jueves, 27 de febrero de 2025

BLANKETS y RAÍCES DE GINSENG

Craig Thompson publicó Blankets con algo menos de treinta años. Dos décadas después, con Raíces de ginseng ha vuelto a su infancia para completar una historia importante que no había contado. Ambos cómics son en buena medida autobiográficos y ahondan en las consecuencias de una educación cristiana estricta en Wisconsin. Una infancia que oscila entre el anhelo de la pureza que ofrecen las enseñanzas del dios cristiano y la culpa y el pecado con los que esas mismas enseñanzas castigan cualquier desviación del tortuoso e imposible camino a la pureza. En Blankets esa infancia dio paso a una historia de amor fulgurante que rompió con ciertas normas. En Raíces de ginseng, la infancia es un recuerdo al que no se puede volver aunque el anhelo de raíces esté siempre presente. 

No conocía a este autor y he leído las casi mil páginas de estos dos cómics del tirón. Me han encantado. Tiene una capacidad expresiva fantástica y describe muy muy bien esa infancia tan especial en una granja de Wisconsin, una infancia como un agujero del que solo se puede salir soñando. Salvando las distancias, es muy fácil reconocerse en la soledad inabarcable del protagonista, que solo se le vuelve habitable a través del arte. Y, más tarde, a través del amor. Pero qué amor puede cargar con la responsabilidad de sanar una infancia así, de llenar de presencia y de futuro una soledad así. 

Blankets también es la historia de una educación sentimental grunge en los noventa. Con su estética ambigua que desafiaba la masculinidad tradicional, cuántos chicos se exponían al acoso machista por llevar el pelo largo o no jugar a ningún deporte. Y cuántos hemos escuchado a Nirvana pensando con catorce años que no había futuro, o que el futuro era ese momento, esa canción, un espíritu adolescente que solo en sueños puede salir de su crisálida y expandirse. 

Blankets es realista y mágico, sencillo y preciosista. Tiene una imaginación y una libertad expresiva maravillosas. Raíces de ginseng mantiene muchos de estos rasgos, transformados para describir realidades ajenas al mundo interior del narrador. Trata sobre la brecha social en Estados Unidos, sobre la desaparición de las granjas familiares provocada por la agricultura corporativa, sobre las propiedades medicinales del ginseng como metáfora de la necesidad de sanar que tiene nuestra economía global. Cuenta una infancia humilde y muy religiosa combinada con el trabajo infantil. Diez años cosechando ginseng, cuarenta horas semanales todos los veranos, marcan una infancia. Pero los recuerdos siempre transforman la realidad y, mediante su arte, el autor busca unas raíces que den sentido a lo vivido. 

En los dibujos de Thompson hay elegancia, delicadeza y una sensibilidad cuyo espacio seguro no existe en nuestras sociedades ásperas, ruidosas y viscerales. Un anhelo constante de encontrar en el amor o en los recuerdos ese refugio de suavidad y conexión profunda que no es de este mundo. 



lunes, 24 de febrero de 2025

SILENCIOS QUE MATAN

Igual que hay cirujanos que a la hora de operar miran al paciente y solo ven carne, tripas, venas y tumores, Mae, cuando mira a la gente, lo único que ve son secretos. Secretos que ya conoce o que, tarde o temprano, acabará conociendo. Muy pocos secretos se le resisten. Son la materia prima de su trabajo. Con ellos seduce y disuade. Con ellos presiona y mercadea. Con ellos transforma la realidad a capricho de sus jefes y clientes. Con ellos distorsiona la realidad y apuntala la injusticia. A veces se pregunta si podrá en algún momento hacer algún bien que la termine resarciendo de todo el mal que ha provocado o consentido. 

Basta cruzar una vez el muro invisible de la legalidad que nos mantiene a todos a raya para dejar de percibirlo para siempre. Y, a partir de ese momento, entrar en casas ajenas forzando cerraduras se convierte en algo tan natural como tomar un café en una terraza. 

Nadie dice nada, pero todo el mundo cuchichea. Todo el mundo sabe que en el origen de toda fortuna se esconde un delito. Y el delito se da por hecho. Es algo connatural, es una lógica tan extendida que ya ni se piensa en ella. Y para hacer que todo siga así existen organizaciones como las que dan nombre a la Bestia, un conglomerado de empresas con múltiples ramificaciones que se dedican a lavar la cara y proteger la reputación de poderosos que se saltan la ley. A veces, Mae se pregunta qué hace trabajando ahí. A veces. 

