Nosotros somos los que ocultamos un dolor que la gente no conoce ni quiere conocer. Un dolor que incomoda, que provoca vergüenza ajena, repulsión, miedo o, en el mejor de los casos, conmiseración.
Nosotros somos los que vivimos al margen, los que llevamos a cuestas esta pena innombrable que no nos deja respirar y que, al contacto con las palabras y la luz, se convierte en un estigma. Nuestro pasado nos aísla; nuestras decisiones, nuestras secretas esperanzas, nuestros deseos prohibidos nos convierten en seres proscritos, y huimos de la felicidad impuesta como único modo de convivencia porque no nos reconocemos en las máscaras del optimismo obligatorio.
Nadie sabe de nosotros. En el libro, nosotros son Luce y Pietro, dos futuros padres que, al séptimo mes del embarazo, sienten que su vida se desmorona. El feto sufre una malformación ósea que le llevará directamente a la muerte o, en el mejor de los casos, a una vida muy breve marcada por un sufrimiento continuo. Para ellos, el problema no está en decidirse o no por el aborto terapéutico, sino en el proceso emocional que viene después. En la avalancha de dolor, de culpa, de encierro, de no saber cómo se sigue viviendo con una carencia tan grande.
Me pregunto cómo puedo sentir una carencia tan devoradora, tan visceral, igual que si me hubieran arrancado a mordiscos un miembro para dejarme destrozada y chorreante al borde de un precipicio, sin una forma armónica, un pensamiento completo, cómo puede sentirse una carencia así por alguien a quien no se ha conocido.
Pero Luce lo ha buscado, intensamente, visceralmente, lo ha deseado durante años, lo ha sentido crecer y vivir en su interior durante siete meses, es una presencia invisible, poderosa, que la desborda y la llena y en la que se reconoce. Sin esa presencia, sin esa persona herida y condenada al sufrimiento y a la muerte que nada en su interior, ya no sabe quién es.
Este libro cuenta una historia de derrumbamiento. De heridas que no se cierran, de dolores primitivos y devastadores, ante los que la gente, instintivamente, aparta la mirada. Pero hay ciertos estigmas que no pueden permanecer en la sombra, que, a la vez que son privados e intransferibles, también deberían ser públicos y políticos. No pueden permanecer intimidados, acobardados por una opinión generalizada que los desprecia y los criminaliza. A veces llega el momento de levantarse y hablar, porque el dolor puede acabar devorándonos por dentro. Hay historias que necesitan escribirse con letras grandes, con una voz íntima, valiente y desnuda, como la de Simona Sparaco. Por ejemplo, de esta manera:
Necesito escribirla, contarla al mundo. Arrancar el velo de la ley del silencio que se extiende, invisible, sobre nuestras cabezas, para volver a mirarnos en el espejo y quitarnos de encima el peso de la culpa que llevamos dentro desde hace miles de años, porque nos pintaron como Evas, Medeas y Antígonas, pero sólo nosotras conocemos los misterios connaturales a la naturaleza materna, el sentido último y profundo de nuestras decisiones.
Nadie sabe de nosotros fue finalista del Premio Strega en 2013 y es una de las poquísimas novelas que aborda el tema del aborto terapéutico desde el punto de vista emocional de la madre. Un libro contra el silencio y la vergüenza, contra la idea de que el dolor es un estigma.
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