lunes, 13 de febrero de 2017

LOS HOMBRES ME EXPLICAN COSAS

"¿Has leído este libro? ¿No? Pues no sé qué haces ahí sentado, es indispensable para entender todo eso que los jóvenes no entienden".

"¿Recomendando libros de feminismo? ¡Pero si eres un hombre!"

"He visto que tienes varios libros sobre la guerra civil, pero ¿tú sabes que esos libros mienten? Mira, te voy a decir los libros que tienes que leer para que no te manipulen, toma nota, anda".

Y todo esto pronunciado por hombres con un tono que oscila entre una resignada indignación por mi supina falta de conocimientos y la amable condescendencia que uno emplearía con un niño de siete años para preguntarle por sus clases de flauta. 

Así todas las semanas, al menos una vez. En medio de un sinfín de gente amable e inteligente que no necesita ir soltando ponencias a desconocidos para sobrevivir, algún hombre (casi nunca una mujer) me lee la cartilla sobre los temas más peregrinos. Es un hecho muy extendido, no me ocurre sólo a mí. De hecho, lo sufren mucho más las mujeres. Le ocurrió a mi madre todos los días durante años hasta que alcanzó la pericia necesaria (y la sabiduría que da la edad) para sortear a los pontificadores. Ocurre tanto, y es un hecho tan cotidiano, que Rebecca Solnit ha escrito un libro para explicar este fenómeno tan molesto que parecería una tontería, un micromachismo más, si no estuviera en el origen de la opresión de las mujeres ejercida por los hombres.

Aquí más de uno saltará: "pero no todos los hombres pontifican ni oprimen a las mujeres". Por supuesto que no. Menos mal que no. Pero, al igual que la violencia masculina es mayoritaria y la femenina anecdótica, muchos más hombres que mujeres se consideran legitimados para dar lecciones a diestro y siniestro, a menudo sobre temas de los que no tienen ni idea. Y se basan, además de en su soberbia y su total incapacidad para detectar su propia ignorancia, en la histórica actitud sumisa de las mujeres que les escuchan, atenazadas por una sociedad que siempre les ha dicho que sus opiniones tienen menos valor y son menos fiables que las de los hombres. Hasta los años setenta, en Europa y en Estados Unidos, la violencia doméstica, la violación y el acoso sexual no se tomaron en serio como delitos. Hasta entonces sus testimonios no se consideraban en absoluto igual de válidos que los de los hombres. Es decir, hace menos de cincuenta años, a las mujeres apenas se las consideraba seres humanos desde un punto de vista jurídico. Y si no existes con pleno derecho ante la ley, no existes con pleno derecho en la sociedad. 

Este es un libro contra la arrogancia masculina que dice a millones de mujeres en todo el mundo que ellas no son testigos fiables de sus propias vidas, que sin duda tienen menos conocimientos, que deben ser supervisadas y tutorizadas por los hombres y que la verdad de lo que les suceda no les pertenece ni les pertenecerá jamás. Contra esa mirada petulante de los hombres cuando aprovechan cualquier ocasión para subirse a su púlpito imaginario, "con los ojos fijos en el lejano y desvaído horizonte de su propia autoridad", para instruirte sobre aquello que parece que no sabes. Contra esos hombres que piensan que la violencia contra las mujeres está pasando a la historia y ya no es un problema. Contra esos hombres que no saben o no quieren saber que hoy en día cada nueve segundos una mujer es agredida físicamente por un hombre en Estados Unidos, que los cónyuges masculinos son la principal causa de muerte en las mujeres embarazadas o que las mujeres entre los 15 y los 44 años tienen más posibilidades de morir o sufrir lesiones a mano de sus parejas masculinas que debido al cáncer, los atracos y los accidentes y tráfico juntos. 

Rebecca Solnit
Pero sobre todo, este es un libro, como tantos ensayos, novelas, poemarios y manifiestos feministas, a favor del respeto y la igualdad. Porque este tipo de discursos en los que los hombres hablan y las mujeres escuchan son la base de la discriminación de género y uno de los modos más extendidos de silenciar, despreciar y aniquilar la posibilidad de que las mujeres participen en el mundo con los mismos derechos y posibilidades que los hombres. En todos los ámbitos se dan estos discursos. En la librería, en el colegio, en reuniones de trabajo, en una cena, con amigos, parejas, familiares, compañeros. Rebecca Solnit propone que cambiemos esa dinámica. Digámosles a esos hombres (y a las pocas mujeres que actúan como ellos) que su paternalismo los vuelve petulantes, ignorantes y soberbios. Que impiden el respeto y la comunicación saludable entre las personas. Que dan vergüenza ajena. Que son risibles. Que no nos interesa su blablabla. Que si su discurso nos silencia, no merecen ser escuchados. 

La realidad se cambia desde el lenguaje. Las palabras nos encarcelan o nos hacen libres. Los hombres que nos explican cosas sin que se lo hayamos pedido encarnan la violencia tradicional con la que las mujeres son censuradas por exigir tener voz, poder y el derecho a participar en igualdad. Es un problema de derechos humanos y de buena educación y sucede en nuestro día a día, en todos los lugares. Pongámosle remedio. 


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