Esta es una de las mejores novelas negras que he leído en mucho tiempo. En ella se mastica el calor pegajoso y asfixiante de Los Ángeles. Sunset Boulevard arde y se ensucia a diario del humo que sale de los incendios. La meca del cine y del glamour y del eterno verano es un escenario que esconde entre bambalinas violencia e impunidad. Las bandas organizadas operan fuera y dentro de la policía. Hay miedo. Hay adrenalina. Hay velocidad. 

Mae es una protagonista fantástica, una mujer que puede ser fría y dura mientras arde por dentro. Me ha recordado por momentos a Huntington Beach, de Kem Nunn, o a Una mujer inoportuna, de Dominick Dunne, además de a las novelas de James Ellroy y de Michael Connelly. Jordan Harper ha escrito una novela que apela a nuestro presente constantemente. Cuando la verdad se pliega al capricho de quien tiene el poder para imponer su relato, cuando la verdad deja de contar, perdemos una parte de lo que nos conecta y hermana con nuestros semejantes. Una parte de nuestra humanidad se muere. Y, por muy duros y fríos que hayamos aprendido a ser, lo que al final nos salva es lo que nos hace arder por dentro. 






jueves, 20 de febrero de 2025

¿QUIÉN TEME AL GÉNERO?

Hace unos años una amiga me preguntó si yo sabía lo que era ser un hombre. Le respondí que no tenía ni idea. Hay tantas formas de ser un hombre como hombres en el planeta, pensé, ¿cómo va a haber una sola respuesta a eso? Su pregunta fue el hilito de lana que por fin empezó a sobresalir claramente de la madeja compacta y laberíntica que es el género, y desde entonces no he dejado de tirar de él y de enredarlo y desenredarlo de múltiples maneras para pensar en cómo el género y su fluidez pueden definir quién creo que soy. 

Millones de personas en todo el mundo desconfían de lo que las élites de derecha llaman «la ideología de género», esa idea que defiende que el género es una construcción social y un espectro, y que nuestra identificación absoluta con un género concreto viene dada por la sociedad y no determinada por la biología. Meloni dijo hace pocos meses que los defensores del género nos van a despojar de nuestra identidad, azuzando el miedo y la indignación entre quienes consideran la identidad sexual como la columna vertebral de su propia identidad. Y mucha gente piensa como ella. Alrededor de esta fobia al género se condensa un surtido variopinto de ansiedades colectivas que, a menudo, nada tienen que ver con el género mismo, pero que sirven para apuntalar la educación basada en estereotipos de género y discriminar a las minorías que no se reconocen en los patrones tradicionales asignados a hombres y mujeres. 

Judith Butler escribe este ensayo en defensa de la igualdad y la justicia de género y sexual. Intenta desenmascarar ese tremendo miedo al género y sus usos políticos para denunciar la censura, la distorsión y la política reaccionaria que potencia. «Derrotar a este fantasma tiene que ver con reafirmar cómo amamos, cómo vivimos en nuestro propio cuerpo, el derecho a existir en el mundo sin miedo a la violencia ni a la discriminación, a respirar, a moverse y a vivir». 

Quizá lo más terrible de este movimiento mundial antigénero sea que creen actuar por el bien de los demás. Utilizan una sintaxis incendiaria para acusar al género de ser «la semilla de la destrucción». Este delirio apocalíptico aparece en boca de múltiples actores políticos, desde el papa Francisco hasta cualquier político de derecha y extrema derecha de cualquier país, pasando por las personas que defienden el feminismo transexcluyente. 

