jueves, 11 de julio de 2019

EL ADVERSARIO

Jean Claude Romand sentía una preocupación extrema por la opinión que los demás tenían de él. Le costaba mucho comprender los sentimientos ajenos, pero tenía una gran habilidad para revestirse del carácter que pudiera complacer más a su interlocutor. Era incapaz de responsabilizarse plenamente de sus actos y de medir el impacto que estos podían tener en la sociedad. Jean Claude Romand era un hombre extremadamente amable. Amaba profundamente a su mujer y a sus hijos y no dejó de amarlos nunca, aun después de haberlos asesinado. 

Es fácil decir que era un monstruo. ¿Quién se crea una vida ficticia durante dieciocho años y, cuando está a punto de descubrirse su impostura, decide que la mejor solución es matar a toda su familia y luego intentar matarse él? Es fácil decir que estaba enfermo, loco, apartarlo con adjetivos tajantes del resto de seres humanos. Pero Jean Claude Romand era tan humano como tú y como yo. Esto lo entendió Emmanuel Carrère nada más enterarse de los detalles del caso. Y en este espléndido libro indagó en los motivos ocultos, en los mecanismos psicológicos que se escondieron tras sus actos para tratar de asimilar lo aterradoramente humanos que resultan sus asesinatos. 

“Me daba la impresión de que no se interesaba por la realidad sino solamente por el sentido que se oculta detrás de ella, y de que interpretaba como un signo todo lo que sucedía.” ¿Qué hay más humano que esto? Lo vemos todos los días, por ejemplo en los políticos que en la nacionalidad ven algo grandioso, o en la identidad sexual un peligro social. 

"Una mentira normalmente sirve para encubrir una verdad. Algo vergonzoso, quizá, pero real. La suya no encubría nada. Bajo el falso doctor Romand no había ningún auténtico Jean Claude Romand". Y esto es lo fascinante del personaje. Utilizaba la mentira a gran escala, no tanto para ocultar algo sino para construirse una identidad con la que pudiera convivir. Una gran máscara que le permitiera ser una persona normal. 

Me ha impresionado cómo en la cárcel se consideraba condenado "a raíz de una terrible tragedia familiar". Encontró en el catolicismo un perdón a sus actos y un respaldo. Si se redimía ante Dios, todo habría tenido sentido. Incluso es posible que todo estuviera predeterminado y que para construir su nueva vida de bondad y redención en la cárcel, hubiera tenido antes que vivir "la pesadilla" que sufrió. La "ilusión apaciguadora" del catolicismo militante fue el único refugio que encontró Jean Claude Romand para seguir sin aceptar la responsabilidad de sus actos, llamar "tragedia" a sus asesinatos y honrar la memoria de su familia, seguir queriéndolos en el recuerdo y salir adelante sin deprimirse ni pensar en suicidarse.

Es casi cinematográfica esta vida regida por la impostura. El desdoblamiento de las continuas mentiras fascina porque muestra lo laberíntica que puede ser la mente humana. Jean Claude Romand era un hombre habitado por otro hombre que mentía en su lugar. Que suplantaba su identidad hasta confundirse con él. Una máscara que le protegía y que le desfiguraba. Un adversario que le torturaba. Y que hasta hoy le ha mantenido con vida.

Tras veintiséis años de prisión, Jean Claude Romand salió de la cárcel hace dos semanas. ¿Qué máscara necesitará ahora para poder vivir "una vida normal"?




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