Afortunadamente, nuestras vidas están hechas de accidentes. De desarraigos, de apuestas insensatas, de relaciones suicidas que, por mucho dolor y vértigo que nos produjeran, han conformado con los años lo que consideramos nuestra identidad, y sin las que no seríamos quienes somos. En su momento, esos accidentes nos enfrentaron con una desesperación aterradora, habríamos dado cualquier cosa por poder evitarlos, por seguir la vida trazada y cómoda que pensábamos que nos correspondía. Pero con el paso del tiempo, nuestra forma de superarlos, de levantarnos tras la estrepitosa caída, nos hace sonreír con orgullo: afrontamos la pérdida y el vértigo, y mira qué bien salimos adelante.
Sobre el impacto del desarraigo en la identidad trata esta maravillosa novela de Jhumpa Lahiri, la primera que escribió, hace casi veinte años, y que ahora recupera Salamandra. El impacto del desarraigo en una pareja de bengalíes que emigran a Boston tras casarse y se establecen en un país que no es el suyo. Vuelven a Calcuta siempre que tienen oportunidad, y cuando están en Estados Unidos sólo se relacionan con bengalíes, no tanto para evitar un racismo blanco del que apenas son conscientes, sino por el afán de preservar su cultura intacta en un país cuya cultura les resulta ajena. Sus hijos, nacidos estadounidenses, ven con fastidio esa veneración de sus padres por sus orígenes, y reivindican que su cultura es la que les rodea, la de sus amigos de instituto, la de la televisión y las hamburguesas, la que les acepta como ciudadanos con pleno derecho con libertad para elegir ser quienes quieran.
Jhumpa Lahiri escribe con una intimidad estremecedora. Consigue que las emociones emanen de la descripción, del punto de vista íntimo y delicado con el que percibimos cada pequeño detalle: la comida india, la ropa, el olor de las calles o de la cama de la novia universitaria del protagonista. Presta mucha atención a las comidas, a su significado y su forma de definir formas de ser y de cohesionar familias. Y sobrevuela toda la novela una nostalgia profunda que tiene que ver con la identidad desarraigada de los personajes: desarraigada de un lugar, Calcuta, y de un concepto de familia difuso y cambiante.
Me ha gustado mucho cómo insiste en la pertenencia cultural. Cómo esta puede cerrar puertas en lugar de enriquecer. Los padres bengalíes eligen sus amistades en función de un pasado común mientras que sus hijos prefieren elegirlas en función de sus gustos, con la libertad de no tener que volver una y otra vez a unas raíces que no terminan de ver como propias. Se resisten, de una forma u otra, a que las raíces de sus padres les definan. A que su forma de vivir hacia dentro les impida a ellos vivir hacia fuera, abrazar lo distinto, fundirse en múltiples formas de vivir.
Jhumpa Lahiri |
La identidad cultural es un refugio donde abrazar lo conocido y sentirse a salvo, pero también puede ser una religión limitadora, unos anteojos que no permiten acceder más que a una pequeña parte de la gente y del mundo: aquella que entiende y comparte sus rituales.
Para Ashima, "ser extranjera es una especie de embarazo interminable: una espera perpetua, un carga constante, la continua sensación de no sentirse bien. Es una responsabilidad que no cesa, un paréntesis dentro de lo que en otro tiempo fue una vida ordinaria, que se cierra al descubrir que esa vida anterior se ha esfumado, ha sido reemplazada por algo más complejo y de una exigencia mayor. Como un embarazo, Ashima cree que ser extranjera es algo que despierta la misma curiosidad en los desconocidos, la misma combinación de lástima y respeto".
Su marido, Ashoke, en una excursión a la playa a principios del invierno con su hijo, le dice: "Recuerda que tú y yo hicimos este viaje, que fuimos juntos a un lugar más allá del cual no quedaba ningún sitio al que ir". Ese sitio, un saliente rocoso en el océano, también es su país de acogida, un lugar de destino más allá del cual sólo podrán llegar sus hijos, libres del peso de su tradición bengalí.
El punto de vista de esta novela no es político. La autora explica en el epílogo de una reciente edición británica que hace veinte años no veía la xenofobia como un problema candente. El conflicto no era que un país restringiera la libertad de sus minorías, sino que esas minorías no quisieran disfrutar de la libertad que ese país les ofrecía. Hoy las cosas han cambiado mucho. Y podemos hacer también una lectura política sobre la identidad desde los dos frentes. Jhumpa Lahiri defiende que nuestra identidad es dinámica y está sometida a cambios continuos. Que querer mantenerla fija y cerrada para tratar de salvaguardarla no sólo nos vuelve intransigentes e infelices, sino que la empobrece. Uno de los mayores valores de El buen nombre es que, aunque describa un mundo que en buena medida ha desaparecido, los temas que trata siguen interpelándonos con una vitalidad dolorosa en este mundo nuevo en el que vivimos.
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