«¿Cómo es posible que formas de sadismo moral compartido y creciente se hagan pasar por un orden virtuoso?». ¿Que la discriminación, el odio, el asco, la indignación más hirviente vayan contra colectivos que solo quieren que su existencia no esté permanentemente amenazada? En la retórica antigénero y, en general, en las retóricas de derecha y extrema derecha, hay una euforia sádica por liberarse de las restricciones éticas. Se ve hoy en día, por ejemplo, en el rechazo que Israel y todos los países cómplices de sus políticas agresivas demuestran hacia poblaciones minoritarias y ajenas a su identidad. Lo ajeno, lo que encarna lo otro, no merece los derechos universales que la comunidad privilegiada sí merece. Se ha roto el consenso, si es que alguna vez realmente lo hubo, sobre los derechos universales. Hay derechos para los que tienen el poder de imponerlos para sí mismos mientras se los arrebatan a los que consideran extraños. La defensa del yo, de la tribu, de la comunidad cerrada, provocada por el miedo a lo desconocido, y su consiguiente rechazo, es la espina dorsal del pensamiento reaccionario. Un pensamiento que no solo vota a las derechas. Y que no solo ya no se esconde, sino que alardea de su sadismo porque de él obtiene rentabilidad política, como contó Mauro Entrialgo en su libro Malismo. La ostentación del mal como propaganda.  

Como ya denunciada Shon Faye en Trans, en la aversión por la diversidad de género late el miedo a la pérdida del poder patriarcal (tanto en el ámbito público como en el privado), a la pérdida de la supremacía blanca, a la pérdida de unos valores asociados al privilegio tradicional. La ampliación de las identidades de género es una de las revoluciones más importantes de nuestro tiempo. Ignorarlas o intentar prohibirlas es un esfuerzo inútil que solo va a crear sufrimiento y enfrentamiento. No van a desaparecer. Son una realidad incuestionable. Y no hay ningún pasado patriarcal imaginario en el que no existan al que volver. Quizá sea hora de aceptar el presente en el que vivimos y el futuro al que vamos. Será mucho más diverso, plural e incluyente que el pasado. Y habrá que celebrarlo. 

No tengo ni idea de lo que significa ser un hombre, le respondí a mi amiga. Y, lo que para muchas personas podría ser una declaración de un trastorno de la identidad, para mí es una continua fuente de inspiración y aprendizaje. 



 

lunes, 17 de febrero de 2025

MALISMO

Vivimos en la era de la crueldad normalizada. Ser un cabronazo está de moda. Así que basta de buenismos y cultura woke: es hora de sacar la furia del armario. Esa que llevamos arrastrando desde la infancia y que, como adultos, parecía que había que esconder. Se acabó. Es la época del sincericidio. Si la comida de tu madre no te gusta, se lo dices a la cara y que aprenda para la próxima vez. Y con la cabeza bien alta. Qué es eso de poner buena cara y dar las gracias solo por que te haya invitado a comer y luego te lleves tápers para toda la semana. Lo que molaría de verdad, después de pasar la tarde insultando y amenazando a todo dios en el grupo de Telegram, sería poder salir a la calle y repartir hostias como en los buenos viejos tiempos de los bajos de Argüelles. O irse a Gaza a tirotear palestinos y luego postearlo en Facebook como los soldados israelíes. A ver si el próximo genocidio nos pilla más cerca de casa. Cómo nos íbamos a reír. Vivimos en la era de la crueldad normalizada. De los criminales que nos representan. Seamos cabronazos de verdad, que está de moda. 

Este libro pone nombre a un fenómeno en auge: la ostentación del mal como propaganda. Trata sobre los insultos que se popularizan, se imprimen en tazas, camisetas y pegatinas y generan votos. Sobre los delincuentes y criminales de guerra que se admiran y se convierten en ejemplos a seguir. El problema de cometer un delito ya no es moral, es dejarse pillar. Mientras no te pillen ni te puedan condenar, serás una inspiración para los demás y tus fechorías serán no solo respetadas sino aclamadas. El rey emérito y la presidenta de la Comunidad de Madrid son dos buenos ejemplos. Pero no se les aplaude especialmente por sus virtudes, que casi nadie reconoce sinceramente, sino por oposición a quienes se atreven a cuestionarlos. 

Mauro Entrialgo nos habla de cómo las palabras se han convertido cada vez más a menudo en armas arrojadizas que impiden cualquier debate. Palabras como woke, que ahora está de moda, ese significante vacío en el que cabe cualquier cosa que huela a progresismo, o simplemente a derechos humanos, desde el feminismo, el antirracismo o la libertad sexual hasta la lucha contra el cambio climático. 

Pone múltiples ejemplos de la jactancia con la que los ricos presumen de su riqueza a la vez que desprecian a los pobres por tontos. Es el triunfo total de la meritocracia, esa forma narcisista de pensamiento privilegiado que defiende que todo el éxito es por mérito propio y las desgracias, culpa de los demás por no haberse esforzado. 

