jueves, 25 de septiembre de 2025

BOSQUES NEGROS, CIELO AZUL

Este verano mis vacaciones me han llevado a Alaska. También a la luna y a los Pirineos franceses, pero este viaje a la Alaska de Eowyn Ivey creo que ha sido el más mágico. Ya me pasó con su anterior novela, La niña de nieve: esta autora tiene la capacidad de ver con ojos inocentes cosas que la mayoría no vemos, o que quizá supimos ver en algún tiempo remoto pero que la vida adulta nos ha hecho olvidar. Cosas que están ahí, casi al alcance de la mano, tan cotidianas como el canto de un petirrojo o el rumor de las hojas de los árboles a medianoche, pero que a menudo pasamos por alto. 

Mientras que la historia de La niña de nieve nos transportaba a un invierno de 1920, con Bosques negros, cielo azul saltamos a un verano del siglo XXI en la misma Alaska mágica que es el hogar de la autora. Y se nota el cariño y las raíces profundas por su tierra en las bellísimas descripciones de los paisajes y la gente, de la dureza del clima y de la conexión profunda que sus personajes establecen con esa naturaleza salvaje que no se deja domesticar. Hay siempre en sus historias un anhelo de libertad, de volar libre de las ataduras de la sociedad y las apariencias, quizá por eso la parte de fábula que tienen sus novelas apela a esa mirada soñadora e imaginativa de los niños que no saben de convenciones sociales. 

Siento una especial fascinación por la Alaska salvaje de las novelas de Eowyn Ivey. Me dan paz y me invitan a mirar de otra manera. A recuperar esa forma que tienen los niños de pasar largos ratos en compañía de animales con la misma soltura y complicidad con la que pasan tiempo con sus amigos humanos. En Bosques negros, cielo azul hay un oso que no siempre parece un oso. Estar en su compañía produce una emoción especial, «como tocar algo oscuro y salvaje y después verlo desaparecer al instante». Es un oso que se parece a nosotros, pero que busca soledad. La soledad llena de vida, negra y azul, que cualquiera puede encontrar en los bosques salvajes de Alaska. 



lunes, 22 de septiembre de 2025

HISTORIAS DE GAZA

«En esta parte del mundo nadie ataca, todos se defienden», cuenta Mikel Ayestaran. Los israelíes creen que a cada momento su mera existencia está amenazada y atacan como quienes solo saben vivir a la defensiva. Los palestinos saben que a cada momento su mera existencia está amenazada, pero están convencidos de su capacidad de supervivencia y nunca dejarán de reivindicar sus derechos. Los agravios son tan enormes y están tan profundamente arraigados en la identidad de cada pueblo que resulta tremendamente difícil dejarlos a un lado y enfrentar la realidad sin su peso y su filtro. Y, sin embargo, ¿qué solución puede haber que no pase por dejar de lado el infinito peso del pasado?

El futuro en Gaza no existe. No ha existido nunca en los últimos veinte años. Y, sin embargo, parece que futuro es lo único que les queda a los gazatíes. Llevan tantas décadas cayendo y volviéndose a levantar, reconstruyendo sus casas con los cascotes de las anteriores, que han aprendido que esa es su vida y solo les queda la opción de seguir adelante. Cueste lo que cueste. Viven esperando un alto el fuego, una tregua. Desconfían de la paz porque es una palabra que encierra una mentira. No ha habido paz en Gaza en demasiados años ya. Nadie la recuerda. 

A pesar de que Israel ha invertido muchísimo dinero en campañas de propaganda para intentar controlar el relato y no perder su condición de víctimas, a pesar de que trató de cerrar Gaza a la prensa internacional y no ha dejado de asesinar a periodistas gazatíes desde el 7 de octubre de 2023, el mundo entero ha podido asistir a un genocidio en directo durante ya casi dos años. Y el relato sionista empieza ya a desmoronarse. Este libro cuenta historias de Gaza. Del pasado y del presente. De personajes históricos y de personas humildes que han habitado la franja de muchas maneras. Mikel Ayestaran ha visitado Gaza en decenas de ocasiones, ha cubierto todas las grandes ofensivas de Israel desde 2008 y ha seguido de cerca todo lo que ha ocurrido allí desde el 7 de octubre de 2023. Gaza es una de las zonas más violentas del mundo. Este libro cuenta la vida que se abre paso en la violencia. 





