jueves, 4 de diciembre de 2025

HOY

Este libro de Agustina Guerrero es una cosa bonita que calienta el corazón. Sí, tiene frases de autoayuda, y sí, el carpe diem nos lo sabemos todos, pero en estos tiempos rotos donde parece que la desesperanza ha pasado a convertirse en un elemento fijo del paisaje, todos los bálsamos que nos acerquen a algún tipo de felicidad son bienvenidos. 

La autora nos habla de un mal muy conocido. Es el ansia de tenerlo todo bajo control y que las cosas sucedan siempre tal y como las planeamos. La incapacidad para dejarnos llevar por lo imprevisto, a pesar de ser conscientes de que son precisamente los momentos improvisados los que se convierten en los mejores recuerdos. Para mitigar esa ansiedad cotidiana, la autora busca el refugio de las plantas, el cariño de tu familia y un paseo inesperado por preciosos rincones de Barcelona. 

Esta ansiedad no es algo nuevo de las generaciones más jóvenes. En la librería veo que la ansiedad hace estragos incluso con mayor intensidad en las personas mayores. La ansiedad de estar siempre pendientes del reloj. De tener una voz en nuestra cabeza que nos repite durante todo el día: se hace tarde, se hace tarde. ¿Y cómo respondemos a esa voz? ¿Cómo luchamos contra ella si nos da orden en el caos y aparentemente cuida de nosotros? Si nos olvidáramos de la hora que es y pusiéramos toda nuestra atención en el aquí y el ahora, ¿qué sucedería? ¿Qué cataclismo se  nos vendría encima?

Es la rueda inacabable de hacer, hacer, todo el rato estar haciendo algo. No poder estar parados porque estar parados es perder el tiempo. Con la atención constantemente puesta en las cosas por hacer o en cumplir las cosas programadas, es imposible percibir el entorno: el canto de un pájaro, la luz dorada del otoño sobre las plantas del salón. Es imposible recibir algo imprevisto con ilusión, cualquier interrupción en nuestro orden cerrado la percibimos con irritación porque nos frena, nos invade y nos hace perder el tiempo. El nuestro, que siempre es más importante que cualquier otra cosa. 

En un fantástico paseo improvisado por Barcelona, Agustina Guerrero nos invita a disfrutar de la soledad sin hacer nada, algo en apariencia sencillo pero que a veces se vuelve toda una hazaña en este mundo acelerado donde imperan la productividad y la ansiedad. «No suelen enseñarnos a mirar». La mirada siempre está pensada para extraer algo del objeto, una información con la que formarnos un juicio. Mirar por el placer de mirar es otra cosa. Es detener el tiempo para ver lo que elegimos ver. Para hacer de lo que miramos una parte de nosotros. 

Hoy es un homenaje a los momentos de calma y silencio que necesitamos para mantener viva la capacidad de maravillarnos ante las cosas cotidianas y reales que nos rodean, disfrutarlas sin pensar en nada más, ni en lo que vino antes ni en lo que viene después. Aunque no haya ninguna urgencia real, todo nos impulsa a vivir corriendo. Y, sin embargo, en el fondo sabemos muy bien que «el verdadero lujo es vivir despacito». 



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