En realidad, estamos cada vez más acostumbrados al malismo. Y este no para de crecer. «La dosis de barbarie del espectáculo debe ser cada vez mayor para conseguir los mismos resultados ante una audiencia curtida en redes con una dieta rica en despropósitos». Que representantes públicos nacionales hagan peinetas a su público, que presentadores de televisión insulten a los concursantes, que youtubers humillen a trabajadores precarios para subir su audiencia, que grandes empresas se rían abiertamente de los clientes a los que estafan, que partidos políticos conviertan sus exabruptos de matones de instituto en lemas electorales o que iglesias cristianas consagren el enriquecimiento personal a costa de las personas desfavorecidas ya no nos indigna especialmente. Se ha convertido en nuestro paisaje de la inmoralidad cotidiana. 

¿Cómo se combate al malismo? Quién sabe. Los caminos para recuperar la dignidad son tortuosos. Pero aprender a identificar sus manifestaciones y ponerles nombre puede ser el primer paso. 







jueves, 13 de febrero de 2025

LA ASISTENTA

Como tanta gente, crecí con la idea de que leer libros te hacía más inteligente. Había un objetivo en todas esas horas pasando páginas. Formarse un criterio. Ser más culto. Más sabio. Mejor. Y, por lo tanto, había que escoger los libros que te dieran esa sabiduría y ese criterio. Clásicos, por supuesto. Pero también todo aquello que alimentara la frondosa selva intelectual que toda persona de bien debía tener dentro de su cabeza. El placer venía siempre después. Venía de haber leído, de haber atesorado lecturas, apuntándolas en fichas con el placer de los viejos avaros que se frotan las manos mientras ven crecer sus pilas de monedas de oro. 

Crecí con la idea de que leer para entretenerse era una pérdida de tiempo. Algo así como ponerse delante de la tele y hacer zapping para ver qué hay. ¡Horror! Leer era un acto de voluntad para sumar conocimiento. Y todo lo que no suma es una herejía en cualquier contabilidad lectora. El placer por el placer, qué subversión tan poco capitalista. 

Me he zampado casi del tirón la trilogía de la asistenta diciendo que era mi placer culpable. Pero la verdad es que no sentía culpa ninguna. ¿Que no me ha aportado más conocimiento? Quizá. ¿Que no he salido de la lectura más sabio, más culto o mejor? Quizá. ¿Que no he añadido ninguna ramita a la selva de mi cabeza? ¿Y? Me lo he pasado requetebién: ¿para qué pedirle más a un libro?

Varias personas se han quejado en la librería de lo malos que son. Hablan de calidad literaria, de estilo. Y yo me pregunto: ¿te quejarías de que no tienen un foie gras al punto en la tapería vegana con dos mesas que han abierto en la esquina de tu barrio? ¿Por qué no pruebas algo de lo que sí ofrecen y te dejas sorprender? A ver si el problema va a ser una expectativa desubicada y no una oferta no cumplida. 

Yo me quedo con la capacidad que tiene Freida McFadden de hacer que se pare el tiempo y que ninguno de estos libros te dure más de dos días. No es tan fácil hacer eso. Con un estilo desenfadado, ligero, con un humor mordaz que engancha y una trama intrigante al estilo de Perdida, de Gillian Flynn, o Big Little Lies. Y, por supuesto, con los temas que trata: manipulación psicológica, perversión, luz de gas, clasismo salvaje, psicopatía, y, por encima de todo, una heroína de novela que me ha recordado, en su afán por vengar la violencia contra las mujeres, a aquella inigualable Lisbeth Salander. 





lunes, 10 de febrero de 2025

UN MOMENTO DE TERNURA Y DE PIEDAD

Esta novela es demasiado. A veces es demasiado. Pero, en realidad, no. «Nada es lo suficientemente excesivo en esta vida», dice la dulce asesina enamorada. Y empieza así: «Mi madre es divina y suicida, como las mujeres norteamericanas de los años cincuenta que se cansaban de sus maridos y metían la cabeza en el horno en el que iban a hacer la tarta de cumpleaños». 

