viernes, 23 de marzo de 2018

PEQUEÑOS FUEGOS POR TODAS PARTES

Este es un libro estupendo. No de los que dejan una huella imborrable. No de los aceleran el corazón y hacen cancelar citas con chicas irresistibles. No. Es un libro sencillamente estupendo. Y es que ir por la vida saltando de libro estratosférico en libro estratosférico puede convertir el acto de leer en una carrera agotadora. Algo así como vivir en un constante enamoramiento, sumido en esa ansiedad taquicárdica donde los matices se disuelven en un deslumbramiento diario. Para bajar de esa nube de vez en cuando vienen muy bien libros como este, con una historia sencilla y absorbente y una variedad de lecturas posibles que, aunque parezcan apelar más a la razón que al corazón, esconden personajes muy bien dibujados con chispas ocultas capaces de encender pequeños fuegos por todas partes. 

Nos encontramos en una comunidad llamada Shaker Heights. Si pincháis en el enlace veréis que existe de verdad. Está a las afueras de Cleveland y es... Bueno, la típica zona residencial con sus mansiones perfectas y su césped perfecto y sus normas perfectas que hemos visto tantas veces en las películas norteamericanas. Los fieles que la fundaron a principios del siglo XX "creían que regulándolo todo se podía crear un pequeño paraíso terrenal". Y la familia Richardson está tan arraigada en Shaker que la ideología del lugar, basada en el afán de éxito y una instintiva intolerancia a los defectos, ha llegado a impregnar la forma de pensar y de actuar de todos sus miembros. Acercar el mundo a la perfección, ese es su lema. Y lo hacen con el virtuosismo despreocupado con el que un violinista ajusta, sin mirar, la clavija de su violín para afinarlo. 

"Las reglas existían por una razón muy sencilla: si las seguías te iba bien en la vida; en caso contrario, corrías el peligro de incendiar el mundo". Pero, ¿quién es capaz de seguir las reglas siempre, de ceñir sus deseos y su individualidad al mismo camino trillado de lo que otros llaman virtud? 

Me gusta el cariño con que la autora trata a sus personajes. Su inteligencia para introducirse en sus motivaciones y hacerles resolver rompecabezas de un solo vistazo, con esa lógica inmediata que no pasa por el filtro trabajoso de los razonamientos; hacerles mirar el mundo con el asombro cándido de quien lo está descubriendo por primera vez; y hacernos mirar a nosotros, sus lectores, la maternidad desde muchos puntos de vista, como un experto minerólogo mostraría a su público los distintos reflejos que proyectan los minerales cristalinos. 

Y es que ese es el tema principal del libro. La maternidad. "Para una madre, un hijo no es sólo una persona, sino también un lugar: una especie de Narnia, un reino vasto y eterno en el que se confunden el pasado, el presente y el porvenir". Un lugar que una madre anhela, envidia, y que, una vez alcanzado, debe proteger a toda costa de aquellos que no han aprendido a mantenerse alejados del fuego. Un lugar que lo cambia todo: el cuerpo, el futuro, la pareja, el amor, los sueños. Un lugar inabarcable en perpetuo cambio. 

Celeste Ng
La señora Richardson "siempre había sabido lo peligroso que era el fuego, la asombrosa facilidad con que se propagaba, subiendo veloz por los muros y las zanjas. Así que más valía vigilar su chispa, pasándola con cuidado de una generación a otra como una antorcha olímpica. O quizá se tratara más bien de salvaguardarla celosamente como recuerdo del bien que anida en el ser humano: una llama eterna que nunca debía quemar nada". 

Difícil, llevar esa llama dentro y no quemar nada. 
Difícil cuando tu rebeldía no cabe en el estricto mundo de normas que te rodea. 
Difícil resistirse a callarse ante una injusticia cuando una puede rebelarse sembrando pequeños fuegos por todas partes. 



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