jueves, 18 de septiembre de 2025

DIGNOS DE SER HUMANOS

Este ensayo parte de una idea radical. Una idea que ha sido rechazada por ideologías y religiones. Que han negado gobernantes y medios de comunicación en todo el mundo durante siglos. Y que, sin embargo, ha sido demostrada empíricamente una y otra vez y que, si tuviéramos la capacidad y la valentía de tomárnosla en serio, podría desencadenar una revolución y cambiar la forma en la que miramos y organizamos la sociedad. Como todas las ideas revolucionarias, no puede ser más sencilla. Pero pone en entredicho nuestra forma cotidiana de ver a los demás. Ojalá todos nos convenciéramos de su verdad, de su verdad profunda. Y aprendiéramos desde la infancia a actuar en consecuencia. La idea es sencilla y casi da apuro enunciarla, pero allá vamos: las personas son esencialmente buenas. 

Cuando empecé a trabajar en la librería, teníamos ciertas normas para prevenir posibles conductas indeseadas de los clientes. Por ejemplo, pedíamos una señal para reservar libros de texto o dábamos un plazo de dos semanas para recoger los encargos normales. Nos daba la sensación de que mucha gente nos dejaba con los libros sin recoger. Un año quise contrastar con cifras esta sensación, que de tan generalizada se había vuelto una certeza, y me llevé una buena sorpresa: solamente el 1% de los clientes no recogían sus encargos. Desde entonces prescindí de la señal y del plazo. Y año tras año se ha mantenido esa cifra. A veces no llega ni al 1%. Algunas personas se sorprenden. Incluso me dicen que soy demasiado confiado. Yo pienso que simplemente me atengo a las cifras. Poner una norma restrictiva para el 100% de la gente cuando el 99% de la gente la cumple de manera natural me parece innecesario. Sería como poner un cartel de prohibido fumar. ¿Quién fuma ya en entornos cerrados en España? ¿Quién encendería un cigarrillo en una librería? Ese cartel no solo sería innecesario, la idea de que aún necesitáramos ese recordatorio creo que proyectaría una imagen muy negativa de nuestra sociedad. Pero no solo lo hago por las cifras. Creo firmemente que confiar en el buen hacer de la gente fomenta activamente el buen hacer de la gente. Y mejora enormemente el ánimo, el humor y la calidad de vida en general de la persona que confía. Este tema salió hace unos años en una reseña sobre El pensamiento conspiranoico, de Noel Ceballos, y escribí que el refrán «piensa mal y acertarás» es, como tantos refranes, una violenta estupidez. «Piensa bien y acertarás» refleja mucho mejor la realidad del ser humano. 

De esto trata este inspirador ensayo del historiador holandés Rutger Bregman: el ser humano tiende hacia la bondad y la generosidad y es responsabilidad nuestra verlo así y fomentarlo. Pero no se trata de creer en ello como un acto de fe, lo demuestran infinidad de estudios. Es el altruismo, y no la competitividad, el motor evolutivo de la humanidad. Sin embargo, cuánto nos cuesta defender estos datos. Casi todos nos hemos educado en la filosofía de la desconfianza y el recelo. 

«Lo malo es excepcional y llamativo, mientras que lo bueno es cotidiano, corriente y aburrido». Así lo percibimos. Y así lo compartimos. Para mucha gente, lo único que merece la pena ser contado es aquello que nos indigna o nos hiere. Contar aquello que nos gusta o nos entusiasma se vuelve intrascendente y cae en saco roto. Basta con echar un vistazo a las noticias o a las redes sociales. Es un chute diario de desgracias e indignidades. Como si la vida fuera así. Pero no lo es. La vida, la de prácticamente cualquiera, es mucho más tranquila y bondadosa. Y más aburrida. Y esos estímulos negativos, que no representan la naturaleza humana sino sus excepciones más grotescas, es el alimento con el que nos intoxicamos diariamente y que nos hace creer que todo es así, que todos somos así. 

