miércoles, 6 de mayo de 2015

EL LECTOR DEL TREN DE LAS 6.27

Ay qué susto dan las primeras páginas de este libro. Creo que la editorial o el autor deberían poner un aviso tipo se ruega a todos los lectores, en especial a los amantes de los libros, que se agarren bien al sofá y respiren hondo muchas veces, esta historia comienza con una escena que podría causarle daños permanentes a su sensibilidad.
Y generar pesadillas. 
Y ya de paso provocar que uno empiece a reunir firmas y fondos y hacer colectas urgentes por las calles y empapelar el Congreso y sobornar a un ministro (único método de persuasión infalible) para comprar todos los libros que no se venden, esos pobres-tristes-solitarios libros que nadie quiere y así evitar que caigan en las fauces despiadadas y siempre hambrientas de la terrible y devoradora ZERSTOR 500. 

Guylain, protagonista de esta novela, trabaja en una empresa que se dedica a destruir libros (¡horror, horror!) y todos los días, en el tren de las 6:27, lee en voz alta las pocas páginas que la trituradora no ha podido convertir en papilla gris. Algunos le miran, medio dormidos. Otros le ignoran. Y unos pocos sonríen y escuchan. Mientras Guylain, imperturbable, sigue leyendo. 
Hasta que un día recoge del suelo del tren un pequeño USB y, al abrirlo en su ordenador de casa, descubre el diario divertido, ingenioso y cautivador de una chica que trabaja en los baños públicos de un centro comercial cuyo nombre nunca menciona. Y esa lectura le cambia la vida. 

Este es un libro sobre las pequeñas extravagancias que hacemos para no pensar demasiado en el propio vacío interior. Contar los coches aparcados al recorrer nuestra calle cada mañana para evitar imaginar lo que nos espera en la oficina, escribir cartas de amor a una mujer imaginaria para tratar de esquivar los recuerdos de aquella mujer real que dejó de responderlas, viajar constantemente por todo el mundo para no olvidar que siempre hay otras opciones de vida aparte de la nuestra. Pequeños hobbies o manías, más o menos obsesivas, que a veces no son más que huidas compulsivas hacia lugares en los que dejamos de ser ese terrible recipiente vacío durante un tiempo. Y si les prestamos atención y nuestro empeño las dota de un significado profundo y creativo, muchas veces esas huidas acaban definiéndonos y se convierten en nuestra verdadera razón de ser. 

Es un libro divertido y muy cercano (pasado el primer sobresalto), que uno lee con la sonrisa pegada a la boca, sonrisa que cualquiera juzgaría tonta y bobalicona, la sonrisa de un lector feliz. 



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