Yo antes no leía cómics. Desde que devoré la colección completa de Astérix en versión original para aprender francés (método que recomiendo vivamente), no había vuelto a la viñeta porque la consideraba infantil. La asociaba a Mortadelo, a Tintin, a Garfield, a historietas superadas por la adolescencia, que siempre reniega de su pasado. Y al igual que me pasaba a mí entonces, muchísima gente hoy en día sigue creyendo que los cómics son para niños, o, en el mejor de los casos, que, aunque traten temas de adultos, la viñeta simplifica cualquier historia que se pueda contar sin ilustraciones.
Qué error. Cuánta belleza se pierden. Cuánta capacidad de sugestión están despreciando al pensar que una historia sólo puede contarse de una manera.
Ilustración de "Los surcos del azar" |
No se entiende la historia de la novela gráfica en España sin la editorial Astiberri. Sin ella, es muy probable que yo siguiera pensando que los cómics son o infantiles o superficiales. En sus 15 años de vida, Astiberri ha demostrado a todo tipo de lectores que existen otras formas de contar una historia, que la ilustración, combinada o no con un texto, sacude y emociona igual o más que cualquier otro lenguaje.
Gracias a Astiberri viví la guerra civil y la segunda guerra mundial en la piel del soldado republicano de Los surcos del azar (Paco Roca), sufrí el miedo y la rabia de una chica de Yorkshire que sufrió abusos sexuales en Una entre muchas (Una) y hace pocos días he estado muy cerquita de Glenn Gould (Sandrine Revel), un genio del piano hipocondríaco y desquiciante, que me ha reavivado las ganas de volver a tocar las Variaciones Goldberg, aunque sea lejos de un estudio de grabación.
Ilustración de "Glenn Gould" |
A principios de año me propuse reseñar un cómic al mes, en un intento de abarcar un género que no frecuento con la asiduidad que merece, y ocho meses después le he cogido tanto cariño a las historietas que en la librería le vamos a dedicar a una de las editoriales que mejor las editan el espacio propio de la editorial del mes.
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