La vida cañón. La historia de España a través de los boomers. ¿Los boomers? ¿Quiénes son los boomers?, me preguntan a veces algunas señoras (los señores no preguntan nunca casi nada) al ver el título. Los boomers son aquellas personas nacidas entre 1950 y 1965, suele ser mi respuesta estándar. Pero este libro amplía la definición con desparpajo y humor admirables y merece mucho la pena atender a todos sus aspectos. Boomers son las personas que pertenecen a la generación que más riqueza posee en España. Boomers son la «gente que cree que ya ha superado todos los escalones de la vida, y que en vez de intentar entender algo, lo critica». Boomers son los compañeros de trabajo con doce trienios que cobran el triple de lo que gana el millennial que les enseña a hacer facturas en excel. Boomers son los familiares que siempre tienen virus en el ordenador y que cambian de móvil cada dos años porque se les bloquea, pero siguen abriendo con alegría despreocupada todo archivo desconocido de remitente desconocido que les llega.
¿Que el porcentaje de jóvenes propietarios ha descendido del 69% al 32% entre 2011 y 2022? Boomers son los que dicen que la culpa es de esta generación, que no se priva de nada. No como la suya, que se sacrificó cuando tocaba (sacrificarse es un verbo muy muy boomer). Boomers son los que explican a sus hijos que si no consiguen casa propia es porque se gastan su sueldo en Spotify y Netflix (con paquete familiar para que los propios boomers las usen gratis, por supuesto), que si no ahorran es porque se van de vacaciones al extranjero y que si aquel concierto y la cañita del viernes y no me digas que otros vaqueros con la cantidad de ropa que tienes, si es que sois unos caprichosos.
Boomers son los que se criaron en la precariedad de la dictadura, se subieron a la ola del boom económico de la democracia, entraron en el club selecto de los propietarios gracias a unas condiciones económicas favorables que ya han desaparecido, tuvieron un trabajo para toda la vida, y ahora son la generación que más dinero tiene y mejor puede permitirse vivir la vida cañón mientras el mundo que dejan a sus hijos y nietos arde y se ahoga y se vuelve fascista y volátil.
Pero este estupendísimo libro de Analía Plaza no tiene como objetivo demonizar a los boomers, sino recoger una insatisfacción vital de la generación millennial a menudo silenciada por un sentimiento de gratitud un poco tóxica que ha desarrollado hacia sus mayores. No se trata de culpar a los boomers de los problemas de los millennials y los zetas, ni mucho menos de los problemas globales del mundo entero (los culpables ya sabemos que son los grandes especuladores de vivienda y recursos —casi todos boomers, sí, pero una parte muy pequeña de los boomers— que, con el apoyo de bancos y gobiernos, extraen masivamente la renta y los recursos de las clases obreras para engordar sus beneficios millonarios, parasitando la sociedad).
No se trata de demonizar a los boomers, sino de desmontar el relato que se han formado de sí mismos, un relato meritocrático que dice que ellos se esforzaron mucho más, que lo tuvieron mucho más difícil que los que vinieron después, que hicieron mil sacrificios, que merecen absolutamente todo lo que tienen y más y que si sus hijos y nietos no logran alcanzar al menos lo mismo que ellos es sencillamente porque no se esfuerzan lo suficiente. Es un relato con el que los boomers, rechazando admitir su privilegio, se erigen en proveedores caritativos de sus menores, a los que ayudan culpándolos de muchos de sus males. Y sus hijos y nietos no pueden dejar de reconocer esa deuda perpetua, una deuda que nunca podrán terminar de pagar a unos padres y abuelos que no pierden ocasión de darles lecciones sobre cómo enderezar sus vidas torcidas, transmitiendo la idea de que si siguen por ese camino no están ni estarán nunca a la altura.
Esa ayuda enjuiciadora desde un privilegio que no reconocen es el origen de buena parte de la pegajosa conflictividad intergeneracional que nos late como una fiebre en la sangre compartida de la mayoría de las familias. Y desmontando ese relato, ese mito generacional que tanta fricción provoca, quizá podamos encarar los problemas de cada generación con solidaridad y no con caridad, de una forma más saludable y más igualitaria.

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