Con una escritura elegante, Sheila Kohler nos trae un testimonio inquietante, por varias razones: la violencia contra las mujeres, ejercida por los maridos de las dos hermanas protagonistas, y las actitudes racistas de las familias privilegiadas en Sudáfrica. Es una historia perturbadora, trágica, que revela el inconformismo de una mujer joven descendiente de una familia de Baviera.
Nacida en un entorno de gente millonaria en la Sudáfrica del apartheid, a pesar de su educación cultural europea en París y Venecia, le parecen normales las leyes que del gobierno sudafricano que segregaban a sus habitantes según su raza. Según estas leyes, los negros y los blancos no vivían en los mismos barrios, no estudiaban en los mismos colegios ni pasaban las vacaciones en los mismos lugares. El propósito era conservar todo el poder para la minoría blanca (que no era más que el 21% de la población). En otras condiciones habría perdido su posición de privilegio.
¡Hasta qué límites la educación recibida condiciona las actitudes y fomenta las creencias más erróneas e injustas! Esas personas que de forma tan poco ética consiguieron y siguen consiguiendo hoy ingresos millonarios a costa del trabajo esclavo de sus semejantes, ¿dónde guardan su conciencia? La madre de la escritora de esta novela, como muchas, acabó alcohólica porque en su vida no había intereses que la ocuparan. Hasta 1992, el apartheid, aquel crimen contra la humanidad, fue legal. Recordar estas realidades a través de las experiencias vividas es importante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario