lunes, 15 de diciembre de 2025

NUESTROS DIEZ FAVORITOS 2025

Pues ya está aquí nuestra lista anual de los libros publicados en 2025 (con una excepción publicada en 2024) que más nos han gustado. Este año, siete traducciones y tres originalmente en español, seis autoras y cuatro autores, con un especial enfoque en la calidad literaria y en el compromiso social para denunciar injusticias y proponer alternativas constructivas. Hay novelas históricas, dos ensayos sobre desigualdades sociales, una novela poética y una novela río que, a pesar de haberse publicado en 2024, hemos colado en esta lista porque es sencillamente maravillosa. 

De nuestro país viajamos a un Japón íntimo y enigmático en cinco partes como los paneles de un biombo, al Sarajevo de 1992, al París de la ocupación, a la Ruanda del genocidio y a la actual, a un pueblito en las montañas francesas, al norte de Irak y al Támesis londinense, sin olvidarnos de la España actual con sus violencias domésticas y habitacionales. 

Lo decimos siempre, pero no está de más recordarlo: pensamos que jerarquizar el gusto es un despropósito. Así que nuestra lista de favoritos, año tras otro, no sólo no es jerárquica (tan bueno es el primero como el décimo) sino que ha estado cambiando hasta el último momento y seguirá cambiando a partir de enero, a medida que vayamos enamorándonos de nuevas lecturas.

Aquí están, por méritos propios, nuestros diez favoritos de 2025. 
¡Cosecha Benedetti!



1. Comerás flores, de Lucía Solla Sobral (Libros del Asteroide, 19,95€).

Hay libros que te tocan una tecla y, sin saber muy bien cómo, toda la música se te despliega por dentro sin parar. La protagonista de esta novela aprende a querer dramáticamente, con exageración y con la prisa de a quien se le agota la vida. Y la historia de su amor al borde de la cordura se lee casi de una sentada y te llena el cuerpo de flores y de peligro. Solo cuando sales de ahí, de ese peligro y de ese miedo, te das cuenta de que te has pasado semanas, meses, años conteniendo el aliento, bajo observación constante, y que es una increíble —y dolorosa y lenta— maravilla reaprender a llenar los pulmones como una persona normal y saborear las flores libre ya de su veneno. 
Una primera novela fresca, apasionada y electrizante. 



2. La sombra del cardo, de Aki Shimazaki (Nórdica, 29,50€).

Shimazaki escribe sobre la cantidad de vida que se esconde en los márgenes de lo establecido. Los cinco protagonistas de esta novela insisten en ampliar esos márgenes, en profundizar en esa zona de secreto donde pueden vivir más libremente, elegir nuevos mimbres con los que trenzar sus emociones. Cada uno de ellos está relacionado con una flor y su significado en la cultura japonesa, y también con una canción que la menciona. La naturaleza, la música y la memoria son tres de los hilos con los que la autora va ligando delicadamente el devenir de cada personaje, dejando siempre mucho espacio al lector para que imagine la historia a su manera. Una novela llena de significados que permanecen en la sombra, esperando que una persona sensible sepa descifrarlos y hacerlos suyos. 




3. El barman del Ritz, de Philippe Colin (Galaxia Gutenberg, 21€).

Mientras que en París reina el frío y el hambre, el bar del Ritz funciona como siempre. El hotel pone carteles de completo todos los días. En una atmósfera caldeada, alemanes y franceses ríen, beben, brindan, bailan, ajenos a la hecatombe que les rodea. Es el búnker del glamour, una cápsula del tiempo que parece detenido, pero que no lo está. Basta mirar con detenimiento las miradas de ciertos camareros, o del barman que sirve con impecable cortesía un cóctel tras otro a esos hombres en uniforme que no dudarían ni un segundo en mandarlo al exterminio en un vagón de ganado si supieran su secreto. Una novela trepidante sobre el París de la ocupación nazi protagonizada por unos personajes fascinantes. 


4. El secuestro de la vivienda, de Jaime Palomera (Península, 17,90€).

El abismo entre el precio de las casas y el poder adquisitivo de la población no deja de crecer. Es el problema fundamental de las generaciones nacidas a partir de 1980. Lo que define si tienes o no tienes acceso a una vivienda en propiedad ya no es tu preparación o tus estudios, sino tus padres. Sí, esos padres que hablan con orgullo de la cultura del esfuerzo, pero que no necesitaron estudios ni preparación específica para acceder a una vivienda asequible. Millones de personas de clase obrera nacidas antes de los sesenta ya eran propietarios con la hipoteca pagada a los cuarenta años. Un sueño inimaginable para sus hijos y sus nietos. Pero hay soluciones. Jaime Palomera, con más de veinte años dedicados a los problemas de la vivienda, las describe con claridad meridiana en este libro. Y concluye que «la única manera de vivir con dignidad y libertad pasa por defenderte y poner en jaque a quien especula con tu vida».  



5. El jacarandá, de Gaël Faye (Salamandra, 21€).

El protagonista de esta historia es un chico de doce años que vive en Versalles y está empezando a descubrir el mundo. De madre ruandesa y padre francés, apenas sabe nada del origen del color de su piel. Ha vivido una infancia llena de silencios, de asuntos de los que no se puede hablar, como la vida y la familia que dejó su madre en su Ruanda natal, o la relación ambigua entre sus padres, construida sobre unos andamios a menudo demasiado frágiles. Un día de 1994 su madre llega a casa con un chico escuálido y herido, su sobrino, según les dice. Es un superviviente del genocidio que ha golpeado Ruanda y se va a quedar con ellos de momento. Ahí empieza para el protagonista el inicio de un viaje a sus orígenes que le llevará a buscar los secretos familiares a la sombra violeta de un jacarandá, un árbol capaz de florecer tras la tormenta. 
 


