Me gustan los libros que se me agarran a los dedos. La mayoría no hace eso. La mayoría se deja tocar, abrir, explorar con parsimonia y quizá hasta acariciar de vez en cuando. Pasivamente. La mayoría son acompañantes sin exigencias y complacientes. Pero hay algunos que me quieren para ellos solitos, aquí y ahora. Son libros furiosos, incendiarios, apasionadamente extremos, libros que no se despegan de mi emoción aunque los meta en una caja fuerte y olvide la combinación, me persiguen, se cuelan en mis escalofríos y en mis mejores sonrisas y sus palabras no paran de cambiar volublemente la gramática de mis impulsos. Son libros que se extienden por el vacío de las tardes de verano llenando todo el espacio de ternura, asombro, tristeza, rabia, erotismo, euforia, exaltación, llenando las horas de todo eso que uno no puede de ninguna forma guardarse para sí mismo, libros que leo al borde de mi taburete siempre a punto de desbordarme, tomando notas, sacando una foto tras otra para mandarle a alguien un párrafo concreto que lleva su nombre, libros osados y jubilosos como esos secretos tan bonitos que nos morimos de ganas de contar a todo el mundo y de escribir con letras gigantes de colores en pancartas y colgarlas de la ventana.
Me gustan esos libros. Son una especie aparte, hay pocos, muy pocos así. Y quizá sea lo mejor, porque ocupan tanto espacio en mi interior que si fueran multitud terminarían por desalojarme de mí mismo.
Este libro es uno de ellos.
Elvira ha sabido dar nombre y profundidad a todos esos sentimientos que nos inundan cuando nos enamoramos, el deseo, la pasión, el erotismo, el AMOR, la sexualidad... Una belleza y una emoción que llega hasta lo más profundo. ¡Enhorabuena Elvira!
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