jueves, 31 de julio de 2025

VACACIONES

Gente bonita:
Del 4 al 24 de agosto estaremos cerrados por descanso. 
Esperamos que paséis unos días con mucha lectura de reserva. Y si no, ¡nos vemos a partir del lunes 25 de agosto!









lunes, 28 de julio de 2025

LA EDUCACIÓN DE POLLY McCLUSKY

¡Cómo me gustan las novelas de Jordan Harper! Lo descubrí a principios de año con su último libro, Silencios que matan, y ahora he vuelto a él porque me apetecía mucho una novela negra rápida y adictiva para el fin de semana. ¡Qué subidón de adrenalina! Qué manera de no parar de leer. Es una novela tremendamente fluida, intensa, bien escrita y con las capas de lectura necesarias para que te haga pensar mientras no paras de pasar páginas a toda velocidad. 

«Si no había ningún lugar seguro para ella, el único lugar donde podía estar era a su lado. Si tenían que caer, caerían juntos, y no sabía qué otra cosa le podía ofrecer más que eso». Ella es Polly, una niña de once años y la verdadera protagonista de esta historia, lo cual ya ofrece una refrescante sorpresa: ¿una novela negra negrísima protagonizada por una niña de once años? Ah, pero no es una niña cualquiera. Polly es tímida, sí, y va a todas partes con su osito de peluche todavía, sí, pero tiene los ojos de un azul desvaído en los que se esconde una inteligencia vivaz y un no sé qué que causa escalofríos. Es «una niña con el pelo sandía y ojos de pistolero». 

Un día, su padre va a buscarla al colegio y ella se queda petrificada. Porque su padre estaba en la cárcel hasta ayer, y si ahora está ahí esperándola es porque ha debido de fugarse. Se lo ve en los ojos, de un azul desvaído parecido a los suyos, se lo ve en las miradas huidizas a los lados. Lo que no sabe es el enorme problema en el que está metido. Y en el que va a estar metida ella también en cuestión de minutos. 

Esta es una novela de persecución que por momentos me ha recordado a Billy Summers, de Stephen King. Hay jefes de grupos supremacistas blancos que ejercen su enorme poder desde celdas de máxima seguridad, hay sicarios con rayos azules tatuados en los brazos, hay neonazis haciendo barbacoas en las playas de Los Angeles y hay un padre y una niña cuya leyenda crece y crece a medida que avanza la novela. Hay una energía incontrolable, que a menudo se desborda, pero que siempre fluye más o menos contenida, en todos los personajes que viven al borde del precipicio. Polly «había aprendido que la energía que rebosaba en su cuerpo era un combustible. Hasta entonces había sido un cohete varado en la plataforma con los motores rugiendo, quemándose por dentro; ahora le tocaba volar». 



jueves, 24 de julio de 2025

OPOSICIÓN

Es una generalización muy matizable, pero llevo un tiempo pensando que, aunque la medicina tiene por fin cuidar de la salud de los ciudadanos, a menudo se interesa más por los cuerpos que por las personas que los habitan. De la misma forma, la administración tiene por fin gestionar las necesidades de los ciudadanos, pero se interesa más por los procedimientos que por las personas que los necesitan. Ambas disciplinas están fascinadas por la jerarquía, su pasión con frecuencia es informar y conminar antes que escuchar y dialogar. Y de esto va la nueva novela de Sara Mesa, de las contradicciones a veces tremendamente locas (y terribles) a las que puede llegar la administración. 

Lo hemos visto en los titulares de prensa en los últimos años con casos diversos: parece que importa más poner en marcha una ayuda a un colectivo vulnerable que asegurarse de que ese colectivo vulnerable vaya a tener acceso efectivo a esa ayuda. Ya lo contó la propia Sara Mesa en Silencio administrativo, una crónica impactante sobre el caso real de una persona sin hogar en Sevilla.

