Todo el mundo dice que a Rayuela o la amas o la detestas. Como esas femmes fatales que sólo aceptan adoradores idólatras o enemigos acérrimos. Como el chile bien picante o las hormigas fritas o esos platos del sudeste asiático de nombre impronunciable que, si no tienes una fe bien robusta en la resistencia de tu estómago, no hay forma de llevártelos a la boca. Pero yo he llegado a la conclusión de que a Rayuela se la puede amar y detestar a la vez. Que, de hecho, es lo más lógico y lo más saludable, si uno pretende mantener el pensamiento a salvo de hooligans y ególatras. Por lo tanto, después de leer por primera vez esta novela canónica del boom latinoamericano a mis treinta y cuatro años, puedo afirmar que me gusta con la misma pasión con que la detesto. La he leído con las gradas de mi percepción divididas en dos hinchadas enfrentadas, ambas furibundas, peleando a grito pelado por la victoria de su idea. Así que he decidido prestar oídos a las dos y convertir esta no-reseña en un diálogo entre un adorador y un detestador de Rayuela, quizá los dos únicos tipos de lector que puede aceptar esta novela fabulosa.
Adorador: ¡Rayuela es mágica, Rayuela es sublime, es miles de libros en uno, es un crisol de todas las emociones y opiniones y erudiciones posibles!
Detestador: Rayuela será todo lo sublime que tú quieras, pero sólo los muy pedantes pueden disfrutar las divagaciones de esos plastas.
A.: Qué pena, saber que hay gente como tú que no tiene la categoría intelectual de volar a la altura de la prosa maravillosa de...
D.: ¡Jajaja! Volar a la altura, dices. No sólo es una altura más bien bajita, al alcance de cualquiera que tenga que matar la frustración de no tener vida social con miles de horas de biblioteca, sino que no camufla la bajeza moral de los personajes, misóginos y cutres, que buscan la trascendencia a través de la destrucción del amor, de la alegría y de la ética.
A.: ¡Poesía, che, poesía! ¿Sabés lo que es? Esa potencia visual y evocadora de las palabras... Rayuela es un orgasmo, un colocón de coca, es una supernova de colores explotando a cada página.
D.: Pero es una poesía que enfada.
A.: Y encandila. Y crea adicción, no me lo negarás.
D.: Adicción de la mala. Adicción fastidiosa y repugnante.
A.: ¡Y seductora! Con esas reflexiones filosóficas que estallan en tu cabeza como fogonazos cuando menos te las esperas. Y París. Ah, París...
D.: Sí, ese París sucio y glacial, lleno de jóvenes extranjeros hastiados de sí mismos, de su propia inteligencia, de sus propios fracasos, incapaces de encontrar una forma aceptable de vivir.
A.: Pero es fascinante, ese retrato de una juventud que tuvo un sueño dorado con esa ciudad que no supo cumplir sus expectativas, que en cierto modo no estuvo a la altura.
D.: ¿Que París no estuvo a la altura?
A.: Sí, a la altura de sus ambiciones, de sus ideas, de...
D.: Pero si estaban ciegos, ciegos de tan inteligentes, golpeándose contra las paredes de sus vidas, asfixiados por su propia ultraconciencia de sí mismos, siempre necesitando explicar los motivos de su existencia, o de su soledad, o de su concepción trágica de la vida, como si tuvieran miedo de olvidarlos todos, de no alcanzar la gloria.
A.: ¡Pero si ya la alcanzaron! Rayuela es gloria, che, que parece que no te das cuenta. La Maga es gloria, es La Mujer con mayúscula, el sueño de cualquiera que tenga necesidad de fantasía, de vivir otras vidas más brillantes, más prometedoras que la propia. Y la Maga en París, paseando por el Pont des Arts con ese aire vulnerable y seductor..., ¡da para alimentar los sueños de toda una generación!
D.: Sí, la Maga es sublime, pero bien que todos la desprecian, mirándola con suspiros, como diciendo "qué paciencia hay que tener contigo, estúpida ignorante".
A.: ¡Pero cómo te atrevés!
D.: ¡Si es la verdad! Rayuela es una novela misógina a más no poder, con todas esas mujeres cumpliendo el oficio de musas, de compañeras, de madres, cuidándose de no interferir en las nostalgias trascendentes y ridículas de sus amantes, aceptando sus extravíos y sus violencias sin interrumpirles, sin corregir nunca sus manías infantiles para no taparles la sombra y...
A.: ¡Callate, boludo, callate! No decís más que estupideces. Cortázar está por encima de cuestiones de género. No puedes leerlo con tu fervor feminista, que lo jodes. Rayuela es inmortal, es como La Iliada, como Don Quijote, ¿dirías que Aquiles es misógino? Y además, juzgar a la Maga con criterios actuales es como pretender que se comporte como una chica más. Rayuela es un mundo aparte con sus propias reglas y la Maga está por encima de esos juicios. La Maga es la luz, la pureza por encima de cualquier comentario, es la vida, el futuro, el amor...
D.: El amor, ya. ¿Qué amor? ¿El intoxicado por ese agobiante exceso de ideas? ¿El falto de empatía? ¿El que desprecia, el que ningunea? ¿El de esos cretinos con ínfulas que sueñan con la muerte o el absurdo para poder sentir algo?
A.: "...volvía de ella como un fósforo cuando se lo prende y le crece de golpe todo el pelo". Ese amor. El incandescente.
D.: El invivible.
A.: ¿Invivible? ¿Por qué?
D.: ¡Porque no se puede vivir en Rayuela! Es asfixiante. Tanta filosofía, tanta abstracción. Rayuela está fuera del mundo, no tiene referencias a la vida real, es como una pieza marciana de Schönberg o un cuadro enloquecido de Pollock. Ahí no hay vida, sólo juegos, divagaciones, elucubraciones sobre la vida.
A.: Pero precisamente de esas elucubraciones, de esas ideas, es de donde surge la vida. Rayuela es la puerta de entrada, grandiosa puerta de entrada a la vida. Una vez cruzas el umbral ya no vuelves a ser el mismo. Te hipnotiza. Es como ver a un malabarista con cinco antorchas encendidas volando a la vez. Fuego. Ritual. ¡Virtuosismo! ¡Juego!
D.: Un juego poco divertido. Un fracaso, al fin.
A.: ¿Cómo que un fracaso?
D.: Sí, Rayuela es la historia de un fracaso, de una huida imposible, de un amor que sólo puede realizarse destruyendo a la persona amada.
A.: Pero qué buscabas, ¿una novelita complaciente? Rayuela deslumbra quemando, te quita la venda de la realidad cotidiana para que veas un poco más allá de tu mediocridad y si hace falta te daña, te zarandea...
D.: ...te escuece, te agota, te enfada, te machaca...
A.: ...te transporta, te alimenta, te conmociona...
D.: Es la muerte.
A.: ¡Es la vida!
D.: Una vida amarga, inhumana, que sabe a muerto.
A.: Una vida poderosa, luminosa, que sabe a gloria.
D.: ¡Eres un fanático!
A.: Y tú estás ciego.
D.: Prefiero mi ceguera a la tuya.
A.: Es culpa de Cortázar, él nos dejó ciegos.
D.: ¿Cómo ciegos?
A.: Ciegos a todo lo que sea vivir lejos del fuego.
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