Releer clásicos sirve para muchas cosas. Por ejemplo, para comprobar cómo evoluciona uno a la hora de juzgar ciertos comportamientos. Leí El túnel por primera vez en diciembre de 2003. Lo acabo de releer ahora por segunda vez. La primera lectura me dejó tan indiferente que este fin de semana lo he vuelto a leer sin recordar absolutamente nada: de hecho, estaba convencido de estar leyéndolo por primera vez. Esta segunda lectura, sin embargo, me ha dejado tanto poso (poso amargo) que estoy seguro de que no olvidaré nunca que lo he leído y procuraré no volver a internarme por sus páginas nunca más.
El túnel es un libro brillante. Es una celebración de la buena literatura. Me parece una obra maestra a la altura de, por ejemplo, El jugador de Dostoievsky, novela con la que creo que tiene bastantes puntos en común. Es brillante el lenguaje, la intensidad, la brutalidad del realismo en las escenas y en los diálogos. Y abruma, por su potencia, la voz del narrador, un personaje de una psicología retorcida y asfixiante, cuya lógica refleja la claridad terrorífica de una mente enajenada.
"¿Toda nuestra vida sería una serie de gritos anónimos en un desierto de astros indiferentes?" El narrador es un hombre perturbado que vive dentro de su obsesión por establecer una conexión con los demás, ansioso por no poder comunicarse efectivamente con nadie y desesperado por no encontrar un sentido a su vida y al mundo. Considera que el ser humano sufre una soledad inherente a su naturaleza e intenta romper su propia soledad corriendo en pos de una mujer que le entienda, con la que pueda establecer puentes, aunque sean frágiles y transitorios, aunque pendan de un abismo. Pero el abismo está en su cabeza, en su carácter obsesivo, en su constante y sombría atracción por la destrucción y la muerte y la concepción de la vida como un sinsentido absurdo y dañino.
No recuerdo nada de mi primera lectura de este libro. Y eso indica que, aunque el libro sea el mismo, yo he cambiado notablemente. No sé si en trece años he adquirido una conciencia de género que antes no tenía o simplemente me he vuelto más sensible a la violencia. No sé si he desarrollado una especial aversión a los hombres celosos, violentos, depresivos, inseguros, controladores, desconfiados, paranoicos, manipuladores, tiránicos, posesivos, pueriles, inmaduros, retorcidos, vulgares, crueles, soberbios y misántropos. (Todos estos adjetivos aparecen en la voz del narrador, que los usa para describir su propio comportamiento). Quizá, ante un sujeto así, no sepa mantener la distancia y la calma necesarias para enfocar la lectura de este libro teniendo en cuenta otros aspectos. Pero el hecho es que hacía tiempo que no leía una historia tan bien escrita, tan absorbente y brillante, y al mismo tiempo, tan humanamente abyecta.
Sin duda, es uno de los libros más importantes de la literatura en español del siglo XX. Pero me parece una historia repugnante.
(Por cierto, más de veinte erratas ortotipográficas en apenas cien páginas y es la 38ª edición. Responsables de la editorial Cátedra: un poco de profesionalidad, por favor).
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