jueves, 20 de noviembre de 2025

LAURENCIA

Recuerdo salir del teatro con un velo de emoción en la garganta. ¿Qué os ha parecido?, nos preguntábamos los tres, y no acertábamos a responder. Es escandaloso, creo que les dije a J. y a P. Escandaloso el talento de Ana Wagener en escena, escandalosa la belleza del texto de Alberto Conejero, pensaba. Del primer minuto al último un prodigio de emoción, un viaje de los que, afortunadamente, no terminas nunca de volver del todo. 

Poco, casi nada, sabía yo de Laurencia antes de la función. Es el personaje femenino principal de Fuenteovejuna, me dijo P. La víctima del comendador. El motivo del motín, la chispa que encendió la llama de una de las rebeliones populares más famosas de la literatura. Y Alberto Conejero ha escrito el monólogo de una Laurencia mayor, ya cercana a la muerte, que se sube al escenario para contarnos sus recuerdos, su versión de la leyenda. Para decirnos, con voz templada: «quiero vaciar este animal de recuerdos, destriparlo, para que la verdad de lo que me ocurrió, de lo que nos ocurrió, prevalezca y no se olvide». De lo que ocurrió después de lo que todo el mundo sabe. Contar «lo que empieza cuando todo termina». 

Contar a las mujeres que suben y bajan los peldaños del sacrificio, con una dignidad y una paciencia monolíticas para aguantar todas las cargas. Que no sienten por sus maridos nada que no esté teñido de obligación y servidumbre. Que un día se mueren, así, de repente, y nadie pregunta y a nadie le extraña. 
«Dejábamos la vida en los partos, nos robaban en las guerras y nos mataban, nos arrojaban a los ríos y a los pozos, nos encerraban detrás de los muros, desaparecíamos, desaparecíamos, desaparecíamos, todo el tiempo, niñas, mozas, ancianas, una detrás de otra. Pero yo no olvidé y yo no olvido. Del camposanto regresé a casa y le dije a la ausencia de mi madre: "en este mismo instante me convierto en tu tumba, que todas las letras de tu nombre brillen en el mío donde quiera que yo vaya"». 

Entre la infancia y la vejez hay un destello. Un destello de amor inalcanzable que brilla como los puñales en la noche de plata. «El amor es deseo de hermosura», decía en secreto la madre de Laurencia. Un deseo escrito en las estrellas. Que en el cielo es luz y en la tierra es sangre. 

Y tras el destello, tras lo terrible, «la vida sigue, y pronto la fama se convierte en ruido, y luego en sospecha, y luego en una cicatriz. Al principio se acercaban viajeros, curiosos, poetas, gentes que deseaban escuchar lo sucedido. De repente, sin saber por qué, de un día para otro, se cansaron. O quizá es que la historia ya no nos necesitaba porque circulaba en pliegos, cordeles y romances, y ya era más importante nuestro recuerdo que nosotros mismos». 

Alberto Conejero nos ha traído la voz de Laurencia para recordarnos lo que ocurre cuando todo termina. «Para que cuando se escuche el primer grito, no volvamos la cabeza hacia otro lado; para que cuando caiga la primera sangre sepamos que también es la nuestra; para que nadie bendiga un crimen, no lo llamen justo ni heroico; para que no se olvide que lo que hacemos en la tierra, en la tierra lo volveremos a encontrar». 



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