lunes, 13 de febrero de 2023

EL IMPERIO DEL DOLOR

Las personas que están convencidas de que sus actos ayudan a los demás y parten de un sincero afán de hacer el bien casi nunca admiten que ese afán puede descarrilar y acabar provocando daños terribles e incurables. Pasa con las personas que, por amor, les dicen a sus parejas lo que deben hacer hasta el punto de privarles de todo poder de decisión sobre sus vidas. Pasa con los empresarios que, en el nombre de la eficiencia y la tecnología puntera, pagan sueldos de miseria y condenan a sus trabajadores a vidas precarias y humillantes. Y pasa con familias multimillonarias como los Sackler, protagonista de este libro, que, convencidos de estar devolviendo sus vidas a millones de personas con dolor incapacitante, provocaron la muerte de cientos de miles de personas por sobredosis de opioides. 

Patrick Radden Keefe es un genio. Ya me deslumbró su anterior libro de investigación, No digas nada, sobre el pacto de silencio en el conflicto de Irlanda del Norte a lo largo de medio siglo, un verdadero thriller de no ficción con el que aprendí muchísimo y que cambió mi forma de entender la memoria histórica y las huellas de la violencia en la memoria colectiva. Con este libro mantiene ese ritmo de lectura endiablado que hace que te bebas las seiscientas páginas en un suspiro, y viajamos de Irlanda a Estados Unidos para seguirles la pista a tres generaciones de la familia Sackler y al imperio económico que construyeron sobre el dolor de millones de personas. 

Las grandes fortunas en Estados Unidos siempre han recurrido a financiar cultura para inmortalizar sus nombres. Con el tiempo, los orígenes de sus fortunas y los medios con que las han adquirido caerían en el olvido, mientras que sus nombres grabados en piedra permanecerían para siempre en los museos, bibliotecas, universidades y colecciones de arte. Esa era su aspiración. Ser recordados como filántropos siempre ha sido la guinda del sueño americano. La inmortalidad ligada a lo que nunca se olvida: el arte. Pero no nos engañemos: detrás de cada donación se esconde una trampa. La filantropía no es beneficencia. No es un regalo, es un negocio, con sus calculadísimas desgravaciones fiscales, y sus condiciones de visibilidad en contratos con cientos de cláusulas. A cambio de dinero, se obtiene respetabilidad. Fama. Influencia. Para que todo el mundo lo vea. 

Arthur M. Sackler

136 muertes diarias por sobredosis de opioides. Esa es la cifra que registraba Estados Unidos en 2019. Pero para contar cómo se ha desatado esta crisis de salud pública hay que remontarse a 1996, cuando el OxyContin salió al mercado. Y para contar cómo la familia Sackler se volvió experta en publicitar fármacos de manera agresiva con información engañosa, nos tenemos que ir hasta los años cincuenta, cuando el patriarca, Arthur M. Sackler, se hizo de oro vendiendo valium en todo el mundo, promocionando medicinas a los médicos igual que otros presentaban bañadores o automóviles al consumidor general. Era la época dorada de la publicidad, tan bien reflejada en la serie Mad Men, en la que cualquier estrategia comercial era lícita si conseguía vender el producto. Aunque fuera potencialmente dañino. 

Investigar en los orígenes de la familia es lo que hace Radden Keefe en este libro, rastrear las técnicas que permitieron a estos vendedores convertir en adictos a decenas de millones de compatriotas con tal de llenarse los bolsillos de miles de millones de dólares. 

El autor describe a Richard Sackler, el artífice del OxyContin, como un hombre que siente una "devoción absoluta por sus propias ideas, y una glacial conciencia de superioridad moral". Este es un rasgo muy común entre narcisistas grandiosos, extendidísimo entre muchos multimillonarios que piensan que todo lo que tienen es producto de su talento y que son totalmente incapaces de ver el daño que producen. Él y su familia siempre se han defendido acusando a las víctimas de sus fármacos de sus adicciones. Al igual que los fabricantes de armas proclaman que las armas no matan, son las personas que aprietan el gatillo las responsables de cualquier muerte, los Sackler no se han cansado nunca de insistir en que el OxyContin es un fármaco perfecto, y si provoca adicción es porque la gente abusa de él. 

Richard Sackler

Por la descripción del poder que ejerce la clase alta norteamericana y su falta de escrúpulos a la hora de perseguir su ambición, me ha recordado a las novelas de Dominick Dunne. Y por su calidad como periodismo de investigación y capacidad para que te hierva la sangre leyéndolo, sin duda me ha hecho pensar en Fariña, de Nacho Carretero, sobre los narcos gallegos. Y es que no hay tanta diferencia, al final, entre un cártel de droga y una empresa farmacéutica como la de los Sackler. A Richard se le llegó a conocer como el Pablo Escobar del nuevo milenio. Se quitaron las placas con el nombre de su familia de multitud de universidades y museos. El oprobio cayó como una losa desde multitud de frentes y de juicios. Y aun así, se fueron con la cabeza bien alta, con su farmacéutica en quiebra, pero con todos sus miles de millones en paraísos fiscales y su negativa, bien firme, a disculparse por nada. 

Esta es una historia de ambición, filantropía, crimen e impunidad. Una historia de médicos que hicieron suyo el juramento hipocrático, añadiéndole, eso sí, una coletilla irrenunciable: "ante todo, no hacer daño, a menos que nos podamos forrar con ello". 






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