Bregman cuestiona una corriente filosófica predominante en la cultura occidental desde Tucídides y San Agustín, pasando por Maquiavelo, Hobbes, Lutero, Calvino, Nietzsche, Freud y los «padres fundadores» de los Estados Unidos, hasta llegar a William Golding, Richard Dawkins, Jared Diamond o Stanley Milgram. Una corriente filosófica que sostiene que el ser humano está recubierto por un mero barniz de civilización, y que en cualquier momento puede mostrar toda la violencia de su verdadera naturaleza. «Las ideas nunca son simples ideas. Lo que creemos que somos es lo que acabamos siendo». «Si estamos convencidos de que la mayoría de las personas no son de fiar, así es como trataremos a los demás. Y, con ello, haremos que aflore a la superficie lo peor de cada uno de nosotros». 

Gracias a mi madre por leerlo la primera y recomendarme este libro con tantas ganas. Y a O. por venir a la librería y comprarlo para regalar tantas veces: el entusiasmo llama al entusiasmo. Y a P., por escucharlo en audiolibro en sus continuos viajes en coche y contármelo después con el brillo en los ojos que reserva para las historias más inspiradoras. Este libro habla de la necesidad de corregir una perspectiva histórica que no solo es falsa sino que nos envenena cada día. Si nos dejan, las personas tendemos más a compartir que a acumular, a cooperar que a competir, a confiar que a desconfiar. Esto se ha demostrado una y otra vez. Hay pocos hallazgos de la sociología tan bien documentados y tan olímpicamente ignorados. Dejemos de ignorarlo. 




lunes, 15 de septiembre de 2025

LA SOMBRA DEL CARDO

Creo que no siempre lo valoro lo suficiente y me parece una de las claves fundamentales para disfrutar de verdad un libro: que me dé espacio para imaginarme la historia a mi gusto. Que sugiera más y explique menos. Que sus palabras esbocen el contorno de las cosas para que mi imaginación tenga la libertad de colorearlas a su antojo. Esta magnífica novela de Aki Shimazaki lo consigue maravillosamente bien: con una mezcla perfecta de delicadeza, sencillez y enigma, da mucho espacio al lector para que ponga de su parte y haga suya la historia. 

Pensé algo parecido con otra novela suya que leí hace años por recomendación de P.: El corazón de Yamato. Ambas novelas (como todo lo que escribe esta autora, creo) están divididas en cinco partes entrelazadas, cada una protagonizada por un personaje distinto, que cuentan cinco caras de una misma historia. Como si fueran cinco paneles decorados de un biombo japonés que se pliegan y despliegan y, aunque se pueden disfrutar enormemente por separado, solo cuando se ven todos juntos puedes entender plenamente su significado. 

Shimazaki escribe sobre la cantidad de vida que se esconde en los márgenes de lo establecido. Los personajes insisten en ampliar esos márgenes, en profundizar en esa zona de secreto donde pueden vivir más libremente, elegir nuevos mimbres con los que trenzar sus emociones. Cada uno de ellos está relacionado con una flor y su significado en la cultura japonesa, y también con una canción que la menciona. La naturaleza, la música y la memoria son tres de los hilos con los que la autora va ligando el devenir de cada personaje. 

Esta novela está llena de simbolismo. Del lenguaje oculto de las flores. De significados que permanecen en la sombra, esperando que una persona sensible sepa descifrarlos y hacerlos suyos. A mí me ha transmitido una sensación de serenidad, como una superficie de agua lisa en la que caen, de vez en cuando, pétalos de flor de cerezo que despiertan emociones antiguas y olvidadas y dejan ondas leves e imperceptibles, recordatorios de la belleza efímera de la vida y de la naturaleza. 





jueves, 11 de septiembre de 2025

UNA SEMILLITA

Este es uno de los libros infantiles más bonitos que ha caído en mis manos este año. Cuenta la historia de una semillita que vive esperando el momento, quizás una ráfaga caprichosa de viento, o el pico curioso de un pájaro, que la lleve a una tierra donde pueda germinar. Con páginas desplegables hacia los lados, hacia arriba y hacia abajo, llenas de ratoncitos en sus madrigueras, hojas, setas, pájaros y flores en el aire, el libro acompaña a la semillita desde un campo cubierto del frío del invierno y vigilado por los ojos redondos de un búho, hasta las profundidades de la tierra, donde echa raíces y espera. 

