"Trasladan a Mikal a una sala cuyas paredes, techo y suelo están pintados de negro, y le encadenan los brazos estirados en alto a un aro que tiene sobre la cabeza. Cuando los policías militares se van, apagan la luz y la sala se convierte en un perfecto espacio vacío. Es como la oscuridad umbría de la tumba después de la muerte. No está muy seguro de cuándo fue la última vez que vio una estrella o la luz roja del amanecer vibrante como el latido de una criatura viva, pero ahora el tiempo deja de existir por completo mientras se mantiene en pie o se derrumba en un vacío inconmensurable... ¿durante medio día, dos, una semana? Está convencido de que ha habido hombres que han muerto en esa sala, y ve sus fantasmas.
En algún momento se enciende la luz y entra un hombre blanco al que Mikal nunca había visto. Según el Corán el infierno tiene diecinueve guardianes. El hombre se sitúa ante él y de pronto se echa a reír. Y no para. La mirada sin alma se clava en Mikal y se ríe a carcajadas de él por haber hecho sus necesidades en el suelo, por ser despreciable, porque el amor que siente por Naheed es un desastre, por no ser capaz de ayudar a Jeo, por Pakistán y su pobreza, una risa preñada de desprecio hacia él y su nación, en la que los grifos no tienen agua, y las tiendas no tienen azúcar ni arroz ni harina, los enfermos no tienen medicamentos y los coches no tienen gasolina, ese país asqueroso y repugnante en el que parece que todo el mundo quiere matar al prójimo, una tierra de ataques vengativos en la que el carnicero le vende carne podrida al lechero, que vende leche cuyo volumen se ha aumentado con unos productos químicos blancos letales, y ambos venden su carne y su leche al médico, que receta mediamentos innecesarios para cobrar las primas de las compañías farmacéuticas, y el laboratorio donde se fabrican los medicamentos vierte los residuos tóxicos en el sistema de suministro de agua, en ríos y arroyos, lo que mata, deforma, ciega y lacera a los hijos e hijas del policía que muere en un accidente de tráfico mientras acepta un soborno, un accidente provocado por un camión declarado apto para circular por el inspector de transporte después de recibir un soborno, un país lleno de gente cuya absoluta devoción a su fe religiosa es poco más que una lealtad inquebrantable a la infelicidad y la maldad, y el hombre blanco sigue riendo con ojos recriminatorios e inyectados en odio e hilaridad y regocijo por este ciudadano de un país miserable y sin vergüenza lleno de mentirosos, hipócritas, maltratadores de mujeres y niños y animales, cretinos y estúpidos embusteros que querían la independencia de los británicos y un país propio, pero que ahora se mueren de ganas de salir de él, emigrar, emigrar, emigrar a Gran Bretaña, Estados Unidos, Canadá, Australia, Singapur, Indonesia, Tailandia, China, Noruega, Alemania, Chile, Italia, España, Francia, cualquiera, cualquiera, cualquiera, cualquier país que no sea Pakistán, se mueren de ganas de largarse de allí después de haber reducido su país a un erial, su propio califato de escombros.
Como un dios malévolo, el hombre derrama su risa sobre Mikal, se pone rojo mientras ríe, se le acumula el sudor en la frente, y aunque obliga a Mikal a revivir cada infamia, indignación, humillación, deshonra, derrota e ignominia que ha padecido en carne propia en veinte años, Mikal empieza a susurrarle:
- ¿Y tú? ¿Y tú? ¿Y tú? ¿Y tú...? - Se retuerce atado a la cadena y empieza a gritar -. ¿Y tú qué papel jugaste en ello?
Desearía saber cómo se dice en inglés. "Si estoy de acuerdo contigo en que lo que dices es cierto, ¿estarías de acuerdo conmigo en que tu país desempeñó un papel muy importante, por pequeño que fuera, en la destrucción del mío?" Se pregunta si el hombre es real, a pesar del hecho de que su risa siga inundando la habitación y ruge como una ola gigante a medida que rodea su cabeza. Recuerda que después de que interrogaran a un prisionero durante veinticuatro horas seguidas lo devolvieron a la celda y el hombre sufría alucinaciones, veía gente y cosas que no estaban allí.
Entonces, de pronto, la luz se apaga y se desvanece la risa, y lo único que oye es su propia respiración. El dolor de los brazos es tan intenso que le grita con una voz real, utilizando palabras humanas."
El jardín del hombre ciego. (Nadeem Aslam).
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