
En estas cosas pensaba al leer este cómic de Kim, el dibujante de El arte de volar y de El ala rota. En la incapacidad de la gente para ofrecer lo que han recibido. En la memoria selectiva, que condena al olvido algunas lecciones valiosas del pasado.
Kim viajó a Remscheid, Alemania, en 1963, con veinte años. No salió huyendo del país, como otros hicieron para evitar la cárcel o el garrote. No emigró, como tantos otros, para intentar sobrevivir o para enviar a casa el dinero necesario para que los suyos vivieran con dignidad. Viajó para vivir una aventura, para salir del tedio de unas clases de bellas artes poco inspiradoras y conocer mundo antes de hacer la mili. Pero al poco de llegar a Alemania y conocer a otros españoles emigrados, se dio cuenta "de que lo que para mí era una experiencia, una aventura, incluso un divertimento, para algunos de aquellos hombres era la última oportunidad que tenían de la salir de la miseria".
La España negra de la obediencia y el miedo sobrevuela buena parte de las historias de sus compañeros en el exilio. Un día vienen unos señores muy bien vestidos a darles una charla en una sala del albergue alemán donde se hospedan cientos de españoles. Hablan de dignidad, del orgullo de ser español, de defender el honor, hasta que uno de los amigos de Kim estalla: "¿Qué coño hacéis aquí en Alemania hablando de dignidad, cuando vosotros junto al caudillo habéis fusilado a media España? ¡Fuera de aquí, cerdos, asesinos!" Es glorioso ese momento en el que se dan cuenta de que son falangistas y empiezan a increparles, a insultarles, a tirarles encima toda la rabia acumulado por décadas de represión y violencia. Qué liberación saber que estar allí les protegía de las represalias y que ese estallido en España les habría costado la libertad, la salud y quizá la vida.
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Joaquim Aubert Pigarnau, "Kim" |
Me ha emocionado la hospitalidad espontánea de esas señoras alemanas ofreciendo café a los españoles que quitan la nieve de sus calles bajo la ventisca. Y las sesiones de música con cerveza en la habitación de Kim, bautizada como la Cueva del Arte, por los cuadros, los instrumentos y los jolgorios inspirados que montaban siempre que podían. Bajo la mirada benevolente del dueño del albergue, un grupito de españoles construyeron en aquella pequeña ciudad alemana un hogar. El hogar que la mayoría había perdido al irse de España.
Todos los emigrantes se parecen. Si esta historia la hubiera escrito un senegalés que hubiera venido a España en 2013, también habría hablado de añoranza, de aventuras, de compañeros, de incomprensión, de trabajo duro, de esperanza. Pero no dejo de preguntarme, ¿habría hablado también de hospitalidad, de agradecimiento o de admiración?
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