El aparente distanciamiento emocional que transmite la narradora y protagonista de esta historia me ha recordado por momentos a Kafka. Por momentos, sobre todo al principio, me ha provocado cierta angustia, no tanto por lo que cuenta, que parece de una normalidad absoluta, sino por la ausencia de implicación emocional ante algo tan turbador como el trabajo que describe. Aunque más que ausencia de emoción, en realidad es como si la emoción estuviera desplazada, como si no reaccionara como uno esperaría, o lo hiciera a destiempo. Y no es de extrañar: llegar a un puesto de trabajo y no tener absolutamente nada que hacer puede perturbar los nervios de cualquiera. 

Y es que un trabajo en el que no haces nada puede parecer un sueño para quienes están sepultados de trabajo. Pero no tener nada con lo que justificar ante uno mismo y ante los demás el tiempo laboral puede llegar a ser muy perturbador y un foco de todo tipo de desórdenes para la salud mental. Especialmente cuando a tu alrededor todo son actitudes evasivas y ambiguas. De gente que nunca parece saber exactamente qué hacer ni cuándo ni por qué. Ni, sobre todo, para qué. Aunque se esmeren en fingir lo contrario. Seres solitarios, adheridos a su mesa como un caracol a su concha. Algunos de ellos tan ninguneados y carentes de socialización que ya apenas saben articular las palabras necesarias para establecer el mínimo contacto humano. 

Esta es una novela sobre la administración pública y cómo a menudo está fagocitada por la burocracia. La burocracia como una fuerza invisible que lo gobierna todo y que exige obediencia ciega. Se te mete en la cabeza y ya no te repones nunca. Es el virus de las normas, normas para todo, un veneno que te deshumaniza y te convierte en el robot de los papeles y los procedimientos. Sara Mesa lo cuenta con un tono a ratos inquietante, a ratos divertido. Desolador, poético, inteligente. Fascinante. 



lunes, 21 de julio de 2025

EL ACCIDENTE

¿A quién no le ha pasado esto?, pensaba, mientras leía este librito de Blanca Lacasa. ¡A muchísima gente!, me respondía una voz indignada dentro de mí. Venga, dime si conoces a una persona de más de sesenta años que haya podido vivir el «accidente» de esta novela. Vale, es verdad. Pocas, casi ninguna. ¿Es generacional, entonces? Quizá. El tono lo es. Esas frases cortas. Cortas o cortadas, como a cuchillazos. Que te aceleran el ritmo cardiaco y pasan por la garganta raspando, con todos esos puntos y sobrentendidos y descarrilamientos de expectativas. No sé si es generacional. Es, desde luego, el producto de una educación que, a las generaciones nacidas a salvo de las garras morales de la dictadura, nos ha permitido colocar la emoción, la atracción y la necesidad de gustar fuera del corsé del deber y de la obediencia. 

Pero a quién no le ha pasado esto. Lo sigo pensando. Esto tiene su sombra y su luz, es una desgracia y una suerte. Y cómo duele y cómo te hunde, pero no querría habérmelo perdido por nada del mundo. Esto es un accidente, una demolición. Y a veces en la memoria se queda como una esquirla clavada que duele. Y que brilla. 

El accidente es enamorarse a destiempo. Es sentir una atracción que no tiene el espacio y la oportunidad para crecer y respirar. Que vive, en el mejor de los casos, en un cuarto clandestino hecho a toda prisa. Muy bonito, el cuarto. Preciosos muebles, decoración exuberante. Vistas que cortan el aliento. Pero con la ventana sellada. El accidente es un amor-fiera al que nadie puede ver y que, por falta de alimento, no duda en devorarse a sí mismo. 

