jueves, 14 de junio de 2018

KANADA (Firma invitada)

Me sorprende la fascinación que las guerras del pasado siguen ejerciendo sobre los seres humanos del presente. Me sorprende que la humanidad se conmueva ante los relatos de las grandes guerras o de nuestra guerra civil, que quieran seguir aprendiendo sobre estas y que encuentren verdadera pasión en películas, ensayos o novelas que retoman desde diferentes perspectivas el horror.

A mí no me interesan especialmente las historias sobre la guerra y sus desastres. Puedo entender el interés que suscitan en los demás y también entiendo por qué yo prefiero mantenerme alejada de ellas, quizás por mi carácter pacífico y conciliador. En la actualidad, somos pocos millones de personas en el mundo los privilegiados que no hemos sufrido una guerra ni sus consecuencias; los que podemos decir, a pesar de todo, que vivimos en un estado de bienestar. ¿Por qué buscar el horror en la literatura?

Con Kanada lo he aprendido. Porque en la guerra se presenta la condición humana en sus formas más puras y más impuras. Hay que seguir escribiendo y leyendo sobre las guerras. El holocausto no debe olvidarse jamás. Por eso, el testimonio del protagonista de esta novela hondamente desgarradora debe ser un mapa con el que guiarnos hacia la paz, hacia todas las paces del mundo, las del pasado, las del presente y las del futuro. Fundamentalmente esas últimas.

Desde Nada, de Laforet, no había leído una obra maestra de una voz española tan joven. Juan Gómez Bárcena, desde sus treinta y tres años, ha escrito un tratado filosófico sobre el tiempo, las consecuencias de la guerra, la inocencia y la culpa, los remordimientos, el lenguaje y la ambición desmedida de quienes, ante todo, quieren sacar algo del sufrimiento humano. Su historia se retroalimenta y es una sola, yendo de atrás adelante como en una banda de Moebius donde existe una sola superficie, una sola cara, un solo borde. Una historia en la que pasado y presente son uno solo, como en un poema de T. S. Eliot.

Juan Gómez Bárcena
Narrada desde la originalidad de la segunda persona en la que el lector se ve constantemente apelado, la novela cuenta la vida de un superviviente húngaro de un campo de concentración. Narra la vuelta a su casa, ese lugar que habría deseado que también estuviera derruido, y la vida miserable que lleva encerrado en su despacho recordando, durmiendo y soñando en los años posteriores a su salida del campo. Conforme avanza la novela, la historia se recrudece y escuchamos dentro de nosotros mismos los pensamientos del protagonista: el remordimiento, la culpa de sentir que ha sido partícipe también él del horror de los campos. Y acabamos encontrándonos en el epicentro de uno de ellos, Kanada, y vemos las pirámides de objetos requisados a los presos, y vemos las pirámides de cuerpos macilentos, y olemos la pira de cuerpos quemados y comprendemos qué es eso del instinto de supervivencia.

El horror del pasado y el desequilibrio mental producto de la guerra son dos constantes a lo largo de toda la novela. Por eso, esta no es una novela fácil. ¿Pero quién espera un texto fácil de una realidad tan compleja y paradójica como la de los presos durante y tras el holocausto?



No hay comentarios:

Publicar un comentario