lunes, 3 de junio de 2019

TODA LA LUZ, TODA LA SANGRE

Después de una hora abriendo libros de poesía y leyendo poemas al azar, me encuentro con este autor, que no conozco, y de pronto, al primer poema, es como comprender un paisaje después de ver pasar delante de mí multitud de planicies que no entiendo. (Un mar, un malecón, la pasión de unas olas que rompen y rompen contra el olvido y el tiempo.) Ver un paisaje. O quizá un estado de ánimo. El impulso de un poeta que le escribe a otra poeta a través de los siglos: 

"Nada ha borrado el agua, Juana, de lo que fue dictando el fuego.
Han pasado los años y los siglos, y por aquí están todavía tus ojos
ávidos, rigurosos y dulces como un puñado de estrellas". 

Sor Juana Inés de la Cruz no sabía nada de tangos pero sí de ritmos y de fuego, así que se me ocurre poner en el portátil uno de esos tangos melancólicos de Piazzolla que hace tanto que no escucho mientras sigo leyendo. El acordeón se despereza bajo la caricia insistente del piano, y los versos de este poeta cubano siguen desplegando el paisaje de su carta, tendiendo puentes entre siglos y países: 

"Lo que querías saber, todavía queremos saberlo,
y ponemos el ramo de nuestro estupor
ante la pirámide solar y lunar de tu alma..."

La música crece en síncopas que parecen adioses, homenajes a una tristeza universal:

"...como un homenaje a la niña que podía dialogar con los ancianos
de ayer y de mañana
y cuyo trino de plata alza aún su espiral
entre besos escritos y oscuridades cegadoras."

Nocturna, la música de Piazzolla. Furtiva, como el amor de los marineros cada vez que tocan tierra:

"En tu tierra sin mar, ¿qué podría el agua
contra tu devorante alfabeto de llamas?
De noche, hasta mi cama de sueños, va a escribir en mi pecho,
y sus letras, donde vienes desnuda, rehacen tu nombre sin cesar."

Termina el tango como empezó, con el fuego intermitente del acordeón y el fluir constante del agua del piano, sugiriendo que todo pervive si se enciende y se sostiene con la intensidad necesaria. Y se me queda en la memoria el paisaje de este poema de amor, dulce y abrupto como el tango de Piazzolla. El único paisaje que hoy me emociona:  

"Nada ha borrado el agua, Juana: el fuego
quema aún como entonces – hace años, hace siglos."



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