La mujer que nos habla gana dinero matando abuelas por encargo de sus hijos. Dulcemente, sin sufrimiento. Unos polvitos en el zumo, un escape de gas repentino. Con ese dinero le paga la residencia psiquiátrica a su madre. Una madre que lleva muchos años intentando suicidarse. Desde incluso antes de ser madre. Divina y suicida. Y todo va bien, o todo lo bien que le puede ir a una mujer con ese oficio y esa madre, hasta que le encargan matar a una abuela que no es como las demás. 

No sé muy bien cómo describir esta novela. Me ha recordado al realismo sucio y a ciertas mujeres rotas y dulces de las películas antiguas de Almodóvar. Pero mi educación de burguesito educado en conservatorios de música clásica no me ha dado un lenguaje para describir lo que siento. Y no es justo. Como si Mozart nunca hubiera tenido las uñas sucias ni hubiera coqueteado con canallitas. Pero voy a intentarlo. Y seré breve. 

Esta novela me ha dado una sensación poderosa de libertad. De ventanas abiertas y lenguaje ligero y volar, volar, volar. Irene Cuevas tiene el don de contar lo más doloroso con una sonrisa traviesa y que la medio risa y la tragedia sean un improbable y perfecto dúo sobre el escenario. Pocas novelas tratan tanto sobre la muerte (la muerte dura y amarga y sin trascendencia) y son tan divertidas y están tan rabiosamente vivas. Y transmiten tan bien la infinita necesidad de luz y ternura de los corazones desgastados por la penumbra.

Irene Cuevas ha escrito una novela divertida, tierna, negra, atrevida, cotidiana y estrafalaria y alocada como la vida misma. A veces es demasiado. Pero, en realidad, no. «Nada es lo suficientemente excesivo en esta vida», dice la dulce asesina enamorada. Y cuántas veces es así. 





jueves, 6 de febrero de 2025

EL CANTAR DEL PROFETA

«Si cambia la propiedad de las instituciones, entonces se puede cambiar la propiedad de los hechos, se puede alterar la estructura de lo que se cree, aquello en lo que se está de acuerdo, eso es lo que están haciendo, Eilish, es así de sencillo, el PAN está intentando cambiar lo que tú y yo llamamos realidad, quieren enturbiarla como si fuera agua, si dices que una cosa es otra y lo repites lo suficiente, entonces debe de ser así, y si sigues diciéndolo una y otra vez la gente lo acepta como verdad». 

Las críticas han comparado esta novela con 1984 de Orwell, o con La carretera de McCarthy, y no es una exageración. Es un portento de intensidad, de lirismo y de crudeza en su brutal denuncia de lo que puede hacer un Estado que no respeta los derechos de sus ciudadanos. Aquí estamos en un tiempo indeterminado pero en una Irlanda muy real en la que el Estado se ha convertido en una amenaza. Una amenaza para la vida cotidiana, para la luz de las velas, para el sueño de los niños. Una sombra que repta por la pared y alarga sus dedos invisibles para arrebatar, casa por casa, la paz del sueño de los niños. «¿Qué es el mundo para un niño cuando se puede hacer desaparecer a un padre sin una sola palabra?». 

La escritura de Paul Lynch avanza a ráfagas, como frases zarandeadas por el viento de invierno. La ensoñación tiñe cada capítulo con vetas cada vez más oscuras. Todo es irreal, pero al mismo tiempo todo resulta aterradoramente familiar. Los cómplices necesarios para cualquier estado de excepción, por ejemplo. Ya los vimos durante la pandemia. Esos policías de la moral señalando detrás de los visillos, listos para denunciar a cualquiera que no cumpliera a rajatabla todos y cada uno de los protocolos. Y han estado siempre ahí, todas esas personas contagiadas de la prudencia exacerbada y de la obsesión por cumplir las normas. Todas envenenadas de la pasión por obedecer y hacer que los demás obedezcan. Todas dispuestas a escandalizarse ante cualquier conducta que denote falta de miedo o improvisación. Todas dispuestas a culpar de lo que les ocurra a quienes no previenen, a los que se arriesgan y se creen que pueden vivir en el mundo sin anticipar desastres a cada momento. Ay de los que han decidido vivir pensando que son libres. Ay de los que todavía no viven dominados por el miedo. 

La protagonista es una mujer, bióloga molecular, directiva de una compañía biotecnológica, con un bebé, un niño de primaria, una chica de secundaria y un chaval que va a cumplir diecisiete. Y un marido sindicalista que un día no vuelve de una manifestación. Contempla cómo la vida parece existir al margen de los acontecimientos, cómo la gente vive encarcelada en la ilusión de lo individual: mientras yo llegue a casa hoy y cene delante de la tele como siempre a quién le importa nada más. 

