jueves, 20 de abril de 2023

EL ACONTECIMIENTO

Annie Ernaux abortó en 1964, cuando tenía veintitrés años. En este libro escrito en 1999, crudo y reflexivo, cuenta su experiencia. O, mejor dicho, recrea su experiencia. La dota de palabras. La convierte en literatura. Años después lo contó también muy bien Sandra Vizzavona en el libro coral Interrupción. Qué importantes son las palabras para nombrar aquello que ocurre y que tiene que ver con la muerte, con la vida y con la dignidad de las personas. 

Hasta 1975 el aborto estuvo prohibido en Francia. El estigma que lo rodeaba contaba con la ley como poderosa aliada. "Era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido. Se juzgaba en relación a la ley, no se juzgaba la ley". Ese embrión no deseado que crecía en ella no había despertado ningún deseo de ser madre. Al contrario, lo percibía como un fracaso social. Un fracaso social que se agarraba a sus entrañas. Una sombra amenazante. 

Me ha parecido una novela hipnótica. Cuando habla del tiempo como amenaza, por ejemplo, del paso del tiempo como una espada de Damocles: "El tiempo se convirtió en una cosa informe que avanzaba por mi interior y que había que destruir a cualquier precio". O como una pesadilla, arenas movedizas que te engullen: "La interminable lentitud de un tiempo que se espesaba sin avanzar, como el de los sueños". 

Cuando habla de "su problema" con un médico, ninguno menciona la palabra aborto. Se trataba de un acto que no tenía lugar en el lenguaje. El estigma, la vergüenza, el pudor, incluso el escándalo, lo apartaban de las cosas que se podían decir, junto a todo aquello que, sin estar en el código penal, estaba igualmente proscrito de las pudibundas costumbres burguesas. 

Me han gustado mucho las reflexiones sobre el arte de escribir. Sobre cómo la escritura fija los recuerdos o los disuelve, volviéndolos de alguna forma más aceptables, privándoles de la intensidad de lo impreciso. 

Y he imaginado muy bien ese año: 1964. Miles de chicas subían a un piso particular, llamaban a una puerta, esperaban en una salita, saludaban a una mujer que no conocían de nada y abandonaban en sus manos su sexo, su vientre y su futuro. Miedo. Inseguridad. Vértigo. No saber qué va a pasar. El desvalimiento de la ignorancia, el desamparo de sentirse aisladas del mundo por el estigma. Por la mirada represora de una sociedad respaldada por la ley. 

Annie Ernaux describe ese momento de extrañamiento absoluto. Se pregunta qué hace ahí. Qué la ha llevado a ese lugar, a ese dolor agudo y esa pesadez en el vientre de después. Nada en su infancia ni en su vida conducía a ese lugar, nada tenía que ver con ese nuevo camino. Describe la soledad, la sensación de estar fuera del mundo, abandonada del mundo. 

Pero su secreto, una vez recuperada, se convierte también en algo sagrado. El final de un camino sembrado de horror y brutalidad, pero también de una extraña belleza. La belleza de los navegantes solitarios, de los ladrones, de aquellos que se enfrentan en soledad a peligros y experiencias que la inmensa mayoría de la gente ni siquiera es capaz de imaginar. Orgullo, también. Y es en parte ese orgullo de la superviviente lo que la hizo escribir este libro. 







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