miércoles, 13 de enero de 2016

NO VIOLENCIA

Siempre me ha llamado la atención la cantidad de violencia a la que estamos expuestos en nuestra vida cotidiana. Un conductor exasperado que pega el morro de su coche a tu maletero y te dispara ráfagas de luces largas porque si no va más rápido no se siente realizado, el turista que te empuja y que apenas murmura una disculpa porque está más pendiente de la foto que quiere sacar que de las personas que le rodean, los familiares que se gritan de todo en las cenas de navidad porque ya no pueden acumular más frustración o complejos o envidia o lo que sea que no han sido capaces de gestionar. 
Violencia que soportan los profesores y los alumnos diariamente en las aulas, las mujeres al cobrar menos que los hombres por los mismos trabajos e incluso nosotros, los que estamos detrás de un mostrador y tenemos que responder con calma y mano izquierda a las provocaciones de la gente que no sabe tratarnos con respeto. 
Siempre he pensado que hay otra forma de tratarse, más humana, más comprensiva y, sobre todo, más inteligente. Porque, como demuestra este libro con decenas de ejemplos, la violencia no resuelve nada; siempre produce más violencia. 

La no violencia es un concepto para el cual no existe una palabra. Al contrario que el pacifisimo, es una forma de persuadir, una técnica para el activismo político, un sistema que aspira a prevalecer. Un sistema, además, que requiere valor e imaginación. Es mucho más complicado ejercer presión mediante boicots, sentadas, huelgas y desobediencia civil que armar a un grupo paramilitar y señalarle su objetivo. Hace falta voluntad e inteligencia para aceptar las razones del contrario y tratar de llegar a un acuerdo. Lanzar una piedra o un misil siempre es más fácil. Pero lo que parece que no entienden, ni han entendido nunca, los dirigentes de nuestra sociedad, es que optar por la violencia para tratar de resolver un conflicto significa, en la inmensa mayoría de los casos, perpetuarlo. 

Mark Kurlansky hace un breve repaso por la historia, desde los primeros cristianos hasta hoy en día, señalando las repercusiones de la violencia en la resolución de conflictos, y cómo los métodos no violentos siempre fueron despreciados, ignorados, cuando no directamente reprimidos y exterminados. Por ejemplo, destaca el origen no violento de las religiones monoteístas y cómo, al hacerse con el poder, olvidan su compromiso con la paz y la concordia y se vuelven asesinas. Y también al revés, estados plurales y tolerantes que, al abrazar una fe exclusiva, se vuelven dictaduras represoras. Quizá el caso más llamativo de esta contaminación en ambos sentidos fuera el triunfo estatal del cristianismo en el Imperio Romano: como dice el autor, una "calamidad de la que la Iglesia nunca se ha recuperado". 

La violencia ha sido siempre esgrimida como un recurso necesario para el cambio. Locke, Hobbes, Rousseau, Robespierre, Marx o Lenin estuvieron de acuerdo en defender las revoluciones como movimientos armados. Lo cierto es que a las principales revoluciones violentas (la francesa, la rusa) les siguieron años, incluso décadas, de guerra civil, masacres y terror. Y sin pretender hacer historia-ficción, me pregunto: ¿no era el recurso fácil? ¿No había soluciones alternativas al uso de la fuerza? ¿No será que el origen de la violencia no está en la naturaleza humana, como creía Hobbes, y que la guerra no es más que el resultado de una clamorosa falta de imaginación por parte de quien la declara?

Mark Kurlansky
Guerras consideradas "justas", como la Guerra de Secesión americana o la Segunda Guerra Mundial, fueron, al fin y al cabo, conflictos brutales parecidos a los demás cuyos objetivos tuvieron mucho más que ver con intereses económicos y geopolíticos que con la emancipación de los negros o la liberación de los judíos. Al echar un vistazo a las motivaciones y los resultados de las guerras en la historia occidental, es imposible no asombrarse de la incapacidad de los gobernantes para aprender del pasado y dejar de utilizar la violencia para responder a la violencia. Es comprensible que Gandhi, cuando le preguntaron por su opinión de la civilización occidental, respondiera: "creo que sería una estupenda idea".

La no violencia ha cosechado éxitos importantes en la lucha contra las dictaduras y la represión: jugó un papel fundamental en el desmoronamiento de la URSS, en la dictadura argentina con las madres de la Plaza de Mayo, en la igualdad racial en EEUU con Martin Luther King o en la caída del Apartheid en Sudáfrica con Nelson Mandela. Es una idea poderosa. Cualquiera que ostente poder en el mundo lo sabe. Y por ese motivo es necesaria: porque es la manera más eficaz de desafiar los abusos, de controlar los desmanes y de responder a la violencia. De aspirar a convivir con respeto y en paz. 


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