jueves, 16 de febrero de 2017

FELICIDAD FAMILIAR

La familia, ese hogar. 
La familia, esa cárcel. 
La familia, ese cálido seno que te acoge y protege de los que no te conocen. 
La familia, ese club de opresores que nunca deja de exigirte y de juzgarte.

La familia, para bien o para mal, es el universo alrededor del cual orbita la vida de la mayoría de todos nosotros. Y también la de Polly, protagonista modélica de esta novela, para quien su familia lo es todo, el principio, el futuro y el pasado, "la argamasa que mantiene los ladrillos unidos", la vida misma, sin un centímetro de más, la que "une las ideas afines y da a las desemejanzas una causa común: proporciona refugio y esperanza". La familia lo es todo, la suya y la que forma con su marido y sus dos hijos, armónica, ideal, un ejemplo a seguir, un modelo que admirar y esforzarse por copiar. 

Polly es una treinteañera neoyorquina perfecta: no sufre cambios de humor, no es testaruda ni dada a las extravagancias. Su marido es un abogado brillante y sus dos hijos son encantadores. Su vida transcurre plácidamente por los senderos conocidos de la entrega y la previsibilidad hasta que un día, sin saber cómo, se enamora locamente de Lincoln, un pintor algo bohemio, y su vida estalla en pedazos.

No sabe qué ha pasado. Intenta despertarse de la conmoción y reconocer el fallo pero no lo encuentra. Hasta entonces, "su papel no consistía en ser elogiada, sino en elogiar; no en ser distinguida, sino en distinguir. Su excelencia se consideraba normal y corriente". No estaba acostumbrada a los elogios ni a que la amaran sin más, por lo que ella era, sin tener que dar algo a cambio, sin el vínculo familiar de la sangre y la pertenencia. Polly estaba, sin saberlo, sedienta de amor, sedienta de que la miraran no como alguien que provee felicidad, sino como alguien que simplemente la merece. Quizá su marido y ella habían encajado tan bien desde el principio, habían estado tan de acuerdo en sus ideas preconcebidas, en sus gustos e ideales, que no se habían dado cuenta de que bajo su perfecta vida conyugal llevaba años fraguándose una infelicidad hecha de pequeñas decepciones, de minúsculas frustraciones que hasta entonces no habían tomado cuerpo porque carecían de voz y de nombre. El enamoramiento de Polly les da un nombre, pone palabras a sus emociones: descubre, perpleja, su propia infelicidad como quien descubre en su propia casa "un sótano infestado de ratas". No duerme, se le olvidan las vacaciones de sus hijos, responde mal a su madre, se impacienta, vive en un estado constante de emergencia, y la ansiedad, piensa, es "como una bandada de pájaros posados en una cable telefónico. Cuando se acerca gente echan a volar y cuando la gente se aleja vuelven dando saltitos". 

Laurie Colwin

No sé muy bien cómo Laurie Colwin (1944-1992) consiguió convertir una historia tan sencilla, tan insignificante de tan conocida, en esta pequeña obra maestra. Es una historia banal, sucede desde el inicio de los tiempos: mujer que se cree feliz descubre, mediante el amor, que la felicidad verdadera estaba en otra parte, y no precisamente en ese nuevo amor. Shakespeare ya lo hacía: tomaba pasiones mundanas, las sacaba del barro cotidiano y las convertía en arte universal. Y esta autora, uno de los secretos mejor guardados de la literatura norteamericana, lo consigue de una manera maravillosa. Su prosa es elegante y aguda, con un tono irónico delicado y chispeante. Hay luz en todo lo que cuenta, hasta en los momentos más dolorosos, hasta en los sótanos llenos de ratas. Escribe sobre la felicidad con una sencillez que desarma, de una manera grácil, volátil y encantadora. ¿Es un libro feliz? No, desde luego. O sí, a su manera. Lo encantador también puede ser triste. Y lo grácil, desgarrador. Tiene la rara habilidad de encontrar la palabra exacta para cada sentimiento, una perspicacia emocional deslumbrante. 

Felicidad familiar es una gran reflexión sobre lo que significan las familias en la vida moderna. En cómo a menudo sus rutinas y obligaciones nos protegen a la vez que nos ahogan, cómo sus necesidades nos salvan de las horas muertas, del peligro de no tener nada que hacer más que pensar en los propios problemas, y cómo también pueden convertirse en callejones sin salida con sus juicios e imposiciones. Las familias como planetas exclusivos alrededor de los que orbitamos. Como úteros acogedores que nos nutren de vida y de los que no podemos salir sin causar destrozos.


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