jueves, 26 de mayo de 2016

AQUÍ VIVIÓ. HISTORIA DE UN DESAHUCIO

Esta es la primera novela gráfica de Isaac Rosa y Cristina Bueno, una historia necesaria que denuncia uno de los problemas más graves que ha desatado la crisis financiera: la lucha por el derecho a una vivienda digna. El dibujo es sencillo, emotivo, me recuerda, en mi incultura gráfica, a mis cómics de infancia, con cierto aire a Tintín, con esos trazos esquemáticos e infantiles. Sin embargo, no hay nada infantil en lo que transmiten, van directos a la emoción y a la tragedia. El uso masivo de un color azul verdoso da la sensación de ver la historia a través de un cristal de botella, como desde lejos en el tiempo, y uno acaba leyendo la novela como una narración intemporal. 

La historia es conocida. Ramón y Ana piden una hipoteca para comprar una casa. Tienen una hija, Alicia. Se quedan en paro. No encuentran trabajo. Al cabo de un tiempo, ya no pueden pagar la hipoteca. El banco se queda con el piso, y ellos, con la deuda. Se van a vivir con la abuela Carmen, que no había dudado en avalarles con su casa cuando pidieron la hipoteca. Como siguen sin poder pagar la deuda, el banco se queda también con el piso de Carmen. Y todos, Alicia, Ramón, Ana y Carmen, a la calle. Pero la familia de esta historia es tenaz. Obstinada. Y van a ver al cerrajero que cambió la cerradura del piso de Carmen, le plantan un montoncito de billetes de veinte y consiguen una copia de la nueva llave de su antiguo piso. Vuelven a su casa. Sin luz. Sin calefacción. Sin teléfono. Escondidos. Esperando que el banco tarde mucho tiempo en volver a prestar atención a ese piso vacío. Que ellos aún consideran suyo. Así podrían pasar muchos meses. Años, incluso. Ya se sabe que los bancos no tienen problema en tener miles de pisos vacíos mientras la gente no tiene dónde vivir.

Todo esto de vivir encerrados, sin hacer ruido, a Carmen le recuerda la historia de su padre, uno de los llamados "topos", soldado republicano que, al volver de la guerra, se escondió en una buhardilla durante dos años por miedo a las represalias. Y cuando salió, no pudo librarse de una paliza y tres años de cárcel. Cuenta la historia con una sonrisa triste, recordando el aislamiento y el miedo, tan parecidos a estos de hoy, esperando un final menos cruel para su familia desahuciada. 

"Cuando uno camina por la calle no lo ve, a veces no sabes ni lo que pasa en tu propio edificio". Las historias terribles que se esconden tras las paredes. Historias de dramas invisibles. Porque, ¿cómo contar la humillación que supone que te echen de tu propia casa? ¿Aceptar la miseria, la expulsión de la sociedad en la que vivías, las miradas de recelo o de compasión que establecen distancias insalvables, la condición de desahuciado, de paria?

Cuando uno camina por la calle no lo ve, pero todas las ciudades de España están salpicadas de puntos que marcan los desahucios, puntos como heridas por las que una parte de la sociedad se rompe. Unir todos esos puntos y hacerlos visibles es una labor difícil y sensible, una labor necesaria para entender cómo funcionan los bancos, cómo naufraga el derecho de las personas a una vivienda digna (artículo 47 de nuestra Constitución) cuando los intereses económicos están por encima de los derechos de las personas. Una labor que hacen las redes de los afectados por la hipoteca e historias como esta. Y tú, y yo, cuando hablamos de ellas y las denunciamos. 



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