lunes, 3 de octubre de 2022

MALESTAMOS

Nadie dudaría de que si tienes un tobillo roto no puedes ir a trabajar. Pero si la dolencia es psicológica, de repente cuesta mucho más explicarlo. ¿Baja por ansiedad? Generación de cristal. ¿Baja por depresión? Si es que os quejáis por todo, hombre. 

Esta cultura del desprecio por la salud mental viene de la ignorancia de generaciones y generaciones educadas en la represión emocional, incapaces de hablar de lo que sienten, de aceptar que su forma de cuidar, querer y acompañar a veces también puede dañar, de darse cuenta de que tratar bien a los demás exige un esfuerzo constante que nunca acaba. 

Cuántas personas no han ido ni irían nunca a terapia psicológica porque piensan que no tienen ningún problema, y además si lo tuvieran no irían a contárselo por ahí a un extraño, aunque se pasen la vida en el médico pidiendo recetas para todo tipo de dolencias. Cuántas personas piensan que hay dolencias de las que se puede hablar y otras de las que no. Como si la cabeza no formara parte del cuerpo. Como si la salud mental fuera cosa de locos peligrosos, de gente diferente con problemas diferentes a los de todo el mundo. 

Pero es importante hablar de salud mental. Al menos tanto como de un tobillo si se rompe. No sólo para nosotros, sino también para nuestros mayores, que se han pasado toda la vida arrastrando unos problemas psicológicos tremendos sin saber que los tenían porque los educaron en la creencia de que ellos no podían tener de eso. Y es importante hablar de salud mental como una cuestión colectiva y política, no solo privada e individual. La salud de las personas no solo mejora con más inversión sanitaria, sino también con el modelo económico, laboral y social que sale de las leyes y de los presupuestos generales. 

Nuestra generación es la primera que vivirá peor que sus padres. Es una frase que se repite mucho y que tiene matices cuestionables. Lo que sí parece más seguro es que a partir de 1980 estamos acumulando generaciones con una ausencia generalizada de perspectivas de futuro. Y nos han dicho (y nos hemos creído) que si nos hemos quedado sin futuro es por culpa nuestra. Que la ansiedad crónica es culpa nuestra. Y, al final, no sólo estamos mal, sino que nos sentimos culpables por estar mal porque nos han enseñado que si no podemos mostrar la herida o explicarla con claridad, nuestro dolor no es aceptable. Qué difícil parece señalar que muchos fracasos individuales de nuestra generación son en realidad un fracaso colectivo del sistema, "un sistema que utiliza a las personas y sus anhelos como la materia prima con la que transformar el capital".

Malestamos señala que "mi malestar, aunque para mí sea el más insoportable, no es el más grave, sino un ladrillo más en una construcción que nos encierra". Trata de cómo el modelo social influye en la salud de las personas. La precariedad, las crisis, la falta de proyectos colectivos, el aislamiento, la soledad y las condiciones laborales alienantes nos minan la salud tanto como aspectos individuales y privados como una ruptura sentimental o un ambiente tóxico dentro de la familia. Ya lo señalaba César Rendueles en Contra la igualdad de oportunidades: las democracias más igualitarias presentan los mejores índices de salud entre sus ciudadanos. Este libro es un golpe en la mesa para reivindicar el poder de lo público para mejorar lo más íntimo de la vida de cada uno. "En un contexto histórico en el que la posición habitual de demanda es un "¿qué hay de lo mío?", apostamos con fiereza por un "¿qué hay de lo nuestro?", y, yendo aún más allá, por un orgulloso "todo este bienestar común lo hemos construido con nuestras propias manos y el malestar impuesto no nos va a impedir que lo sigamos construyendo".



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