6. Las mariposas de Sarajevo, de Priscilla Morris (Duomo, 19€).

Esta novela te tiene al borde del asiento con el corazón en un puño a lo largo de sus 250 páginas. Con una prosa desnuda y cercanísima, por momentos turbadoramente bella, Priscilla Morris (escritora británica de ascendencia bosnia) ha escrito una historia de ese 1992 en Sarajevo, el primer año del cerco, desde el punto de vista de una pintora serbia atrapada en la ciudad. Retrata a la perfección cómo una intranquila normalidad se va transformando, poco a poco, en un infierno sin que la gente logre de verdad salir de su estupefacción. Se decía que tratar de separar a bosnios, croatas y serbios sería como separar la harina y la leche en un bizcocho ya hecho. Y, sin embargo, esa fue la tarea que se propusieron los serbios nacionalistas. ¿Quién iba a imaginar que la harina de la leche se podía separar con fuego? Una novela oscura y esperanzadora sobre las consecuencias del nacionalismo y del odio al diferente. 

 

7. Caída de las nubes, de Violaine Bérot (las afueras, 16,95€).

¡Cómo se puede decir tanto con tan poco! Ya lo demostró Violaine Bérot en su anterior novela, Como bestias, un prodigio de obra coral que alternaba interrogatorios policiales con un misterioso coro para crear un moderno y poderoso cuento de hadas rural. Y ahora, en Caída de las nubes, aquel enfoque fragmentario se potencia con párrafos cortos de siete personajes que cuentan cada uno su versión de la historia de una mujer que ha dado a luz sin parecer embarazada. Cada uno con su registro lingüístico, con su empatía y su prejuicio, dan cuenta de su sorpresa y su recelo. Y la autora propone, en lo que parece un guiño encantador a la Rayuela de Cortázar, dos formas de leer esta historia: la convencional, del principio al fin; o por personajes, saltando al párrafo indicado con un número. 
Una historia dura y amable, desconsolada y feliz, abrumadora y sencilla, que aprieta y reconforta el corazón. 


8. ¿Y los hombres qué?, de Caitlin Moran (Anagrama, 21,90€).
Este divertidísimo libro de Caitlin Moran habla de los hombres desde el feminismo, en un intento por comprender qué les pasa, por qué están tan enfadados con tantas cosas, por qué se identifican como víctimas si se supone que forman parte del colectivo más poderoso, por qué no saben hablar entre ellos de lo que sienten y por qué, si se sienten tan mal, no tienen un movimiento empoderador en el que refugiarse y que los hermane en una lucha colectiva, como sí tienen las mujeres desde hace más de un siglo. 
Como siempre, Caitlin Moran es desternillante. Y, también como siempre, da en la diana de muchos problemas acuciantes y globales provocados por los estereotipos de género.




9. Hasta que empieza a brillar, de Andrés Neuman (Alfaguara, 20,90€).

¡Qué belleza esta vida de María Moliner! Cuando se cumplen ciento veinticinco años de su nacimiento, Andrés Neuman nos cuenta su vida desde la ternura y el humor, desde la calidez poética con la que se rinden los mejores homenajes. 
La vida de María Moliner, que en este libro descubrimos que va mucho más allá del famoso diccionario, proyecta en nuestro presente ecos de absoluta actualidad. «Quienes recomendaban no politizar la lengua solían hacer justo lo contrario, avalando silencios y promoviendo olvidos. Si nombrar con propiedad constituía una actividad sospechosa, entonces la lexicografía se merecía pasar enterita a la clandestinidad». Y la voz de Andrés Neuman nos la trae con toda su fragilidad y complejidad, con sus contradicciones y su fortaleza. Como quien mira por la ventana y, mientras riega sus geranios, echa a volar. 


10. Hay ríos en el cielo, de Elif Shafak (Lumen, 23,90€).

Esta es una novela lírica, delicada, sensorial, apasionada. Un gozo continuo de lectura. Da ganas de hacer cosas un poco locas y te hace vivir en un tiempo paralelo, el tiempo de los cuentos. Esta es una novela sobre un hombre de origen humilde que a mediados del siglo XIX se convirtió en el descubridor del lenguaje más antiguo de la humanidad. Es una novela sobre una mujer con un pasado traumático que se va a vivir al agua porque piensa que se quiere morir. Es una novela sobre una chica que se está quedando sorda y se embarca con su abuela en el viaje más ilusionante de su vida. Pero, sobre todo, y siempre, es una novela sobre el agua. El agua como bendición y como maldición. Como hilo conductor entre la antigua Mesopotamia y el Londres actual.
Elif Shafak, escritora de origen turco, le canta en esta historia al poder transformador de las canciones. Necesitamos las canciones como el agua y el pan. Como todo lo que nos alimenta la capacidad de asombrarnos y maravillarnos. 




viernes, 12 de diciembre de 2025

MANSFIELD PARK

Cada cierto tiempo vuelvo a los clásicos para leer a otro ritmo. Para leer sin impaciencia, sin la presión de conocer para recomendar, sin la urgencia de añadir un tic a otra novedad más para tratar de cumplir con la imposible tarea de estar al día de lo que se publica. Cada cierto tiempo paro la rueda y me dedico a leer algo atemporal sin prisa. Este final de otoño, para celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen, he leído Mansfield Park

Hay muchas ediciones de Mansfield Park, y aunque la edición de Alba me atraía por tener la traducción más recomendada, la belleza de la edición de Ediciones Invisibles me conquistó a la primera. Y la traducción de Ana Mata Buil ha sido un gustazo también. Nunca me canso de apreciar hasta qué punto influye la estética de un libro en su lectura. Es como el influjo de una cafetería en el café que te tomas en ella. Todos sabemos que un cruasán mirando al Sena no sabe igual que en casa. 

