Leo los relatos que componen este libro sentado en lugares donde nadie me conoce: aeropuertos, salas de espera, ferries y habitaciones de hotel con vistas al Atlántico. Los leo con calma, muy despacio, dejándome llevar por la sonoridad de ciertas frases, por los silencios, por todo lo que no se dice, que a menudo es precisamente lo más importante. Cuando termino uno, cierro el libro, miro por una ventana la estela de espuma que deja el motor del ferry, la calima que desdibuja el horizonte en dos azules casi iguales, y me quedo pensando.
Hacía tiempo que no encontraba un compañero de viaje como éste. Generalemente, para los viajes largos, elijo una novela con un tema muy lejano a mí; por ejemplo, una policiaca ambientada en Bangkok, como la última traducida de Jo Nesbo, o bien un clásico con un tema que pueda asimilar sin inmutarme, como cualquier novelita de Turguénev. Sin embargo, esta vez la curiosidad por leer estos relatos pudo con mis costumbres y, aun sabiendo que el tema podía acabar resultándome especialmente cercano, empecé mi periplo con Piscinas vacías. No sabía, claro, que me estaba embarcando en un viaje dentro del viaje, y que los personajes de este libro modificarían mi percepción del tiempo y otorgarían a la espera y a la excitación de viajar una densidad emocional inesperada.
Vacío. Ausencia. Carencia.
El amor que no permanece, que se tropieza, los sentimientos en permanente huida.
Tomo notas mientras leo para fijar los temas, las emociones, para tratar de ordenar de alguna forma las piezas de este puzle. Y no es difícil ordenarlas, porque a pesar de que cada relato es único e independiente, todos comparten un color, una forma de respirar, de decir y no decir. Todos están habitados por unas pocas palabras, unos pocos sentimientos, muchas veces sumergidos, que salen a la superficie de las formas más variadas.
Nostalgia. Cansancio. Resignación.
Leo estos relatos, y cuando aparto la vista para respirar después de un punto y aparte, la blancura redondeada de las nubes que sobrevuela el avión me parece, de repente, la cosa más frágil y quebradiza que he visto nunca.
Pienso en quién está detrás de todo esto. Una mujer de la que no sé gran cosa. Periodista, filósofa, editora, dice su blog. Un blog donde cuenta peripecias, comparte su perplejidad con el mundo y en el que a veces se desnuda un poco. Y mientras leo, mientras esta mujer que no conozco me cuenta retazos de mi pasado sin saberlo, pienso en lo que le diría sobre sus personajes si la tuviera delante.
Tus personajes, Laura.
Tus personajes viven incomunicados, aislados de sus parejas y de sí mismos, incapaces de ponerse de acuerdo para tratar de construir un resquicio de felicidad, para sentar las bases de algo que dure y así volver a llenar esas piscinas siempre vacías, aunque sea un poco, lo suficiente para empezar a nadar y sentir el agua que llena el vacío y neutraliza el dolor.
Tus personajes viven en la añoranza por volver a sus cuerpos cuando aún no tenían cicatrices, por recuperar la ilusión en meses menos crueles, por tiempos pasados tan inocentes y puros que parece que nunca existieron. Sus existencias transcurren en los márgenes de la vida, en horas detenidas, dedicadas a huir de la realidad para acabar constatando que no se puede huir de ella, que sólo pueden pactar con sus carencias y asumir la responsabilidad de sus flaquezas.
Tus personajes sufren ausencias, muertes que llegan, y sin embargo la vida sigue, sin ofrecer el respiro de un minuto de inmovilidad. Nada cambia, los vecinos se van de vacaciones a la Costa Brava como todos los años, los cereales siguen incrustados en el bol del desayuno y el mundo permanece intacto, imperturbable, ignorante de la herida invisible que deja esa ausencia.
Tus personajes miran por la ventana, como en un perpetuo viaje, e imaginan otras vidas. Quieren, querrían cambiar la suya, pero no saben cómo hacerlo. O sí saben, pero no se atreven. Viven vidas paralelas, amores clandestinos que se consumen poco a poco, ahogados por la culpa y los silencios. Descubren que no son felices a destiempo, cuando volver atrás supondría romper demasiadas cosas. El miedo les atenaza y se encarga de dejar su felicidad imaginada a una distancia inalcanzable. Transitan por la parte oculta de sus vidas, sus pensamientos permanentemente ocupados por aquello que no se deciden a perseguir. O que persiguen sin la ambición necesaria para reclamar.
Tus personajes ceden. Ceden para construir una felicidad conjunta. Y durante un tiempo les funciona: se instalan en un presente que sabe a futuro. Pero a fuerza de vivir sin recuerdos, con los anhelos pasados sabiamente domesticados, al cabo de un tiempo ya ni siquiera son capaces de identificar lo que les falta. Y sus vidas se convierten en simulacros. Ausencias de lo que de verdad importa. Piscinas vacías.
Tus personajes, Laura, aunque no queramos saberlo, somos todos.
Hace tiempo me hice fan de su blog, que conocí a través de vuestro facebook, pero nunca la he tenido entre mis manos.
ResponderEliminarPor favor, apuntadlo en la lista de libros que me esperan. Esos personajes tienen buena pinta. ^^
Apuntado queda, Anita. Ya verás, creo que te van a encantar sus personajes. ^^
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