Quien haya vivido los inicios de un amor a destiempo y sin futuro va a ver su reflejo en cada una de las setenta y cuatro páginas de esta historia. Se va a cortar con el filo de cada frase. Da igual que sean imposibles, hay amores que no hay quien los pare. Ni la razón ni la prudencia. La sensatez solo aparece como el juez que sentencia la pena de muerte. Nuestra «imperiosa necesidad de gustar» nos lleva a meternos en cuartos demasiado bonitos para ser reales, demasiado vertiginosos para poder habitarlos en libertad. A quién no le ha pasado. Quién no tiene una esquirla que duele y brilla clavadita en la memoria. Este libro es su homenaje. 



jueves, 17 de julio de 2025

LA HAMBURGUESA QUE DEVORÓ EL MUNDO. UN PANFLETO ECOANIMALISTA

Dos de los imperativos más importantes hoy en día para intentar atajar los peores pronósticos sobre el cambio climático a corto plazo son decrecer en todos los ámbitos y dejar de comer animales. Son dos imperativos que atañen a la política, pero también a nuestros hábitos diarios. Si alguien estaba preocupado porque no sabía qué hacer por la salud de nuestro planeta, la respuesta es sencilla y tiene un impacto inmediato: consume menos productos y no comas animales. Tanto Jason Hickel en Menos es más como Ed Winters en Esto es propaganda vegana lo explicaron perfectamente en dos ensayos que cambiaron radicalmente mi forma de entender la economía, la salud del planeta y mi lugar en el mundo. Basta con informarse un poco sobre qué es el veganismo para darse cuenta de que comer productos de origen animal es una barbaridad innecesaria, cruel y peligrosa.  Este ensayo de Javier Morales propone bajarnos de nuestro antropocentrismo para empezar a mirar al resto de habitantes de este planeta como iguales, no como esclavos o subalternos. Y lo aborda intentando aunar dos corrientes que no siempre luchan de la mano: el ecologismo y el animalismo. 

Se puede negar la emergencia climática por superstición (el pensamiento conspiranoico lleva ya un tiempo en auge), o por interés (mientras a mí no me afecte directamente, qué más me da). También se puede aceptar su existencia, hablar de ella con honesta preocupación y sin embargo no hacer absolutamente nada al respecto, por ignorancia o por comodidad. Estos últimos son el colectivo más numeroso en el norte global y a ellos hay que dirigir especialmente nuestros esfuerzos. Hay pocas cosas más desoladoras que ver la incapacidad para cambiar de tantos millones de personas convencidas de la necesidad real de dicho cambio. 

Este libro propone la necesidad de un giro radical en el modo de relacionarnos con la naturaleza. Yo lo he experimentado, hace relativamente poco. Para mí, por ejemplo, el jazmín era un perfume. Un olor agradable. Ahora es una planta, una flor que florece a finales de la primavera, efímera pero intensa, con un sinfín de significados. Otro ejemplo, más importante: el pollo era un alimento resultón en una bandeja de poliespán en el supermercado. Ahora es un animal que vive internado mayoritariamente en condiciones deplorables y contaminantes, con dolor constante y que sufre una muerte agónica y atroz para un fin superfluo. La palabra ha transformado su significado en mi mente, de tal forma que ya es imposible que vuelva a comerme un pollo. De la misma forma que el más carnista de los españoles no se comería nunca una chuleta de perro. De la misma forma que es imposible hacerle comer animales a un niño si le explicas de dónde viene y no le has enseñado previamente a disociar seres sintientes de trozos de comida. Esa inocencia, unida a la conciencia adulta de estar combatiendo una atroz y venenosa barbaridad, son dos actitudes que dan esperanza para el futuro del planeta. 

Si para comer productos de origen animal tuviéramos que matar a los animales nosotros mismos, el 99,99% de la sociedad sería vegana. Es algo común en psicología, se llama disonancia cognitiva. Mientras otro lo haga, no hay problema, yo puedo beneficiarme de la matanza sin sentir culpa. Como los alemanes de a pie que se apropiaban de los bienes de los judíos arrestados por la Gestapo. Total, no eran personas del todo. Y ya no estaban. Total, la carne que me como es comida, presentada, comercializada, comprada y consumida como comida: el animal ya no está. 