De esta novela me han gustado muchas cosas. He encontrado deliciosas la elegancia y la naturalidad en el tono. Y esa leve ironía que es como un aroma imperceptible que estimula y acoge. He leído toda la novela imaginando a la propia Jane Austen leyéndosela en voz alta a su familia, con una cadencia medio dramatizada llena de intención, algo que solía hacer la autora, como cuenta Cristina Oñoro en Jane. Y esa calidez y complicidad imaginadas han sido como una manta calentita para los días glaciales que se han sucedido mientras leía esta historia. 

Me han gustado la agudeza en la descripción psicológica de los personajes, la enorme empatía por sus debilidades y la generosidad al esforzarse por captar los múltiples puntos de vista de todas las situaciones. Escribo esforzarse, aunque en realidad no se percibe ningún esfuerzo. Lo mejor de todo es que es muy probable que Jane Austen fuera así de generosa de forma natural. Y defendiera naturalmente valores como la bondad, la gratitud o la humildad, que no son mera fachada en la historia, sino motor de las acciones más transformadoras de los personajes. 

Una de las críticas que se le hace a las historias de Jane Austen es que hay poco que se pueda extrapolar a la sociedad actual. Ciertamente la forma de relacionarse que tienen los personajes hoy en día sería un poco impensable. Pero creo que no hemos avanzado en todo. Por ejemplo, me ha llamado la atención la gratitud. Están todos todo el rato dándose las gracias de formas indirectas y elegantísimas. Me ha hecho pensar en la gratitud como amor, pero también como deuda, otro de los temas importantes de la novela. Y he pensado que la gratitud es un valor en declive hoy en día, un valor que hemos aprendido a confundir con la afectación, o incluso con la sumisión. Y generaciones enteras se han educado en que solo se da verdaderamente las gracias a los extraños, porque cuando hay confianza el agradecimiento molesta. De hecho, esto es particularmente notorio en España: vivimos en uno de los pocos países en los que en vez de dar las gracias, regañamos o abroncamos: para qué decir con alegría «qué detalle, muchísimas gracias» cuando puedes decir con el ceño bien fruncido «pero bueno, no tenías por qué haberte molestado, ay que ver» (poco se ha estudiado, me parece a mí, el impacto en la autoestima y en el cultivo de la humildad que produce educarse en una cultura en la que es normal afear la conducta o quejarse sistemáticamente de quien pretende agradar). 

Muchas cosas han cambiado en dos siglos. Apariencias, expectativas, conductas, casi todo se ha transformado, pero si hay un personaje de esta novela que sigue siendo tragicómicamente reconocible hoy en día, ese es la señora Norris. Una viuda inquieta y hacendosa, siempre insatisfecha, siempre dispuesta a ponerle una pega a todas las experiencias, siempre organizándolo todo y previendo todo tipo de contratiempos y desgracias para, en los raros casos en que se producen, arrogarse el mérito de haberlas predicho. Ningún defecto se escapa a su mirada alerta y, cuando no hay defecto, lo inventa para no perderse nunca la satisfacción de erigirse en juez de todo lo que la rodea. Y lo mejor de todo es que la cálida y humanísima mirada de Jane Austen pinta hasta a su personaje más irremediablemente irritante con la ironía más bondadosa que se pueda imaginar, para que la espontánea tirria que provocaría en cualquiera un carácter así se evapore transformándose en una socarrona sonrisita. 

En fin, por algo Mansfield Park es un clásico de la literatura universal. Y ya tengo nuevo propósito: dedicarle diez días cada trimestre a leer una novela de Jane Austen, diez días de viaje a otra época donde vivir más despacio, donde devolverle el lustre a algún valor en decadencia, reírme sin malicia de las miserias humanas y disfrutar de una elegancia que nunca dejará de mirarnos a los ojos con la sonrisa despierta. 



 

martes, 9 de diciembre de 2025

VENECIA

Venecia no es una ciudad, es un espejismo. Un espejismo que emerge del agua como si fuera una ciudad llena de palacios. Un espejismo esquivo y bellísimo, cuya belleza consiste en estar siempre más cerca de su representación artística que de su realidad. Una belleza de postal antigua, entre Oriente y Occidente. De canción de la infancia. Del romanticismo legendario de los sueños. 

Venecia no es una ciudad, es un sueño. Y este libro de Jan Morris, a menudo admirado como el mejor libro de viajes jamás escrito, es su mejor homenaje. Lo que hace la autora no es nada fácil. ¿Cómo se viaja a un sueño? ¿Cómo se describen el agua, las calles, las gentes, las costumbres de un mundo regido más por la imaginación que por la naturaleza? ¿Cómo traer a los lectores los sonidos, los olores y la luz de una ciudad que parece flotar en una laguna mítica, a la vez efímera y eterna, siempre dispuesta a desaparecer para siempre?

Delicioso, encantador, erudito, amenísimo, desde su primera aparición en 1960, este libro de Jan Morris se convirtió en un éxito arrollador y en una guía íntima y romántica, una mirada imprescindible que ha guiado a millones de viajeros por las calles y canales de Venecia. Hay descripciones para subrayar en cada página, siempre traducidas con la sabiduría y la delicadeza que pone Concha Cardeñoso en todo lo que escribe. 

