lunes, 6 de noviembre de 2017

LA MUERTE DE LA MARIPOSA. ZELDA Y FRANCIS SCOTT FITZGERALD

Ansiaban ser felices. Vivir a base de momentos. Subirse a rayos de luz que los llevaran al éxtasis, a los brazos abiertos de su público, que siempre estaba sediento de literatura y amor. Bailaban y sonreían porque la vida era dulce, ligera como un foulard al viento, bella como la luz del amanecer en Montmartre un lunes cualquiera después de una fiesta. Gritaban por la calle de puro entusiasmo, corriendo como adolescentes embriagados de amor, eran Zelda y Scott, la pareja del momento. Elegantes, encantadores, bellísimos, se les caían los billetes de los bolsillos, chapoteaban en las fuentes vestidos y se bebían los cócteles al ritmo desenfrenado de la música y el baile y las luces de la noche. Su vida era una novela, la de los felices años veinte, fastuosa y extravagante. Y la mariposa volaba despreocupada, irradiando luz y y belleza, inconsciente de la fragilidad de sus alas. 

Esta breve biografía de Zelda y Francis Scott Fitzgerald es un prodigio del género. Se centra en los vaivenes de su relación, en cómo su forma de vivir fue el paradigma de una época jovial de libertad, y en lo dolorosa que fue su caída tras haber estado en la cima del éxito y el amor. Cuenta poco del Fitzgerald escritor. Apenas cuatro o cinco páginas sobre el torpe A este lado del paraíso o el brillante Suave es la noche. Dos trazos para París, un trazo para la Costa Azul y sus amigos, y el resto del cuadro para las dos figuras principales, Zelda y Scott, y su angustia vital, siempre al borde del abismo, tratando de apresar lo inapresable. 

Siempre fueron conscientes, hasta cierto punto, de vivir en una novela. Necesitaban intensidad y luces cada día. No soportaban obligaciones ni rutinas. Drama, querían drama, y si no lo tenían, se lo inventaban. Esa era su vida, emociones a todo volumen en movimiento continuo, y disfrutaban y sufrían a la medida de su ambición, ambos víctimas de su ilimitada y morbosa imaginación. "Pelea tras pelea, copa tras copa, derroche tras derroche, Zelda y Scott perdieron la paz y la salud, abusaron de su amor, lo hirieron, lo desgarraron, lo hicieron trizas, antes incluso de que la locura los arrollara". 

Zelda y Scott Fitzgerald a principios de los años veinte

Su vida era una perturbación continua. Pero cuando se trataba de escribir, Scott se volvía responsable, voluntarioso y disciplinado. Seguía luchando contra su desequilibrio pero la literatura le permitía vencer, salir victorioso, aunque fuera en la ficción. Sus libros se alimentaban de su vida, hasta el punto de reproducir en ellos fragmentos de cartas y telegramas de Zelda. Trataba de salvar en la literatura lo que no lograba salvar en su vida real. Y aunque sabía que el esfuerzo era inútil, que las palabras no curan, el éxito arrollador entre el público y la admiración de sus compañeros de generación le impulsaban a seguir ficcionalizando su vida. Era optimista, hasta el punto de pecar de ingenuidad. Su mente candorosa pretendía fijar para siempre lo perdido, a la vez que trataba de alcanzar una paz inalcanzable. Tenía una fe romántica en la irrealidad y cada vez que se derrumbaban sus ilusiones sentía que no había suelo bajo sus pies, que no había nada sobre lo que sustentar su ilusión, su razón de vivir. 

Zelda sufría crisis de esquizofrenia. A partir de 1929, tras varios intentos de suicidio, estuvo ingresada en numerosas clínicas psiquiátricas y algo en su interior se rompió para siempre. Se sentía vieja, sin haber cumplido aún treinta años. Se sentía sola, abandonada, a merced de su dolor y de su derrota. Había soñado con tenerlo todo, con ser la mejor bailarina de París, la mejor pintora de Nueva York, con el éxito y la fama y el amor del mundo entero, y ahora se veía recluida en una habitación aséptica a orillas del Lago Lemán, rodeada de una belleza sin vida, petrificada, sin expectativas, lejos de Scott y de su hija, exiliada de su pasado y con un futuro escamoteado por la locura. 

Y es aquí cuando la escritura de Pietro Citati, maravilloso biógrafo de grandes de la literatura como Goethe, Kafka, Leopardi o Mansfield, brilla en su elegancia, intercalando extractos de las cartas de Zelda y Scott con su propio relato, en una prosa lírica y extraordinariamente fluida. Se nota que no es insensible a la fascinación que ejerce esta pareja y trata sus vidas con sensibilidad y delicadeza, indagando con cuidado en los laberintos amorosos y vitales de su dolor.

Creo que, en su brevedad, este libro es la mejor forma de adentrarse en el mundo de dos personas excepcionales, enamorados de sí mismos, que quisieron cortejar al mundo entero y su realidad sin peso no soportó la enfermedad y el paso del tiempo. La mariposa se quedó sin fuerza para volar, sus alas perdieron el polvo y la luz, y las últimas palabras de El Gran Gatsby quedaron flotando como advertencia para las siguientes generaciones de soñadores: "Y así, seguimos remando, botes contra la corriente, incesantemente arrastrados hacia el pasado". 



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