jueves, 9 de enero de 2025

SÍNDROME 1933

Este es un libro refugio. Y, a la vez, un libro arrojadizo. Vivimos unos tiempos en los que necesitamos con igual urgencia protegernos de las políticas fascistas con argumentos y arrojar nuestra indignación contra quienes atentan contra los derechos humanos. El año 1933 en Alemania proyecta un eco siniestro en nuestro presente. La historia nunca se repite, pero hay ciertos patrones de conducta que parecen demasiado reconocibles: el odio al diferente, la deslegitimación y criminalización del adversario político, los ataques a la prensa libre, la exaltación nacionalista, el autoritarismo, la retórica belicista, la exhibición de la mano dura y la maldad, el desprecio por la ciencia y las universidades públicas, la alerta contra las «conspiraciones de las élites mundiales», la guerra y el rearme como camino inevitable... La lista sigue y sigue, y da miedo. La «modernidad» se ha convertido en una vuelta barnizada a la tradición más rancia, lo «rebelde» y «revolucionario» es negar a Darwin en el Senado y decir «estamos ganando». La cuestión no es si estamos en 1933, sino si los años que estamos viviendo nos pueden conducir, sin darnos mucha cuenta, a una realidad todavía peor. 

En 1933 la opinión general, dentro y fuera de Alemania, no era de alarma. Hitler no duraría. Y no le dejarían hacer nada de lo que decía que iba a hacer. Había prometido de todo a todo el mundo y no podría cumplir ninguna promesa. No tenía mayoría en el Reichstag. No podría gobernar. No había sensación de crisis grave. La historia nos enseña que normalmente las crisis no se identifican como tales hasta que ocurre algo muy grave. Los seres humanos tendemos a aceptar y normalizar cualquier cosa. Es lo más cómodo. Con tal de no plantarse y luchar, somos capaces de tragar con genocidios en curso y con políticos que nos roban, nos insultan, se ríen de nosotros, nos encarcelan y nos matan. Qué más da. Mientras tengamos dinero y en nuestra casa mandemos nosotros, que se acabe el mundo. Siempre hay algún clavo ardiendo en nuestro laberinto ideológico al que agarrarnos para seguir con nuestras vidas ajenos al infierno de los demás. 

«No hace falta ser nazi para sembrar el odio y atacar a los inmigrantes. Basta con que eso atraiga votos». Los atraía en 1933 y los atrae ahora. Nadie piensa que estemos tan mal como en 1933. Nadie. Por eso conviene leer este libro. Y seguir con la lista. 

Difusión de bulos y difamaciones contra adversarios por parte de prensa comprada o directamente por parte de políticos para incitar al odio contra un enemigo construido como chivo expiatorio. ¿Nos suena? Seguimos. La comunicación política envenenada por la teatralidad violenta. Retorcer el lenguaje para amoldarlo a una realidad hecha a medida, y así hacer que palabras como verdad, libertad o igualdad se conviertan en armas arrojadizas contra aquellos que quieren una sociedad más confiable, libre e igualitaria. ¿Seguimos?

Los paralelismos entre 1933 y nuestro presente resultan escalofriantes. Y no por la violencia ni el drama, sino precisamente por la normalidad, tan parecida a la actual, con la que la inmensa mayoría de la población acepta lo inaceptable. No aceptemos lo inaceptable. Ni en casa ni fuera. Lo que carcome a las sociedades nos carcome a cada uno también por dentro. 





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