Empañada por una humedad constante, reluciente como una visión recién salida del agua, mecida y asediada por las mareas, decadente y maloliente, saturada de historia, encantadoramente decrépita y a la vez lujosa y exquisita, Venecia es un lugar archiconocido, fuera de toda norma y comparación, que, a pesar de la masificación turística que ha expulsado a los venecianos y todos los días amenaza con acabar con su identidad, mantiene inexplicablemente intacto su misterio y capacidad de fascinación. 



jueves, 4 de diciembre de 2025

HOY

Este libro de Agustina Guerrero es una cosa bonita que calienta el corazón. Sí, tiene frases de autoayuda, y sí, el carpe diem nos lo sabemos todos, pero en estos tiempos rotos donde parece que la desesperanza ha pasado a convertirse en un elemento fijo del paisaje, todos los bálsamos que nos acerquen a algún tipo de felicidad son bienvenidos. 

La autora nos habla de un mal muy conocido. Es el ansia de tenerlo todo bajo control y que las cosas sucedan siempre tal y como las planeamos. La incapacidad para dejarnos llevar por lo imprevisto, a pesar de ser conscientes de que son precisamente los momentos improvisados los que se convierten en los mejores recuerdos. Para mitigar esa ansiedad cotidiana, la autora busca el refugio de las plantas, el cariño de tu familia y un paseo inesperado por preciosos rincones de Barcelona. 

Esta ansiedad no es algo nuevo de las generaciones más jóvenes. En la librería veo que la ansiedad hace estragos incluso con mayor intensidad en las personas mayores. La ansiedad de estar siempre pendientes del reloj. De tener una voz en nuestra cabeza que nos repite durante todo el día: se hace tarde, se hace tarde. ¿Y cómo respondemos a esa voz? ¿Cómo luchamos contra ella si nos da orden en el caos y aparentemente cuida de nosotros? Si nos olvidáramos de la hora que es y pusiéramos toda nuestra atención en el aquí y el ahora, ¿qué sucedería? ¿Qué cataclismo se  nos vendría encima?

Es la rueda inacabable de hacer, hacer, todo el rato estar haciendo algo. No poder estar parados porque estar parados es perder el tiempo. Con la atención constantemente puesta en las cosas por hacer o en cumplir las cosas programadas, es imposible percibir el entorno: el canto de un pájaro, la luz dorada del otoño sobre las plantas del salón. Es imposible recibir algo imprevisto con ilusión, cualquier interrupción en nuestro orden cerrado la percibimos con irritación porque nos frena, nos invade y nos hace perder el tiempo. El nuestro, que siempre es más importante que cualquier otra cosa. 

En un fantástico paseo improvisado por Barcelona, Agustina Guerrero nos invita a disfrutar de la soledad sin hacer nada, algo en apariencia sencillo pero que a veces se vuelve toda una hazaña en este mundo acelerado donde imperan la productividad y la ansiedad. «No suelen enseñarnos a mirar». La mirada siempre está pensada para extraer algo del objeto, una información con la que formarnos un juicio. Mirar por el placer de mirar es otra cosa. Es detener el tiempo para ver lo que elegimos ver. Para hacer de lo que miramos una parte de nosotros. 

Hoy es un homenaje a los momentos de calma y silencio que necesitamos para mantener viva la capacidad de maravillarnos ante las cosas cotidianas y reales que nos rodean, disfrutarlas sin pensar en nada más, ni en lo que vino antes ni en lo que viene después. Aunque no haya ninguna urgencia real, todo nos impulsa a vivir corriendo. Y, sin embargo, en el fondo sabemos muy bien que «el verdadero lujo es vivir despacito». 



lunes, 1 de diciembre de 2025

PRIMERAS VECES

El año pasado por estas fechas me enamoré de Juntos, un libro infantil de Émilie Chazerand y Amandine Piu que mostraba, con unas ilustraciones preciosísimas y un ingenioso troquelado, que la compañía siempre multiplica la diversión, el aprendizaje y el placer. Ahora, estas dos autoras han vuelto a enamorarme con estas Primeras veces en las que, retomando la idea de su anterior libro, nos sorprenden con un juego de equívocos sobre todas esas primeras veces que probamos la vida y nos sorprendemos. 

La primera vez que viajamos puede ocurrir sin movernos de sitio. La primera vez que nos enamoramos quizá sea de dos maravillas a la vez. La primera vez que hacemos amigos puede que ellos no nos contesten, y nos caliente el corazón como si lo hicieran. 

Sean como sean las primeras veces, se quedan para siempre. 





jueves, 27 de noviembre de 2025

COMERÁS FLORES

Hay libros que te tocan una tecla y, sin saber muy bien cómo, toda la música se te despliega por dentro sin parar como una serpentina de emociones. Sin parar, no podía parar. He leído esta novela en poco más de un día. Con fruición, con ansia, con la fascinación y el vértigo que da asomarse a un espejo que te refleja de formas inesperadas. Leía tan rápido que a veces dejaba de prestar atención al lenguaje, y entonces volvía atrás para no perderme detalle: que la voracidad nunca nos robe la belleza. He pasado poco más de un día comiendo flores con Lucía Solla Sobral. Este otoño va a volverse primavera en mis recomendaciones. 

