Y después de un largo peregrinaje hacia ese falso paraíso de la vida ociosa, encuentra una forma de sobrevivir a su literatura que deja a todo el mundo perplejo: anuncia que va a escribir retratos. No a dibujarlos ni a pintarlos, sino a escribirlos. Y aquí es donde Baricco recita las palabras mágicas, nos envuelve en su hechizo y caemos rendidos ante esa extraña mezcla de excentricidad, delicadeza y sabiduría.
Porque Mr Gwyn no es un escritor de retratos cualquiera. Mr Gwyn mira a su modelo durante días y días sin hablar desde una distancia que parece infinita y consigue que ese silencio, esa nada, despoje el cuerpo de todas sus defensas. Mr Gwyn es capaz de ver más allá de un gesto, de una risa o de un cuerpo desnudo. Mr Gwyn es capaz de descubrir no ya el personaje que todos llevamos dentro, sino toda la historia que rodea al personaje para, de alguna forma imprecisa y misteriosa, salvarlo de sí mismo y mostrarle el camino que lo lleve de vuelta a casa.
Lo maravilloso de este libro es esa magia especial, esa magia enigmática y conmovedora que se queda flotando en el aire después de cerrar la última página y que, para nuestro asombro, con el paso de los días sigue sin desvanecerse.
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