
Némirovsky escribió este libro en 1926, con apenas 23 años, meses antes de casarse con Michel Epstein, en una unión que aparentemente fue feliz a lo largo de toda su vida. Y es su juventud lo primero que desconcierta, esa increíble capacidad de profundizar en la relación de dos personas que se aman pero no logran encontrar la distancia o la intensidad o la generosidad necesarias para convertir ese amor en una felicidad. Es como si con 23 años, la joven Irène hubiera vivido ya varias veces una historia así, como si hubiera acumulado durante años, relación tras relación, todos esos sentimientos confusos e ingobernables y hubiera alcanzado la sabiduría y la clarividencia necesarias para modelar su experiencia en una obra de ficción. Aunque quizá no fuera así, quizá tenía el don de comprender la complejidad humana a la primera y la intuición literaria para despojar a sus personajes de todos sus pudores y mostrar sus pasiones y miserias en toda su desnudez. Después de leer Suite Francesa, en realidad pienso que Irène Némirovsky no necesitaba perspectiva para comprender las cosas, le bastaba vislumbrar un solo instante una situación humana, fuera cual fuese, para atrapar su verdad oculta y que de inmediato surgiera en su cabeza una escena, un argumento, la trama de una tragedia y de una novela entera.

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