La protagonista de esta novela eres tú, soy yo, somos todos. Bueno, todos no, porque hay gente que ni siente ni padece e increíblemente también les late un corazón —qué corazón será ese—. Pero la mayoría somos ella. En fin, todos. La protagonista de esta novela aprende a querer dramáticamente, con exageración y con la prisa de a quien se le agota la vida. Y, sin saber muy bien cómo, se ve inmersa en «una relación que rueda tan rápido que tengo miedo a que se resquebraje por el camino y vaya soltando pedazos y que todos los pedazos sean míos».

Y, saliendo del duelo por la muerte de su padre, el amor la arrebata y le pinta la vida de serpentinas de colores y de luces de neón que brillan como las fiestas populares, como la alegría y el éxtasis y la felicidad inexplorada, y también como las alarmas, las sirenas y las chispas de los cables pelados. Un amor fabuloso y tan perfecto que cómo quejarse. Y de qué quejarse. ¿De su enfado si no responde de inmediato a los mensajes? ¿Del reproche velado por no prestarle la debida atención? ¿De la corrección cortante si cuenta algo que no se ajusta exactamente a su recuerdo?

Y la historia sigue y los ecos se multiplican en mi cabeza —en tu cabeza, en la cabeza de todos—. Su silencio cuando estás fuera, el silencio cuando mandas fotos de un viaje en el que él no está, el profundo desinterés por cualquier anécdota en la que él no participe de alguna manera, la opinión sobre todo, sobre tu ropa, tu familia, tu trabajo, tus amigos, tu comida, tus vacaciones, tus libros, tus gastos, tus elecciones, tus principios, tu ocio. Hazme caso, elige esto, yo sé lo que te pasa, tienes que escucharme, no puedes seguir así. La jerarquía que se note todo el rato pero que sea invisible, la naturalidad de responder por ti cuando te hacen una pregunta, preguntarte siempre siempre siempre quién te ha llamado, quién te ha escrito, de quién es esa nota de voz, qué le has respondido, y las muecas de aprobación y de rechazo, los juicios sumarísimos que se expresan con una ceja levantada o una boca torcida o un simple ceño mejor y con más daño que con mil frases llenas de adjetivos hirientes. 

Y el amor, ese amor. La cara de felicidad con que lo exhibes y cómo todo el mundo te felicita. ¡Es que es perfecto, pero qué suerte tienes! Ese amor que te eleva a las nubes y anula toda alternativa. Que dice o estás conmigo en el paraíso o no existes. Ese amor basado en el cuidado que fiscaliza y alecciona. Ese amor hecho de paciencia y resignación ante la posibilidad de tus dudas, veteado de un miedo invisible pero recurrente, que se vende a los demás como el mejor amor posible, la devoción absoluta, qué bien cuida, qué detallista, qué suerte, y que se basa en una crítica constante y el miedo como el color de fondo de cada día.  

He leído este libro casi de una sentada y se me ha llenado el cuerpo de flores y de peligro. He recordado el peligro de quedarte al otro lado del miedo, de ignorar los desplantes, los avisos, los abusos, de perdonar las regañinas y los gritos porque te convences de que todo sigue mereciendo la pena, el peligro de elegir no ver y conformarte con seguir comiendo flores, aunque seas incapaz de retener su dulzura en el estómago. Solo cuando sales de ahí te das cuenta de que te has pasado semanas, meses, años conteniendo el aliento, bajo observación constante, y que es una increíble —y dolorosa y lenta— maravilla reaprender a llenar los pulmones como una persona normal y saborear las flores libre ya de su veneno. 





lunes, 24 de noviembre de 2025

HAY RÍOS EN EL CIELO

Mientras leía esta novela me miraba la cara interna del antebrazo y pensaba en hacerme un tatuaje. Yo, que siempre he recelado de los tatuajes. Un tatuaje con un símbolo del agua. Y en escritura cuneiforme, para rizar el rizo. Mientras leía esta novela pensaba en el agua. En que la crisis climática es una crisis del agua. Y en que el agua se transforma y una misma gota se puede beber dos veces. ¿Perdón? Mientras leía esta novela aprendía sobre los yazidíes, sobre cómo las minorías perseguidas viven en un tiempo diferente del nuestro. Y, según en el capítulo que estuviera, quería dejarlo todo para convertirme en arqueólogo, irme a vivir a un barco en el Támesis, aprender a detectar manantiales subterráneos y mirar las nubes con la intensidad necesaria para descubrir ríos en el cielo. 

Esta es una novela sobre un hombre de origen humilde que a mediados del siglo XIX se convirtió en el descubridor del lenguaje más antiguo de la humanidad. Es una novela sobre una mujer con un pasado traumático que se va a vivir al agua porque piensa que se quiere morir. Es una novela sobre una chica que se está quedando sorda y se embarca con su abuela en el viaje más ilusionante de su vida. Pero, sobre todo, y siempre, es una novela sobre el agua. El agua como bendición y como maldición. Como hilo conductor entre la antigua Mesopotamia y el Londres actual. 

Todo se transforma, todo está constantemente transformándose. Como el agua, que pasa de sólido a líquido, de líquido a vapor, y vuelta a empezar, manteniendo su esencia molecular. Permanece años, siglos, encerrada en la tierra repleta de fósiles, para un día subir al cielo y regresar poco después en forma de bruma, niebla, monzón o granizo, o quizá incluso de lágrima, constantemente desplazada y reubicada. «El agua es la inmigrante consumada, atrapada en tránsito, sin tener nunca la posibilidad de asentarse». Quizá por eso le atrae tanto a Zulika, una de las protagonistas de esta novela. Una mujer británica de origen persa que ha dedicado su juventud a estudiar la ciencia del agua y que, como el agua, vive en permanente cambio, sin poder asentarse ni echar raíces en ningún lugar. 