«Basamos nuestra dieta en miles de millones de cadáveres de otras especies a las que consideramos inferiores. Nuestra comodidad se sustenta en una fosa común», dice Javier Morales. Este libro es una voz, un grito que se suma al clamor que ha conseguido que cerca de cien millones de personas en todo el mundo hayan decidido dejar de comer productos de origen animal. Las razones son conocidas, pero se pueden resumir así: «El especismo es una ideología, una manera de estar en el mundo incompatible con la vida en el planeta». Queda muchísimo camino por recorrer, mucha ignorancia, mucha desconfianza y mucha violencia que combatir. Y hay que dar la batalla pese a todo. Si renunciamos y bajamos los brazos ya hemos perdido. Todos. 





lunes, 14 de julio de 2025

LLUVIA

Hace tiempo que procuro mantener en el mostrador una parte de la colección llamada Pequeños placeres de la editorial Ediciones Invisibles. Ya no es solo porque la gente no puede resistirse al reclamo de sus cubiertas preciosas y su pequeño formato, sino porque sencillamente me encanta que estas ediciones tan bonitas me den los buenos días todos los días cuando entro en la librería. Son libros breves atemporales escritos la mayoría a finales del siglo XIX o en la primera mitad del siglo XX que todavía nos interpelan por muy diversos motivos. Después de disfrutar hace años de ese caramelito que es Una villa en Florencia, he vuelto a Somerset Maugham con esta pequeña novela publicada a principios de este año en esta colección y ambientada en el otro lado del mundo, en una isla perdida del Pacífico. 

Obligados a hacer una escala imprevista en la isla de Pago Pago, dos matrimonios contemplan aturdidos una lluvia incesante que, día tras día, ensombrece el paisaje y el ánimo de todos. Una lluvia «despiadada y en cierto modo espantosa; se apreciaba en ella la malevolencia de las fuerzas primitivas de la naturaleza». Se han conocido en el barco y han entablado una amistad circunstancial inducida por la censura moral de las conductas ajenas, más que por la afinidad de sus gustos. El doctor Macphail no termina de hacer buenas migas con el misionero Davidson, pero no hay mucho más que hacer mientras la lluvia arrecia, así que juntos contemplan el paisaje y toman nota severa de las conductas de las personas que los rodean. En especial, de una señorita sin acompañante que ha desembarcado con ellos, se aloja en el mismo hotel y luce un aspecto y unos andares digamos que demasiado desinhibidos. 

La prosa de Somerset Maugham me parece de una fluidez hipnótica. Sin darte cuenta ha pasado una hora y ya estás en la penúltima página, al borde del asiento y con el corazón en un puño. Y todo ello sin descuidar su elegancia natural y una sencillez de estilo que oculta varias capas de lectura, si uno quiere mirar más allá de la superficie. Como en Pago Pago, no solo es agua lo que ensombrece el paisaje y el ánimo. La moral y sus retorcidos tentáculos pueden empezar como mero entretenimiento en la cubierta de un barco, con dos caballeros reprobando a placer las conductas ajenas, y terminar de una manera totalmente imprevisible. 




jueves, 10 de julio de 2025

LAS SIETE MARAVILLAS DEL MUNDO ANTIGUO

El sentido del asombro y de la maravilla lo aprendí de mi madre. Crecí rodeado de él. Era, de alguna manera, parte del paisaje, y sus poderes benéficos se quedaron en mí, como el contacto con la enredadera del jardín o los viajes a las montañas verdes del norte. Es un sentido que se alimenta de la curiosidad y de la humildad, de descubrir constantemente que no sabes algo y morirte de ganas de aprenderlo. También tiene que ver con la inocencia y la vulnerabilidad: es un sentido que entronca con nuestro yo infantil que no tiene reparo alguno es mirar a alguien querido con cara ilusionada o dar saltitos de alegría ante algo sorprendente. «El asombro nos ayuda a darnos cuenta de que el mundo es más grande que nosotros mismos», escribe Bettany Hughes en Las siete maravillas del mundo antiguo, y es así. Con cada gesto de asombro ante alguna maravilla nuestra capacidad de imaginar se ensancha y crecemos un poquito por dentro. 

