jueves, 24 de septiembre de 2020

NO CERRAMOS EN AGOSTO

En ciertas novelas hay lugares de los que me cuesta salir. Pongo el marcapáginas, cierro el libro y me olvido de la trama sin problema, pero ay cómo echo de menos ciertas calles, ciertas playas, ciertos olores. Me ha pasado recientemente con La Habana de Padura y con Toulouse y Plasencia en la última novela de Martínez de Pisón. Pero el lugar donde me he sentido más vivo últimamente ha sido la Barcelona cosmopolita y trepidante de esta novela policiaca de Eduard Palomares. Una Barcelona inundada de turistas, precaria y vibrante, con su zona alta que siempre se enfunda los guantes blancos para no mancharse al mezclarse con la plebe del resto de la ciudad. Una ciudad efervescente que Jordi, nuestro joven detective en prácticas, conoce al dedillo de recorrérsela casi siempre a pie por falta de pasta.

Porque, ¿quién tiene pasta en Barcelona?
No los jóvenes, desde luego. No esos millenials, jovenzuelos de mamá, cuya única patria es internet, que al terminar la carrera van dando tumbos con contratos basura, viviendo con sus padres porque no pueden pagar los precios imposibles de los alquileres, y acarreando esa fama de ser la generación mejor preparada de la democracia que dilapida su talento en fiestas golfas. No, ni Jordi ni sus amigos tienen pasta ni casa ni curro decente. Y aunque desearían muchas cosas con las que apenas alcanzan a soñar, quizá ninguna prosperidad les arrancaría de su bar de siempre, el Pirineus, un hogar con mesas de madera rústica y paredes decoradas con posters de esquiadores, el típico bar de los de antes que diez años atrás compró la familia Huang, manteniendo la cerveza y las bravas más baratas del barrio pero eso sí, cocinando la tortilla de patata con palillos. 

De Barcelona y de dinero va esta novela que se lee en un suspiro y que me ha parecido de las más divertidas, frescas e ingeniosas policiacas que he leído en mucho tiempo. Es un retrato mordaz de una generación en el que me he visto muy reflejado, una generación desorientada que tiene muy claras ciertas cosas, aunque nunca queden a su alcance. Es un retrato de una ciudad explosiva y maravillosa cuyas calles nunca me cansaré de patear. Y es el retrato de una época cínica y sin escrúpulos en la que campan a sus anchas la especulación inmobiliaria y la corrupción hipotecaria y en la que carroñeros vestidos de etiqueta se dan festines con el derecho de la gente a una vivienda y a una vida dignas. 

Quiero más aventuras de este Jordi, becario o no becario, detective en busca de una chica que no se ría de sus ínfulas novelescas. Aunque sólo sea para volver a esa Barcelona de mil caras y volver a sentir el corazón "como si quisiera desprenderse de mi caja torácica para irse a vivir su propia vida". 

 


2 comentarios:

  1. Es todo un descubrimiento este blog. Me encantan las reseñas. Saludos desde Ciudad de México.

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    1. Me alegra mucho que te gusten las reseñas, Kena, y que nos leas desde México.
      Saludos desde Madrid.

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