El agua, como los personajes de esta novela, tiene una asombrosa resiliencia, y al mismo tiempo una gran fragilidad. Elif Shafak, escritora de origen turco, le canta en esta historia al poder transformador de las canciones. Necesitamos las canciones como el agua y el pan. La música, la belleza, las historias. Sin ellas nuestra imaginación se marchita y se muere. Nuestra capacidad de sentir asombro y curiosidad se apaga. 

Hay ríos en el cielo es lírica, delicada, sensorial, apasionada. Es un gozo continuo de lectura. Da ganas de hacer cosas un poco locas y te hace vivir en un tiempo paralelo, el tiempo de los cuentos. Porque «el tiempo de los relojes, por muy preciso que pretenda ser, está distorsionado y es engañoso. Discurre con la falsa impresión de que todo avanza firmemente hacia delante y que, por lo tanto, el futuro siempre será mejor que el pasado. El tiempo de los cuentos entiende la fragilidad de la paz, la mutabilidad de las circunstancias, los peligros que acechan en la noche, pero también aprecia los pequeños actos de bondad. Por eso las minorías no viven en el tiempo de los relojes. Viven en el tiempo de los cuentos». 



jueves, 20 de noviembre de 2025

LAURENCIA

Recuerdo salir del teatro con un velo de emoción en la garganta. ¿Qué os ha parecido?, nos preguntábamos los tres, y no acertábamos a responder. Es escandaloso, creo que les dije a J. y a P. Escandaloso el talento de Ana Wagener en escena, escandalosa la belleza del texto de Alberto Conejero, pensaba. Del primer minuto al último un prodigio de emoción, un viaje de los que, afortunadamente, no terminas nunca de volver del todo. 

Poco, casi nada, sabía yo de Laurencia antes de la función. Es el personaje femenino principal de Fuenteovejuna, me dijo P. La víctima del comendador. El motivo del motín, la chispa que encendió la llama de una de las rebeliones populares más famosas de la literatura. Y Alberto Conejero ha escrito el monólogo de una Laurencia mayor, ya cercana a la muerte, que se sube al escenario para contarnos sus recuerdos, su versión de la leyenda. Para decirnos, con voz templada: «quiero vaciar este animal de recuerdos, destriparlo, para que la verdad de lo que me ocurrió, de lo que nos ocurrió, prevalezca y no se olvide». De lo que ocurrió después de lo que todo el mundo sabe. Contar «lo que empieza cuando todo termina». 

Contar a las mujeres que suben y bajan los peldaños del sacrificio, con una dignidad y una paciencia monolíticas para aguantar todas las cargas. Que no sienten por sus maridos nada que no esté teñido de obligación y servidumbre. Que un día se mueren, así, de repente, y nadie pregunta y a nadie le extraña. 
«Dejábamos la vida en los partos, nos robaban en las guerras y nos mataban, nos arrojaban a los ríos y a los pozos, nos encerraban detrás de los muros, desaparecíamos, desaparecíamos, desaparecíamos, todo el tiempo, niñas, mozas, ancianas, una detrás de otra. Pero yo no olvidé y yo no olvido. Del camposanto regresé a casa y le dije a la ausencia de mi madre: "en este mismo instante me convierto en tu tumba, que todas las letras de tu nombre brillen en el mío donde quiera que yo vaya"». 

Entre la infancia y la vejez hay un destello. Un destello de amor inalcanzable que brilla como los puñales en la noche de plata. «El amor es deseo de hermosura», decía en secreto la madre de Laurencia. Un deseo escrito en las estrellas. Que en el cielo es luz y en la tierra es sangre. 

Y tras el destello, tras lo terrible, «la vida sigue, y pronto la fama se convierte en ruido, y luego en sospecha, y luego en una cicatriz. Al principio se acercaban viajeros, curiosos, poetas, gentes que deseaban escuchar lo sucedido. De repente, sin saber por qué, de un día para otro, se cansaron. O quizá es que la historia ya no nos necesitaba porque circulaba en pliegos, cordeles y romances, y ya era más importante nuestro recuerdo que nosotros mismos». 

Alberto Conejero nos ha traído la voz de Laurencia para recordarnos lo que ocurre cuando todo termina. «Para que cuando se escuche el primer grito, no volvamos la cabeza hacia otro lado; para que cuando caiga la primera sangre sepamos que también es la nuestra; para que nadie bendiga un crimen, no lo llamen justo ni heroico; para que no se olvide que lo que hacemos en la tierra, en la tierra lo volveremos a encontrar». 



lunes, 17 de noviembre de 2025

EL PALACIO DE CRISTAL

Haize es una niña solitaria y soñadora. En la ciudad en la que vive le gusta pasear en busca de tesoros: una pluma caída del cielo, una hoja arrastrada por el viento, una flor que se abre entre los adoquines. Los pega con mucho cuidado en su cuaderno rojo, que hojea todas las noches antes de dormirse. Un día encuentra un tesoro muy especial. Un árbol que no es como los demás. Unos matorrales densos como un laberinto. Y, detrás, un palacio. ¡Un palacio de cristal!

Un palacio sin gente. Un palacio con la puerta abierta, que parece estar esperando a que una niña como ella lo descubra. Lo que Haize encuentra dentro del palacio es el tesoro de este cuento infantil con un troquelado láser de una belleza irresistible. Y lo mejor es que el tesoro de Haize es tan especial y tan grande que ya no le va a caber en su cuaderno rojo. 