Siglos después de su construcción, sus nombres e historias aún nos fascinan: la Gran Pirámide de Guiza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el templo de Artemisa en Éfeso, la estatua de Zeus en Olimpia, el mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el faro de Alejandría. Las siete maravillas del mundo antiguo fueron creaciones de asombrosa audacia y pruebas del alcance de la imaginación humana. Aunque hoy solo queda en pie la Gran Pirámide, la escala y majestuosidad de las siete maravillas sigue cautivándonos. Y este ensayo hace que vuelvan a cobrar vida ante nuestros ojos y nos ofrece un viaje magnífico en el tiempo para disfrutarlas en todo su esplendor. 

«Colectiva e individualmente, el impacto del las siete maravillas del mundo antiguo no se limitó a conmocionar y asombrar, como pretendían en un principio. También sirvieron como fermento de ideas. El mero hecho de vincular expresiones culturales heterogéneas nos da esperanza como especie: es un acto de comunión. Su enumeración es también un acto político. La inteligencia colectiva es el sello distintivo de nuestra especie». 

Este no es solamente un estupendo libro de historia, arqueología, arte y sociología. También trata sobre el significado del asombro y la maravilla y la necesidad que tenemos de asombrarnos y maravillarnos constantemente para poder vivir vidas plenas y felices. Al reaccionar con asombro y maravilla ante un monumento, bosque o anécdota de un amigo, le estamos otorgando un significado, lo estamos fijando en la memoria, estamos diciendo y diciéndonos que nos importa, que esa belleza que percibimos encuentra eco en nuestro interior, que nos conecta con quienes somos y con quienes queremos ser. 

Todo el mundo tiene la capacidad de asombrarse y maravillarse ante las cosas. Pero es un sentido que hay que cultivar, con voluntad, con inocencia y con conocimiento. Si no se cultiva, se marchita, como cualquier sentido. Y si se marchita no solo dejamos de disfrutar de una de las mayores fuentes de placer de la vida, sino que nuestra capacidad de imaginación y de empatía encoge y se atrofia y nuestro mundo se vuelve más pequeño. 

El sentido del asombro y de la maravilla lo aprendí de mi madre. Ella sigue maravillándose y asombrándose cada día ante cada pequeño milagro de la vida cotidiana. Y yo intento seguir su camino. Cada día, nuestro mundo se vuelve más grande. 




lunes, 7 de julio de 2025

EL JACARANDÁ

Recuerdo muy bien la impresión que me dejó Pequeño país, la primera novela de Gaël Faye. Ese impacto, ese escalofrío producido por la delicadeza con la que contaba una historia tan dura. Aquel pequeño país es Burundi, un pequeño pulmón verde en el corazón de África que se desangró terriblemente en los años noventa debido al genocidio tutsi y que pertenece a la historia íntima del autor. De madre ruandesa y padre francés, Faye vuelve a sus orígenes para contarnos una historia intensa y profunda sobre la necesidad de encontrar las raíces para construirnos una identidad en la que podamos reconocernos.  

El protagonista de esta historia es un chico de doce años que vive en Versalles y está empezando a descubrir el mundo. De madre ruandesa y padre francés, apenas sabe nada del origen del color de su piel. Ha vivido una infancia llena de silencios, de asuntos de los que no se puede hablar, como la vida y la familia que dejó su madre en su Ruanda natal, o la relación ambigua entre sus padres, construida sobre unos andamios a menudo demasiado frágiles. Un día de 1994 su madre llega a casa con un chico escuálido y herido, su sobrino, según les dice. Es un superviviente del genocidio que ha golpeado Ruanda y se va a quedar con ellos de momento. Ahí empieza para el protagonista el inicio de un viaje a sus orígenes que le llevará a buscar los secretos familiares a la sombra violeta de un jacarandá, un árbol capaz de florecer tras la tormenta. 

