lunes, 18 de septiembre de 2017

LOS COLORES DE NUESTROS RECUERDOS

Recuerdo una playa. En invierno. Una playa interminable, atlántica, batida por el viento. Una playa desde la que podría despegar un avión cargado de vida y calor para no volver. Una playa sin gente, sin voces. Arena y agua difuminadas por la distancia y el frío. Parecería un sueño, uno de esos recuerdos que no han nacido de una experiencia sino de un duermevela, un deseo impreciso o una premonición. Parecería una invención, un fotograma de una película convertido en algo mío por apropiación poética y sentimental. Parecería una playa imaginada, si no fuera por sus colores. La imaginación no tiene colores como esos. Grises, verdes, azules, amarillos, marrones, todos lavados y difuminados por el viento y el agua, pulidos como las piedras planas de los riachuelos, mezclados una y otra vez en finísimas líneas horizontales que apenas determinan el horizonte, el mar y la arena. Colores tan palpables como la caricia insistente de un niño, tan imprecisos como una sonrisa a cien metros de distancia. Colores que sonaban a viento y silencio, que tocaban mi piel con dedos de invierno y olían a mar y a soledad. Esos colores, anclados con una fuerza inquebrantable en mi memoria, me dicen que esa playa es real. Apuntalan el recuerdo. Lo sostienen. Son su corazón y su vida. 

En este ensayo autobiográfico, Michel Pastoureau nos lleva por anécdotas de su vida para enseñarnos hasta qué punto los colores transforman y estimulan nuestra memoria y nuestra vida. Es un libro lúdico, poético, nostálgico, lleno de ocurrencias sorprendentes. Los colores nos enseñan a recordar, a disfrutar y a soñar. Son lugares de memoria, fuentes de placer y una continua invitación a dejarse llevar por la fantasía. No sólo cambian la realidad. Además, ellos mismos, y nuestra forma de interpretarlos, están en perpetuo cambio. 

Cuando hablamos de colores cálidos, casi todos pensamos en el rojo, el amarillo, el naranja, incluso ciertos verdes. El azul, el violeta o el gris los consideramos colores fríos. Pero no siempre ha sido así. En la Edad Media el azul era un color cálido, no se asociaba con el agua, más vinculada al verde. Hasta el siglo XII el azul fue un color ignorado o, incluso, evitado. Ni los griegos ni los romanos tenían una palabra precisa para definirlo y lo consideraban de mal gusto, propio de bárbaros. Sin embargo, hoy en día, casi la mitad de la población occidental lo considera su color favorito. Que nuestro color favorito sea un color que consideramos frío, ¿dice algo de nosotros como sociedad?

Una de las cosas que más llaman la atención al llegar al África subsahariana es el color. La ropa, los carteles, los edificios, la explosión de color de las calles impacta brutalmente en cualquier retina occidental acostumbrada a otra luz. En comparación, la mayoría de ciudades europeas parecen lugares monocromos, asépticos, donde predomina la frialdad grisácea e impoluta de un quirófano o una sala de espera de un aeropuerto. Para muchos subsaharianos, además, los colores son lisos o rugosos, blandos o duros, secos o húmedos, y estos parámetros importan más que los matices de una tonalidad. Que vivan en un mundo lleno de colores cálidos y distingan en ellos esta variedad de matices, ¿dice algo de ellos como sociedad?

Michel Pastoureau

Los colores son símbolos. Como tales, están sujetos a todo tipo de interpretaciones. Y estas están determinadas por nuestra educación cultural. El rojo es Caperucita, la prohibición de los semáforos, los neones sexuales de Amsterdam o las políticas de izquierdas. El negro es el clero, los jueces, los árbitros, es decir, la autoridad, pero también el diablo de los cuentos, el mal fario de los pobres gatos, la ropa de duelo, la elegancia, la muerte. Los colores son conceptos, ideas. Los nombramos con palabras, etiquetas caprichosas y limitadas que varían en el tiempo y en el espacio y que a menudo tienen poco que ver con la realidad que describen. El color es luz, materia, percepción y sensación encerradas en una sola palabra. 

Una palabra. Una playa. Interminable, atlántica, batida por el viento. Un recuerdo que sobrevive gracias a la poderosa persistencia de los colores en la memoria. 



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