El subtítulo de este libro dice: "De cómo un manuscrito olvidado contribuyó a crear el mundo moderno". Cómo mínimo, es intrigante. Y extremadamente ambicioso, también. Crear el mundo moderno. La expectación es máxima.
El manuscrito olvidado es De rerum natura, una gigantesca obra filosófica en verso escrita por el poeta Lucrecio hacia el año 60 a. C. y que se creía perdida, hasta que en 1417 un humanista italiano encontró una copia en un monasterio alemán. Es de suponer que el monje que la copió, allá por el siglo X, no tenía ni idea de lo que estaba copiando. Y esa ignorancia y ausencia de curiosidad, impuesta bajo amenazas por todas las órdenes religiosas medievales, fue en realidad una suerte que permitió que esta obra, y tantas otras, nos llegara sin alteraciones. Este humanista italiano, Poggio Bracciolini, que llegaría a ser secretario de varios Papas, sentía una verdadera pasión por la cultura clásica. Durante años estuvo recorriendo el norte de Italia, Suiza y el sur de Alemania en busca de manuscritos perdidos en las bibliotecas de los monasterios. Para él, recuperar las huellas perdidas del mundo antiguo era la finalidad más elevada de su vida. Aunque, probablemente, no era muy consciente de lo que estaba desencadenando al rescatar el libro de Lucrecio.
No se sabe casi nada de Lucrecio. Vivió en la primera mitad del siglo I a. C. y su poema De rerum natura fue elogiado y editado por Cicerón. Heredero de Epicuro, defiende una filosofía de la búsqueda responsable del placer, una visión jovial de la vida que niega la inmortalidad del alma, cualquier tipo de providencia que prometa una vida mejor después de la muerte, y cuyo propósito principal es un intento de liberar a los hombres del miedo a los dioses y a la muerte. Creer solamente en lo que percibimos a través de los sentidos, evitar el dolor y abrazar el placer.
Ideas ciertamente peligrosas en 1417. El cristianismo es la filosofía del dolor, del pecado original de Adán por el que todos los hombres merecemos ser castigados, es la filosofía del destino, de lo sobrenatural, de la ignorancia como humildad, de las llamas del infierno, del pecado como jaula, del embrutecimiento como humillación. Y ya desde el siglo IV, cuando se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, el cristianismo dirigió la furia de su dios colérico hacia todas las concepciones del mundo heredadas de la cultura griega. Y en especial, hacia la filosofía epicúrea y todos sus exponentes, difundiendo una campaña de difamación en la que tanto Epicuro como Lucrecio se convirtieron en seres desequilibrados, excéntricos, lujuriosos, desenfrenados y suicidas. En apenas un siglo desaparecieron las bibliotecas, se dejaron de copiar libros, se sofocó, desterró o asesinó cualquier desafío a la ignorancia (la muerte de Hipatia en 416 es un buen ejemplo) y se podría decir que el integrismo cristiano fue más letal para la cultura clásica que las invasiones germánicas. Sin embargo, en las oscuras bibliotecas de los monasterios, se siguieron guardando y reproduciendo durante siglos copias de obras latinas y griegas, y de una forma milagrosa, parte de toda esa cultura consiguió sobrevivir a un periodo de hibernación de más de mil años hasta que unos hombres ávidos de conocimiento como Poggio Bracciolini empezaron a despertarla de su letargo y darle una nueva vida.
Lucrecio |
A pesar del tiempo transcurrido, la obra de Lucrecio seguía siendo inaceptable para la moralidad cristiana del Renacimiento (de hecho siguió escandalizando y considerándose peligrosa hasta las filosofías ateas de los enciclopedistas franceses del siglo XVIII). Pero se aceptaba por su indudable cualidad artística. No era sólo filosofía, era una de las mejores y más extensas obras poéticas rescatadas del mundo clásico. Con la llegada de la imprenta, empezó a divulgarse de una forma más extensa y el autor de este libro dedica los dos últimos capítulos a la influencia que tuvo De rerum natura en diversos autores del Renacimiento. Por ejemplo, en la Utopía de Tomás Moro, donde se convierte la búsqueda de la felicidad en un objetivo colectivo (aunque aceptar la mortalidad del alma siga siendo penado con la muerte), en la concepción de un mundo infinito con múltiples sistemas solares de Giordano Bruno, en los Ensayos de Montaigne, donde se encuentran más de cien citas casi directas de Lucrecio o en la ausencia de vida más allá de la muerte en Romeo y Julieta de Shakespeare.
El giro me parece un libro sorprendente y original. Es una crítica feroz del cristianismo como doctrina represora y destructiva a lo largo de los siglos y es un elogio de la curiosidad y el afán de conocimiento que impulsó a hombres como Poggio a salvar toda una cultura del olvido. De rerum natura podría haber seguido durmiendo varios siglos más pero gracias a él tuvo la oportunidad de influir decisivamente en la formación del pensamiento moderno. Si, como defiende Lucrecio, el fin supremo de la vida es el placer, dediquémonos a ello en cuerpo y alma, por ejemplo, leyendo libros como éste.
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