La primera impresión al hojear este librito de 128 páginas (en edición bilingüe, por cierto) es que lo que dice es muy evidente, muy obvio. Para los que hemos nacido en una democracia, nos parece impensable cualquier otra forma de gobierno. Nos parece de manual de Historia, de algo de otra época. Cicerón vivió en el siglo I a. C. y fue testigo de la degradación de los valores democráticos de la República Romana. De hecho, murió asesinado por orden de Marco Antonio en uno de los crímenes políticos más trascendentes de esos años. A partir de entonces, cuestionar la tiranía mediante la palabra iba a convertirse en una actividad de alto riesgo.

Si la primera impresión que produce este libro es la obviedad, la segunda es la perplejidad por su modernidad. Ningún político de este país está a la altura de las exigencias de integridad de Cicerón. Éste le sacaría los colores a cualquiera de ellos en un debate en el Congreso. Me atrevería a decir que le dejaría mudo, acomplejado y con ganas de meterse debajo de la cama una temporadita. Y también me parece preocupante que este libro parezca tan obvio. La corrupción, la cobardía y la ambición criminal de una clase política pueden liquidar una democracia de muchas maneras. Para conjurar ese peligro y mantener el estado de alerta, propongo que leamos un poquito a Cicerón, así, como en este libro, a cucharaditas dirigidas. Quién sabe qué diecisiete siglos nos esperan.
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