Su nariz son dos hojitas creciendo en el exterior. Qué bien huele el sol y la brisa templada que sabe a humedad y a vida. Y esas dos hojitas van creciendo y recibe las visitas de muchas amigas que aparecen con el calor. «Abejas y mariposas, pajaritos de colores, y el campo lleno de flores. La luna pinta las flores cuando de noche descansan, y al tiempo que se relajan, las perfume con olores». 

Y la semillita crece y se transforma y de pronto se encuentra ella misma dando semillas que otro viento caprichoso u otro pájaro curioso llevará lejos de ella en un ciclo que se repite y repite año tras año y que nos da la vida que vemos y que somos. 

lunes, 8 de septiembre de 2025

EL DERECHO A LAS COSAS BELLAS

Nada es eterno ni inmutable. Todo lo que hemos construido socialmente se mantiene en una serie de convenciones y rituales a los que nos sometemos sin pensar. Pero todo se puede cambiar. De hecho, todo está en perpetuo cambio. Nuestra relación con el dinero, con el trabajo, con la familia. Lo que hoy parece ley mañana puede resultar grotesco e impensable. De hecho, lo que ayer parecía ley hoy ya nos empieza a resultar efectivamente grotesco e inimaginable. Pienso en las dinámicas de pareja de nuestros abuelos o padres. Aquel «mi marido me pega lo normal» de los años ochenta, o la esclavitud de tantas mujeres mayores que hoy siguen atadas a las necesidades infantiles de sus maridos. Pienso en la distancia sideral que nos separa a dos generaciones consecutivas gracias a las conquistas del feminismo. Este cambio tan radical que se ha producido en apenas dos generaciones es solo un ejemplo de nuestra capacidad para subvertir «lo de siempre» en otra forma de pensar y de relacionarnos radicalmente distinta. Lo que hoy parece impensable para una mayoría, será sencillo y evidente para la siguiente generación. Este ensayo invita a mirar a ese futuro más sabio, más libre, más bello, y sobre todo, menos esclavo para imaginarlo en nuestro presente, y así, hacerlo realidad.  

Quítale a alguien aquello que no es necesario ni útil y se volverá loco. Lo vimos durante el confinamiento. Las series, los libros, la música, la jardinería, la repostería o las manualidades fueron la tabla de salvación para la salud mental de millones de personas en todo el mundo. Sin arte, sin belleza y sin placer no podríamos vivir. Al menos no como la inmensa mayoría de seres humanos queremos vivir. Mucha gente considera que el arte y el placer son adornos. Complementos para la vida de verdad. Elementos tan periféricos que lo correcto es incluso intentar conseguirlos sin pagar por ellos. Los libros, las plataformas de cine, los museos. Hay pocas cosas que yo pague tan a gusto como aquellas perfectamente inútiles y productivamente innecesarias. Pocas cosas las siento tan centrales en mi vida. De esto va este ensayo lírico y filosófico. De ubicar lo necesario correctamente para exigirlo cada día, pero no para un disfrute personal y exclusivo: exigirlo para todos. 

«Preservar un espacio para nosotros que no esté contaminado por las lógicas capitalistas del rendimiento, donde no se nos mida por méritos ni productividad, sino que podamos abrazarnos más allá de la competición, como ilustres incompetentes. ¿No es esa la única forma de querernos de verdad?». Todo en nuestra sociedad parece atravesado por la competencia, por las deudas y los deberes. También el apego y sus afectos. Pero ¿qué tipo de amor entre iguales es el que se expresa a través de una jerarquía? El autor de este ensayo defiende la necesidad de relacionarnos desde la horizontalidad. A través de la conversación. Del arte, raro arte, de hablar con los demás y no a los demás, como defiende Kathryn Mannix en su maravilloso Las palabras que importan. En la afirmación del deseo de vivir sin sometimientos, que comparte su necesidad a través de las diferencias, resuenan citas de Hannah Arendt, Sylvia Plath, Paul Lafargue y Emma Goldman.  

Vivimos secuestrados por la finalidad de nuestras acciones. Todo lo que hacemos está orientado a un fin. Y resulta especialmente llamativo que hasta lo que nos da placer lo consideramos un medio. Por ejemplo, las vacaciones. Importa más haber visto todo lo programado y no haberse perdido nada que haber disfrutado realmente de todo con el tiempo que cada cosa requería. Importa más haber leído, haber viajado, haber acumulado las experiencias que uno se haya propuesto, que haber disfrutado realmente de lo vivido. Que nos importe más la meta que el camino es uno de los dramas de nuestras vidas intoxicadas por la productividad a ultranza. 