Este es un libro infantil sobre la importancia de preservar y alimentar el sentido del asombro, sobre la naturaleza salvaje y lo que las sorpresas más increíbles pueden despertar en nosotros. 

jueves, 13 de noviembre de 2025

TATÁ

«Mi tía, tan discreta, que hablaba bajito para no molestar a nadie, que nunca hacía ruido ni cuando arrastraba una silla hacia ella, mi tía, tan delicada, que parecía andar y moverse en el silencio, habría detestado todo esto. En fin, eso creo. Ella debía de saber, de todas formas, que su segunda muerte no pasaría desapercibida». 

¿Cómo puede una persona morir dos veces? ¿Morir dos veces permite también vivir dos veces? Al principio de esta novela, la protagonista recibe una llamada de la policía diciéndole que su tía ha muerto. Pero su tía ya había muerto tres años antes. Había habido un entierro. Un funeral. Condolencias de mucha gente. ¿Cómo es posible? Y, si es posible, ¿quién yace desde hace tres años en la tumba de su tía?

Esta es la novela de una mujer sin historia, discreta hasta la invisibilidad, que esconde tal cantidad de secretos que apenas caben en sus páginas. Nos despierta el sueño de que dentro de las personas que nos rodean, escondido detrás de sus silencios y sus miradas cotidianas, hay un relato que desvela una faceta más dulce y misteriosa, inmensamente más sensible, un significado profundo que quizá nunca supieron expresar, un relato íntimo y turbadoramente verdadero que descubre quiénes han sido y son de verdad. 

Valérie Perrin ha creado un personaje prodigioso con esta Tatá. Y lo mejor es que lo ha sabido rodear de un elenco igual de fascinante. Esta viejecita tímida y dulce, experta en reparación de calzado, que ama el fútbol casi al mismo nivel que la memoria de su hermano pianista, esta mujer sensible y minuciosa, sin hijos ni marido, con un empleo masculino y una afición de hombre, transmite un aire de comedia sentimental intrigante, un tono divertido-melancólico muy propio de la literatura francesa que hace soñar, a lo Anna Gavalda o Amélie. Todo ello con un fuerte componente de crítica social y enorme compasión por las víctimas del maltrato. Una novela que se deja devorar o saborear, según el estado de ánimo y el apetito lector. 



lunes, 10 de noviembre de 2025

LA VIDA CAÑÓN

La vida cañón. La historia de España a través de los boomers. ¿Los boomers? ¿Quiénes son los boomers?, me preguntan a veces algunas señoras (los señores no preguntan nunca casi nada) al ver el título. Los boomers son aquellas personas nacidas entre 1950 y 1965, suele ser mi respuesta estándar. Pero este libro amplía la definición con desparpajo y humor admirables y merece mucho la pena atender a todos sus aspectos. Boomers son las personas que pertenecen a la generación que más riqueza posee en España. Boomers son la «gente que cree que ya ha superado todos los escalones de la vida, y que en vez de intentar entender algo, lo critica». Boomers son los compañeros de trabajo con doce trienios que cobran el triple de lo que gana el millennial que les enseña a hacer facturas en excel. Boomers son los familiares que siempre tienen virus en el ordenador y que cambian de móvil cada dos años porque se les bloquea, pero siguen abriendo con alegría despreocupada todo archivo desconocido de remitente desconocido que les llega.

¿Que el porcentaje de jóvenes propietarios ha descendido del 69% al 32% entre 2011 y 2022? Boomers son los que dicen que la culpa es de esta generación, que no se priva de nada. No como la suya, que se sacrificó cuando tocaba (sacrificarse es un verbo muy muy boomer). Boomers son los que explican a sus hijos que si no consiguen casa propia es porque se gastan su sueldo en Spotify y Netflix (con paquete familiar para que los propios boomers las usen gratis, por supuesto), que si no ahorran es porque se van de vacaciones al extranjero y que si aquel concierto y la cañita del viernes y no me digas que otros vaqueros con la cantidad de ropa que tienes, si es que sois unos caprichosos. 

Boomers son los que se criaron en la precariedad de la dictadura, se subieron a la ola del boom económico de la democracia, entraron en el club selecto de los propietarios gracias a unas condiciones económicas favorables que ya han desaparecido, tuvieron un trabajo para toda la vida, y ahora son la generación que más dinero tiene y mejor puede permitirse vivir la vida cañón mientras el mundo que dejan a sus hijos y nietos arde y se ahoga y se vuelve fascista y volátil. 

Pero este estupendísimo libro de Analía Plaza no tiene como objetivo demonizar a los boomers, sino recoger una insatisfacción vital de la generación millennial a menudo silenciada por un sentimiento de gratitud un poco tóxica que ha desarrollado hacia sus mayores. No se trata de culpar a los boomers de los problemas de los millennials y los zetas, ni mucho menos de los problemas globales del mundo entero (los culpables ya sabemos que son los grandes especuladores de vivienda y recursos —casi todos boomers, sí, pero una parte muy pequeña de los boomers— que, con el apoyo de bancos y gobiernos, extraen masivamente la renta y los recursos de las clases obreras para engordar sus beneficios millonarios, parasitando la sociedad). 

No se trata de demonizar a los boomers, sino de desmontar el relato que se han formado de sí mismos, un relato meritocrático que dice que ellos se esforzaron mucho más, que lo tuvieron mucho más difícil que los que vinieron después, que hicieron mil sacrificios, que merecen absolutamente todo lo que tienen y más y que si sus hijos y nietos no logran alcanzar al menos lo mismo que ellos es sencillamente porque no se esfuerzan lo suficiente. Es un relato con el que los boomers, rechazando admitir su privilegio, se erigen en proveedores caritativos de sus menores, a los que ayudan culpándolos de muchos de sus males. Y sus hijos y nietos no pueden dejar de reconocer esa deuda perpetua, una deuda que nunca podrán terminar de pagar a unos padres y abuelos que no pierden ocasión de darles lecciones sobre cómo enderezar sus vidas torcidas, transmitiendo la idea de que si siguen por ese camino no están ni estarán nunca a la altura. 

