
Esta tarde he estado un ratito leyendo este librito y, entre todos los argumentos que esgrime Compagnon para defender la utilidad de la literatura, me he encontrado con el siguiente: "La lectura de novelas sirve de iniciación moral en Occidente desde hace dos siglos. Fuente de inspiración, la literatura contribuye al desarrollo de nuestra personalidad, permite acceder a una experiencia sensible y a un conocimiento moral que sería difícil, incluso imposible, adquirir en los tratados de los filósofos. Contribuye, por lo tanto, de forma insustituible tanto a la ética práctica como a la ética especulativa."
Yo no sólo leo novelas para aprender, ni mucho menos. A veces pienso que las novelas que más me gustan son las que no me enseñan nada, o al menos nada que yo pueda verbalizar ni traducir en conceptos. Pero el argumento es válido, y en el fondo me gusta: leer novelas para aprender. Literatura como educación sentimental, más sutil, más indirecta, más indefinida y sin embargo, mucho más eficaz que cualquier tratado o ensayo que pretenda explícitamente enseñarnos algo. Aprender transversalmente, sin método, sin lecciones ni orden, sin doctrinas. Aprender porque nos encanta la novela o porque la aborrecemos. Aprender sin darnos cuenta de que aprendemos. Aprender mediante revelaciones íntimas e indefinibles todo eso que, novela tras novela, va definiendo las verdades individuales e intransferibles que nos hacen ser quienes somos.