Todos tenemos derecho a las cosas bellas. Al descanso. A parar de producir. La belleza, el placer y la igualdad son elementos esenciales de la existencia humana, pero nos los arrebata constantemente el culto a la productividad, a la jerarquía y a los deberes. Es vital cuidar de la vida improductiva, la vida perezosa no sometida al enriquecimiento ajeno. «La pereza ha sido durante demasiado tiempo el privilegio de unos pocos, ya es hora de que se convierta en un derecho para todos». 





jueves, 4 de septiembre de 2025

VUELTA AL PAÍS DE ELKANO

Quizá porque suelo leer sus libros en vacaciones, o porque me transmiten la libertad de los viajes, lo cierto es que a Ander Izagirre lo asocio siempre al verano. A una vida de ventanas abiertas y viento en la cara, a la alegría de coger carretera y dejarse llevar adonde haya siempre una aventura nueva. Lo descubrí en 2016 con un librito chiquitito titulado Cansasuelos. Seis días a pie por los Apeninos y desde entonces siempre me transmite el virus de la montaña, ese que te hace desear a toda costa desgastar suelas por senderos no asfaltados y respirar la naturaleza al ritmo silencioso de tus pasos. Es divertido, guasón, entretenidísimo, desprejuiciado. Ahora que no me escucha: Ander Izagirre es genial. 

En la línea de Pirenaica, el libro en el que contaba con maravilloso humor su loco periplo de una punta a otra de los Pirineos, Ander ha vuelto a subirse a la bici para esta Vuelta al país de Elkano, un viaje circular por el País Vasco, un homenaje a su historia y a los vascos que la pueblan. Toma como hilo conductor a uno de los vascos más audaces y famosos, Juan Sebastián Elkano, el navegante que reclama haber sido el primero en dar la vuelta al mundo, y nos cuenta su historia con una mirada siempre atenta a lo insólito oculto en lo cotidiano. A ese Mar Cantábrico por el que siempre han circulado con más o menos libertad mercancías, ideas, artistas y algunas cosas peores.  

Los vascos. ¿Pero quiénes son los vascos? O mejor, ¿qué es un vasco?

Cazadores de ballenas. Exploradores. Constructores de barcos. Guerreros fronterizos. Corsarios al servicio de la corona y del pillaje. Lejos de ser lo que la tradición nacionalista conservadora nos ha inculcado desde el siglo XIX (¿por qué todo lo malo siempre viene del siglo XIX?), los vascos fueron un pueblo colonizado y colonizador, siempre permeable a otras culturas y formas de vida a través de esa frontera abierta que es el mar. Marineros más que campesinos. La ballena los representa mejor que el caserío. Su herramienta predilecta fue más a menudo un barco que un arado. Y gracias a su habilidad marinera y a las redes comerciales que les proporcionaba fue como consiguieron sus fueros, su papel notable en la historia de España y su carácter independiente y excepcional. 

«Todo lo que es de aquí de toda la vida lo trajo alguna vez un forastero». 
«Todos los que son de aquí de toda la vida descienden de alguien que vino de otra parte». 
«Lo que hacemos aquí de toda la vida suele mejorar cuando lo mezclamos con lo que hacen otros allá». 
A Ander Izagirre le encanta desmontar tópicos y este libro da vueltas y revueltas a la idea de un país con las fronteras abiertas. Frente a la idea de pueblo recóndito, aislado por las montañas y por el carácter ancestralmente cerrado y belicoso de sus pobladores, cada historia de este libro abre una ventana a ese supuesto aislamiento y nos ofrece una perspectiva más amplia, veraz y saludable de un país cuya virtud siempre fue saber absorber y hacer suyas las influencias de otras tierras y gentes. 

En ese sentido me ha recordado a Una lección olvidada, de Guillermo Altares, porque vuelve una y otra vez a la idea de que los pueblos, todos los pueblos, son por naturaleza promiscuos, y cuanto más propensos a mezclarse con otros pueblos y a compartir y aprender de los demás, mejor les va. En este incierto siglo XXI en el que vuelven los pogromos, la pureza racial y la expulsión de lo distinto para intentar conservar alguna esencia ficticia, no viene mal recordar que cerrando fronteras y expulsando al diferente no solamente no lograremos conservar nada, sino que estaremos firmando nuestra propia condena a la extinción. 