Gaël Faye tiene una sensibilidad maravillosa para recubrir la aspereza con una capa de delicadeza. Hay una inocencia, una vulnerabilidad en su prosa que no rehúye la mirada, que es capaz de enfrentarse a la peor violencia con un encomiable espíritu de resistencia. Pone palabras donde a menudo solo reina el silencio, y también encuentra silencio para compartir lo indecible. El jacarandá es una novela luminosa sobre la posibilidad de la vida y de la belleza después de la mayor barbarie. Una historia que insufla esperanza en pueblos que afrontan genocidios, como el palestino, para imaginar una vida posible cuando la violencia termine. 




jueves, 3 de julio de 2025

LOS NÁUFRAGOS DEL WAGER

Hacía mucho tiempo que no leía un libro de aventuras como este. Me ha recordado a las novelas de Emilio Salgari y Patrick O'Brian que leí de adolescente, aquellas historias de corsarios y piratas llenas de emoción viril y salpicaduras de mar enfurecido. Los náufragos del Wager tiene todos sus ingredientes, pero ofrece algo más: todo lo que cuenta es verdad. En la línea de El túnel 29de Helena Merriman o No digas nada, de Patrick Radden Keefe, este libro de no ficción recrea fielmente un hecho histórico con un aliento novelesco que hace que no puedas parar de leer. Y además es que el hecho histórico no puede ser más novelesco. 

El 28 de enero de 1742, treinta ingleses desnutridos, medio desnudos y al borde de la muerte llegaron a las costas de Brasil, donde fueron recibidos como héroes. Su historia era descabellada. Habían naufragado en una isla de la Patagonia, a miles de kilómetros de allí, y tras meses de sobrevivir penosamente en una isla desolada por tormentas heladas, habían conseguido construir una precaria embarcación con la que habían cruzado el estrecho más peligroso del mundo y conseguido sortear sin percance las costas españolas hasta llegar a Brasil. Eran los supervivientes del HMS Wager, un barco con unos quinientos tripulantes de la Marina Real británica que había zarpado dos años antes de Inglaterra con el fin de interceptar un galeón español y hacerse con su botín. Solo treinta hombres habían sobrevivido. Eran héroes. 

Pero la historia no acaba aquí. Seis meses más tarde, otro barco en condiciones aún peores llegó a las costas de Chile. En él solo llegaron tres ingleses medio muertos que, tras revivir gracias a la hospitalidad de los lugareños, contaron una historia que no coincidía del todo con la de los treinta héroes. Uno de estos tres pobres hombres era el capitán del Wager, que denunció un motín contra su mando. Ahora los héroes habían pasado a ser traidores. Ante las múltiples acusaciones de traición y asesinato por parte de ambos bandos, se convocó un consejo de guerra en tierras británicas. El juicio fue uno de los más sonados de la época y tuvo una repercusión enorme en la prensa y la opinión pública. 

Los náufragos del Wager es una historia apasionante de supervivencia en condiciones climáticas pavorosas, una historia de superación impensable y ofrece una reflexión muy interesante sobre los límites de los valores humanos cuando la vida se ve amenazada. Para sobrevivir, los náufragos tuvieron que crear sus propias reglas. ¿Qué es la lealtad a la Corona, la guerra contra los españoles o el código de honor naval cuando uno se está muriendo de hambre en una isla perdida de la Patagonia en medio de una tormenta de granizo? Seguramente no se equivocaban los antiguos griegos cuando decían que «están los vivos, están los muertos y están los que surcan los mares».

David Grann ha escrito un libro minuciosamente documentado que se lee como una novela de Joseph Conrad. Sientes el frío y el hambre mientras los límites entre la bondad y la maldad se difuminan y la condición humana se revela en toda su implacable complejidad.