Simón Radowitzky fue un anarquista ruso de origen judío. De adolescente hizo de enlace sindical en varias fábricas en el sur de Rusia y con apenas catorce años participó en la revolución fallida de 1905 hasta que, buscado por la policía secreta zarista, se vio obligado a huir a Argentina. En Buenos Aires entró a formar parte de los círculos anarquistas y sufrió la brutal represión de la policía durante la llamada Semana Roja en 1909, en la que murieron asesinados decenas de manifestantes que celebraban en las calles el 1 de mayo. Pocos meses después organizó en solitario el atentado que acabó con la vida de Ramón Falcón, jefe de la policía y responsable de la represión de los sindicatos y de las matanzas indiscriminadas de la Semana Roja. Radowitzky fue detenido y condenado a pena de muerte, conmutada en cadena perpetua por no haber cumplido aún dieciocho años. De los veintiún años que pasó en el penal de Ushuaia, en los confines argentinos de Tierra del Fuego, Simón Radowitzky, el preso 155, permaneció casi la mitad en celdas de aislamientos, las llamadas "heladeras", y, a la vez que sufría continuas torturas por parte de sus carceleros y contraía tuberculosis, se convirtió en un símbolo de las protestas obreras anarquistas en todo el mundo. Fue indultado en 1930, tres meses antes de un golpe militar de corte fascista que, sin duda, hubiera acabado con su vida, y, expulsado de Argentina, emigró a Montevideo. Enfermo de paludismo, viajó a España para luchar por la República contra las tropas franquistas, fue internado en un campo de concentración en el sur de Francia, y terminó sus días en México, trabajando en una fábrica de juguetes y editando revistas para el movimiento anarquista internacional.
Simón Radowitzky se pasó la vida escapando de una jaula a otra. Buscando alguna cuyos barrotes le dejaran respirar y moverse con la libertad necesaria para luchar contra la injusticia. Se convirtió en un mito, muy a su pesar, gracias a su extraordinaria capacidad de resistencia. Mientras sus compañeros de cautiverio morían o se volvían locos, él se aferró a su ideal, a su identidad anarquista, y la convirtió en su escudo contra las palizas y las violaciones, en su arma contra aquellos que querían doblegar lo que representaba y sólo consiguieron destrozar su cuerpo.
La vida de este anarquista mítico ha encontrado en los dibujos del argentino Agustín Comotto una plasmación a la altura de su intensidad. Me maravillan sus personajes en blanco y negro, perfilados con trazos duros y definidos, y el uso de la acuarela en manchas rojas para expresar dolor o añoranza me parece un recurso de una potencia expresiva fabulosa que no había visto nunca antes. Narrada en flashbacks desde la cárcel de Ushuaia, y tejida en torno a una imaginada historia de amor adolescente con Lyudmila, la joven ucraniana que supuestamente iniciaría a Simón en los ideales revolucionarios, esta historia de un anarquista sin infancia contiene ecos de la propia historia personal del autor. Agustín Comotto también perdió su infancia en huidas varias, hasta que se exilió con su familia a España en 1976, huyendo de la dictadura argentina. También, como Radowitzky, ha tenido una vida errante y ha vivido dentro de distintos tipos de jaulas.
155 es un cómic poderoso. Importante. Se nota la ambición del autor y su propio dolor en ciertos dibujos y ciertas obsesiones. Es una historia sobre la lucha por la libertad. La lucha por mantenerse firme contra la injusticia, por encontrar un lugar dentro de uno mismo adonde no puedan llegar los golpes ni las ofensas y considerar cualquier sufrimiento como un periodo transitorio hacia esa vida que cualquier ser humano merece, esa "jaula más grande y lo suficientemente infinita como para no encontrar nunca sus paredes".
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