
Escribir, obviamente, sobre la muerte, pero también sobre lo que queda, sobre los amigos, sobre la suerte de sobrevivir, la suerte de permanecer contra todo pronóstico y toda esperanza.
Los poemas son, como dice Fernando Valverde en el prólogo, cercanos, amigables, directos, casi narrativos, y al leerlos no deja de sorprenderme la ausencia de odio y rabia hacia los serbios y en especial hacia ese general llamado Radovan Karadkic, ideólogo del cerco de Sarajevo y del genocidio de Srebrenica, que una vez fue su alumno y llegó a considerarlo amigo.
Poemas humanos y generosos, de los que me quedo con el que cierra el libro:
UNA CALLE PARA MI NOMBRE
Paseo por la ciudad de nuestra juventud
y busco una calle para mi nombre.
Las calles grandes, ruidosas,
se las dejo a los grandes de la historia.
¿Qué hacía yo mientras se hacía la Historia?
Simplemente te amaba.
Busco una calle pequeña, simple, cotidiana,
a través de la cual, sin llamar la atención de nadie,
podamos pasear incluso después de la muerte.
No es importante que tenga un paisaje hermoso,
tampoco que haya pájaros.
Lo importante es que en ella puedan tener refugio
cualquier hombre o perro en peligro.
Sería hermoso que estuviera empedrada,
pero tampoco esto es imprescindible.
Lo más importante es que
en la calle que lleve mi nombre
no le suceda nunca a nadie una desgracia.
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Izet Sarajlic |
¡Que preciosos versos!!! Gracias por descubrirme a un poeta que no conocía
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