En este libro aparecen decenas de vascos y vascas de todos los lugares y épocas con historias apasionantes. Pero si tuviera que escoger una historia, una sola entre todas, me quedaría con la que me ha hecho llorar. Es la de una mujer que trabaja en el mar de Groenlandia como geóloga marina. Cuando hace unos años llegó con su equipo a la altura de la isla Spitsbergen, en el archipiélago de las Svalbard, latitud 78, se emocionó mucho y les contó a sus compañeros científicos de todas las partes del mundo que por allí navegaban balleneros vascos hace más de cuatrocientos años en sus barcos de madera. Ellos la miraron extrañados y le preguntaron: ¿qué es un vasco? «Y esa mujer de veinticuatro años, piel oscura, pelo negro rizado, geóloga, paleoceanógrafa, navegante, llamada Naima el bani Altuna, les dijo: yo». 





lunes, 1 de septiembre de 2025

COMO UN PÁJARO EN UNA PECERA

Desde que nuestra amiga H. nos introdujo en el apasionante mundo de la neurodivergencia, P. y yo a menudo tratamos de ver y leer a la gente que nos rodea con otras miradas. Y con otro lenguaje. Por ejemplo, ver y leer a la gente son cosas distintas. A menudo, las palabras comunes las usamos con otros significados. Y cuando hablamos de ver o no ver a los demás, nos referimos a la capacidad de entender mejor o peor sus emociones, su necesidad de reconocimiento, y actuar en consecuencia. Hay muchos ejemplos de la vida cotidiana que ponemos en práctica. Al final, creo que se trata de ir poco a poco dejando de etiquetar con adjetivos las conductas de la gente para intentar explicarlas con rasgos neurológicos. No solo es más ecuánime y evita los prejuicios, creo que nos hace mucho bien. 

Este cómic de Lou Lubie (autora del fantástico Cara o cruz. Conviviendo con un trastorno mental, sobre las trampas de la ciclotimia) trata sobre una neurodivergencia en concreto que nos resulta muy familiar a todos, pero que lleva muchos prejuicios asociados: las altas capacidades. En la librería escucho a menudo a abuelas (y a veces a abuelos también, pero menos) elogiar sin freno a sus nietos con frases tipo «tiene seis años, pero como si tuviera diez, lo lee todo», «lee de corrido desde los tres años y ahora con siete me corrige a mí las faltas de ortografía», «no sabes cómo es, dame algo especialmente interesante porque los libros de los niños normales le aburren enseguida». Lo dicen con orgullo, con una satisfacción exuberante. Quizá no saben que las altas capacidades no te hacen superior a nadie, te hacen distinto a la mayoría, y te pueden hacer la vida fácil y condenadamente complicada a la vez. 

Las personas con altas capacidades se distinguen por tener una estructura cerebral diferente. Su cerebro es más rápido y está más conectado. Esto genera un pensamiento más ágil y más divergente que, en función de factores externos (cultura, educación, entorno) e internos (personalidad, emociones, intereses) puede dar lugar a rasgos característicos: facilidad para el aprendizaje, una gran curiosidad, un pensamiento que se dispersa, un razonamiento intuitivo difícil de demostrar, percepciones magnificadas, etc. Tener altas capacidades no es un problema en sí mismo. Lo que es un problema es pertenecer a un grupo que solo representa el 2,2% de la población. Y cuya diferencia no solo se suele notar en las relaciones sociales, sino que se señala y exhibe sin pudor en la infancia, por parte de la familia y también en la escuela, sentando las bases de una educación que a menudo proyecta inseguridades, miedo a fracasar, soledad y otros traumas complejos y duraderos. 

Con una historia bonita y emotiva, Lou Lubie nos cuenta de una manera divulgativa en qué consiste tener altas capacidades. Sus luces y sus sombras. La cantidad de presiones a las que se somete a los niñas y niñas para que hagan un uso determinado de sus diferencias sin pensar en el daño que esa atención puede ocasionarles. Y la necesidad de cultivar la generosidad necesaria para dejar de lado las etiquetas y aprender a ver y leer a la persona detrás de su excepcionalidad, para tratarla como es y no como pensamos que debe ser.