jueves, 17 de marzo de 2022

TRANS

Solemos identificar a los demás por su género. Es lo primero que preguntamos: hombre o mujer. Y a partir de ahí nos imaginamos quiénes son, les damos una identidad, los aceptamos como iguales. A las personas trans nos cuesta tradicionalmente encasillarlas en un género. Y fuera de ese rígido marco binario, hombre o mujer, a través del cual nos han enseñado a ver el mundo y a las personas que nos rodean, no sabemos reconocer bien a quien tenemos delante. Ni darle una identidad, ni aceptarle como igual. Y ya no digamos darle la autoridad necesaria para escribir un libro que podamos leer como una referencia ineludible, como esta que hoy os recomiendo, sobre la vida de un colectivo incomprendido y desfavorecido. 

A lo largo de la última década, hemos visto un enorme aumento de la hostilidad de los medios hacia las personas trans como colectivo. Ya no son víctimas aisladas sometidas a escarnio público, ya no son el toque de folclore en una peli de Almodóvar, sino un grupo minoritario con voz dentro de otro grupo más numeroso con fuerza para devolver el golpe y reivindicar su pluralidad de identidades. En los últimos diez años, para la mayoría de la prensa y gran parte de la opinión pública, las personas trans han dejado de ser "ese ridículo pero inofensivo mecánico de pueblo que un buen día decide cambiar de sexo" para convertirse en representantes de una nueva y poderosa "ideología" que está secuestrando las instituciones y dominando la vida pública. Las personas trans han pasado de ser algo de lo que reírse a algo que temer. 

La sociedad quiere influir en las leyes que regulen las vidas de las personas trans porque las considera una amenaza. Una amenaza igual que las personas inmigrantes, homosexuales, racializadas o pobres. Una amenaza por diferentes. Una amenaza para su forma de entender la vida, para sus valores tradicionales. Y una amenaza también para sus privilegios de clase. Cuando los medios hablan sobre los problemas trans, lo que les interesa son los problemas morales que piensan que la sociedad tiene con este colectivo, y no los problemas reales que el colectivo sufre por culpa de una sociedad (y unos medios) que lo discrimina.

Las minorías tienden a percibirse por la mayoría como arquetipos. Si nos piden que imaginemos a una persona trans, negra, china, lesbiana o discapacitada, enseguida nos viene una idea aproximada a la cabeza. Pero si nos piden que imaginemos a una persona blanca, no sabemos qué pensar. Hay demasiados modelos donde elegir, porque conocemos demasiada variedad de personas blancas como para reducirlas a un arquetipo. Vencer la tentación del arquetipo, romper los estereotipos con los que imaginamos a las minorías es el camino necesario para luchar contra la desigualdad y la discriminación. Necesitamos referentes de las minorías. Referentes no blancos, referentes que se salgan de nuestra norma. Y este libro es una ayuda fantástica para conseguirlo. 

Shon Faye nos recuerda que las personas trans son personas. Qué perogrullada, ¿verdad? Que no conozcamos a una persona trans, incluso que no hayamos visto nunca (que sepamos) a una persona trans, no las vuelve menos humanas. Esto, que parece de cajón, es vital. Es la base de la empatía, de nuestra capacidad para reconocernos en otra persona y tratarla como a un igual. Cuando esto falla, empezamos a señalar las diferencias, a negar identidades que no imaginamos posibles y terminamos odiando lo distinto por simple y llano desconocimiento. 

La idea tan extendida de que la gente trans refuerza en su forma de actuar y vestirse los estereotipos de género hasta la parodia ignora cruelmente que esas mismas personas trans han pasado los últimos cincuenta años siendo forzadas por sus médicos a encajar en esos mismos estereotipos rígidos para poder acceder a tratamientos que aliviaran su sufrimiento. Y es que la gente trans es maltratada por su apariencia. Porque una buena parte de la sociedad se siente amenazada por aquello que no comprende, que se sale de sus marcos mentales. El mismo motivo por el que discriminan a migrantes, homosexuales o gente racializada. Son personas distintas. Y por eso la gente trans trata de subrayar los roles de género en su apariencia para evitar el maltrato. Por pura supervivencia. En una sociedad que aceptara mejor los géneros no binarios y fluidos no necesitarían acogerse con tanta intensidad a los roles de género para protegerse. 

A las personas trans se las ve, pero aún no se las escucha. Y el debate tránsfobo sigue insistiendo en lo mismo: la identidad. Busca obligar una y otra vez a las personas trans a reivindicar su existencia, a reivindicarse como seres humanos, a demostrar que su identidad no es una enfermedad, como ya tuvieron que demostrar las personas homosexuales. Lo cual aleja el debate de lo que de verdad importa: sus condiciones de vida, la violencia que sufren, la igualdad de trato a todos los niveles que merecen. 


Shon Faye



 


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