugar en Covadonga? ¿O de que siquiera hubiera tal batalla? ¿O de que incluso se produjera una invasión musulmana en el año 711, como repiten todos los manuales de historia desde hace siglos en España? Este detalle tan trascendente para la historia europea no aparece en ningún documento que se haya conservado de la misma época, ni siquiera del mismo siglo. Hasta más de cien años después no se empieza a nombrar dicha invasión, y habrá que esperar varios siglos más para fijar sus detalles más importantes. Por supuesto, sabemos con seguridad que a finales del siglo VII la península estaba dominada por un reino visigodo y que aproximadamente un siglo más tarde se había transformado en un estado musulmán. Sin embargo, no tenemos ninguna certeza acerca de cómo se llegó de una situación a la otra. Pero esa laguna era inaceptable para los reinos cristianos del siglo X. Necesitaban un pasado glorioso sobre el que fundamentar su identidad. Y como no recordaban los detalles o estos eran poco heroicos para glorificar sus orígenes, se lo inventaron.
Algo parecido sucede con el famoso asedio romano de la ciudad de Numancia y el suicidio masivo de su población que prefiere la muerte antes que rendirse al yugo del invasor. No existe ninguna evidencia arqueológica de ningún asedio ni de ningún suicidio colectivo en los estratos del yacimiento de Numancia. Y el historiador romano Polibio, la fuente sobre la que se ha construido el mito, ni siquiera estuvo allí. En realidad, independientemente de lo que ocurriera, lo más interesante es contrastar otros asedios y otros suicidios colectivos en la historia romana ocurridos en Hispania (Sagunto, Medulio en Gallaecia, Estepona, Contrebia) y fuera de la península (Masada, en Palestina, Thala en el norte de África). Todos cortados por el mismo patrón. ¿Cómo se explica? Por las fuentes. Quienes nos cuentan estas historias son historiadores romanos entre el siglo I a. C. y el II d. C. que se leen entre ellos. Y nos muestran, a través de lo que muy probablemente nunca sucedió, cómo se veían a sí mismos y a los demás. Por una parte, los escritores romanos quieren dejar claro que los enemigos de Roma son formidables, de modo que las victorias sobre ellos son aún más valiosas; por otra, informan a sus lectores de que el valor de los bárbaros es irracional y desordenado, digno de admiración pero tranquilizadoramente suicida. Eso es todo.
Miguel-Anxo Murado |
Los historiadores son escritores. Relatan la historia desde un punto de vista literario, utilizando recursos que puedan encajar con sus propios prejuicios y expectativas y con los prejuicios y expectativas de su público. Relatar la historia es transformarla en algo previsible, introducir la interpretación de los hechos en unos moldes preestablecidos que la hagan comprensible. Pero la historia nunca es previsible, nunca sigue un patrón lógico. La lógica se la damos a posteriori para poder comprenderla mejor. Un ejemplo muy claro es la idea de la reconquista. Hoy en día estudiamos que fue un proceso que duró ocho siglos. Ocho siglos. Ningún proceso puede tener una lógica histórica de esa magnitud. Y huelga decir que la palabra reconquista no se utilizó nunca en su período, fue una denominación posterior para agrupar la evolución política de la geografía de la península en un relato comprensible.
Por eso algunos errores del pasado nos parecen tan tontos, tan evitables. ¿Cómo no se dieron cuenta? ¿Cómo no aprendió Hitler de Napoléon en su campaña rusa? La historia, contrariamente a lo que se dice habitualmente, no nos enseña gran cosa. Pensar que siempre se repite, que todos vivimos en ciclos permanentes es una ingenuidad parecida a creer en la veracidad de la batalla de Covadonga o en el valor suicida de los numantinos. Los hombres que nos transmiten la historia basan sus relatos en el escepticismo y en la imaginación. Algo parecido pasa con la historia privada de las personas. Todos nos pasamos la vida modificando de manera más o menos inconsciente nuestros recuerdos para que se adapten a nuestras necesidades psicológicas, a la imagen que tenemos de nosotros mismos y de los demás. El escritor Sergio del Molino hizo un comentario que me encanta sobre esta cuestión: cuando las cosas van bien, los matrimonios cuentan la misma versión de las cosas que les pasan. Cuando van mal, cada uno cuenta una historia distinta basada en los mismos hechos. Al final, la historia es una forma erudita y colectiva de la actividad diaria de manipular recuerdos.
Los historiadores son escritores de relatos más o menos ficticios, y además, utilizan la versión de la historia que cuentan para tratar de imponer su ideología. La historia es un combate entre narrativas en conflicto en el que gana la que cuenta con más poder para imponerse. Sirvan como ejemplos el ensalzamiento de la grandiosa arquitectura visigoda (inexistente) por parte de los arqueólogos franquistas para mayor gloria de España o bien la publicación del gigantesco Diccionario Biográfico de la Real Academia de la Historia, subvencionado con fondos públicos, cuya publicación en 2011 desató un escándalo internacional, tanto por la pésima calidad de muchas de las voces como por su intento evidente de reescribir la historia de España reivindicando y normalizando en lo posible el franquismo.
Este libro no pretende negar los hechos históricos sino demostrar que, en realidad, la inmensa mayoría son indemostrables y que lo que consideramos generalmente como verdades históricas son puras invenciones.
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