«Te quitan algo y lo cambian por silencio y te enfrentas a ese silencio todos y cada uno de los instantes que estás despierta y no puedes vivir, dejas de ser tú misma y te conviertes en una cosa ante ese silencio, una cosa que espera que el silencio acabe, una cosa de rodillas que suplica y le susurra toda la noche y todo el día, una cosa que espera que lo que fue arrebatado se le devuelva y solo entonces podrás retomar tu vida, pero el silencio no termina, ¿sabes?, dejan abierta la posibilidad de que lo que quieres te sea devuelto algún día, así que sigues sometida, paralizada, obtusa como un cuchillo viejo, y el silencio no acaba porque el silencio es la fuente de su poder, ese es su significado secreto». 

Las críticas han comparado esta novela con obras clásicas de ciencia ficción y lo entiendo. Es así de aterradora y magnífica. Y, al mismo tiempo, no lo entiendo. Basta con leer las noticias por encima y tener un poco de humanidad para darse cuenta de que todo lo que se cuenta en esta novela, todo el terror y la barbarie y la violencia y la indefensión y la locura y «el profundo miedo negro que vive en la sangre», todo ello y mucho más es lo que llevan viviendo miles y miles de palestinos desde hace mucho tiempo, pero especialmente desde octubre de 2023. Críticos blancos occidentales: esta no es una profecía oscura sobre el terrible poder que un Estado totalitario puede desplegar en nuestros países acomodados, esta es una realidad que ya está sucediendo delante de vuestros ojos con el apoyo explícito de nuestros gobiernos y no queréis verla. 





lunes, 3 de febrero de 2025

EL DÍA DE AÑO NUEVO

Siempre es un placer especial volver a Edith Wharton. A la exquisitez y la agudeza con las que sobrevuela con tanta naturalidad las cerriles mentes que nos rodean y nos gobiernan y tratan de imponernos su moralidad caduca y asfixiante.

Y es que sobre moralidad caduca y asfixiante trata esta pequeña novela que se devora de una sentada. Sobre la maledicencia, ese trastorno psicológico tan extendido que consiste en encontrar un placer íntimo en señalar los defectos ajenos y hablar mal de los demás. Muchas personas, gracias al uso y abuso continuados de este placer, llegan a desarrollar una verdadera enfermedad que afecta profundamente a su manera de hilar pensamientos, de tal forma que la única conversación verdaderamente interesante, la única merecedora de durar y durar en las reuniones familiares, es la que deja en mal lugar a otras personas. Ah, qué infinito placer convertir a los demás en pequeñas caricaturas moldeables para que se adapten a nuestros prejuicios y queden siempre un escalón por debajo de nuestros méritos. Porque si los demás tienen faltas criticables y nosotros nos damos cuenta y las señalamos, también nos estamos diciendo a nosotros mismos y a los demás que somos mejores que ellos. Hablar mal de los demás es la forma indirecta y automática que tenemos de presumir sin llamar demasiado la atención. 

El Nueva York de 1870, el «viejo Nueva York», era una sociedad regida por las apariencias. En un siglo y medio han cambiado mucho las costumbres, pero no el vicio de tratar de disciplinar a los demás a través de la crítica constante. Tanto entonces como ahora son multitud las personas que no quieren que el mundo cambie. Que vivirían felices en una burbuja estática. Con el tiempo detenido. Haciendo todos los días las mismas cosas, viviendo todos los días la misma vida. Personas cuya idea de la decencia vive encorsetada en una época que no saben que terminó hace mucho tiempo. Personas que se sienten amenazadas por la libertad y la alegría de los demás, pues pone en entredicho su vida basada en la renuncia a esa libertad y a esa alegría.  

Esta es una novela elegante para leer en la esquina cálida y acogedora de un salón mientras fuera sopla el aire helado de año nuevo. Y soñar con una mujer que anhela su libertad por encima de la maledicencia de la sociedad que la señala. Una «mujer formidable», admirable y frágil. Un trasunto de la autora que conmueve y fascina por «la infinidad de la belleza y la variedad de sus ardides». Una heroína solitaria que en manos de Wharton se vuelve un personaje atemporal.