Esa ayuda enjuiciadora desde un privilegio que no reconocen es el origen de buena parte de la pegajosa conflictividad intergeneracional que nos late como una fiebre en la sangre compartida de la mayoría de las familias. Y desmontando ese relato, ese mito generacional que tanta fricción provoca, quizá podamos encarar los problemas de cada generación con solidaridad y no con caridad, de una forma más saludable y más igualitaria.  




jueves, 6 de noviembre de 2025

EL SECUESTRO DE LA VIVIENDA

El abismo entre el precio de las casas y el poder adquisitivo de la población no deja de crecer. Es el problema fundamental de las generaciones nacidas a partir de 1980. Lo que define si tienes o no tienes acceso a una vivienda en propiedad ya no es tu preparación o tus estudios, sino tus padres. Sí, esos padres que hablan con orgullo de la cultura del esfuerzo, pero que no necesitaron estudios ni preparación específica para acceder a una vivienda asequible. Millones de personas de clase obrera nacidas antes de los sesenta, sin estudios ni trabajos cualificados, ya eran propietarios con la hipoteca pagada a los cuarenta años. Un sueño inimaginable para sus hijos y sus nietos. 

Hay gente que dice que hay que construir más porque no hay viviendas suficientes. Pero no es verdad. No faltan viviendas. «Estamos entre los países de la OCDE con mayor número de viviendas por habitante: más de 550 unidades por cada 1.000 personas. Si hay tantas casas y, aun así, tanta dificultad para encontrar una, es porque muchas están destinadas a usos antisociales». 

Lo que necesitamos es una política que defienda una vivienda pública de calidad para todos. Si el eslogan suena inverosímil, ¿por qué «una sanidad pública de calidad para todos» o «una educación pública de calidad para todos» nos parecen totalmente razonables y legítimos? En España no tenemos cultura de vivienda pública como derecho. Pero esto no quiere decir que la vivienda pública sea una utopía. En Viena es una realidad cotidiana desde hace ya un siglo. El Reino Unido impulsó la vivienda pública desde finales de los años cuarenta hasta 1980 con la intención real de que cualquier persona tuviera una vivienda garantizada. Y fue un éxito. A pesar del atroz desmantelamiento de servicios públicos iniciado por Margaret Thatcher en los años ochenta, el Reino Unido aún conserva el 17% de vivienda pública. En España tenemos un 1,1%, y no por privatizaciones de políticos de derechas: la venta de suelo público para especular explotó con los gobiernos socialistas de los ochenta y no ha parado desde entonces. 

La generación que tuvo un acceso fácil y masivo a la propiedad de la vivienda nos ha enseñado que poseer una vivienda es uno de los objetivos primordiales de la vida de una persona. Es casi un rito de paso para la entrada en la vida adulta. Y, además, un rito lucrativo, porque la vivienda siempre se revaloriza. Pero «un sistema que se basa en que todo el mundo sea dueño de una vivienda que siempre sube de precio es insostenible». Con esas reglas, cada vez va a ser más difícil que quienes no tienen casa puedan comprar y entrar en esa sociedad de propietarios. El sistema empezó a colapsar ya en los años noventa. El esfuerzo económico necesario para acceder a una propiedad se ha duplicado. Y casi se ha triplicado en las grandes ciudades. Ahora hacen falta diez años de sueldo para comprar una vivienda, mientras que a principios de los noventa con apenas tres años bastaba. Es fácil suponer que si dentro de veinte años los precios siguen la misma tendencia y las nuevas generaciones se ven obligadas a aportar más de quince años de sueldo, sencillamente nunca podrán comprarse una casa. 

Pero esto no es fruto de la ley del mercado. No es una tendencia inevitable. Es una cultura en la que participan activamente fondos de inversión, bancos y gobiernos de cualquier tendencia ideológica. El objetivo es que la vivienda se siga revalorizando siempre. El objetivo es que se siga considerando un bien de consumo con el que sea lícito especular, en lugar de un derecho universal que hay que proteger. Es una cultura insensata e insostenible, destinada a crear desigualdad económica desenfrenada y generar un sufrimiento indecible en millones de personas.  

La brecha generacional es innegable y su herida abierta es la vivienda. Las generaciones que tuvieron acceso fácil y asequible a una vivienda entre 1960 y 1990 lo consiguieron gracias al descomunal gasto público. Se construyeron más de seis millones de pisos protegidos, a precios limitados, para convertir al mayor número posible de ciudadanos en propietarios. (Más vale un propietario que un proletario, que decía un ministro de Franco). Estas décadas supusieron un paréntesis histórico, porque desde hace treinta años las propiedades se van concentrando cada vez en menos manos. Si no se le pone freno a esta tendencia, las condiciones que permitieron a nuestros padres y abuelos comprarse una vivienda ya no volverán. Y las generaciones posteriores —llevamos más de una década viéndolo— tendrán que decidirse entre tirar su sueldo en alquileres cada vez más abusivos o depender de la casa o del dinero de sus padres. Como dicen los ingleses: pick your poison

Pero el problema de la vivienda no es solo generacional: es también un problema de clase. El porcentaje de personas que viven de alquiler ha subido muchísimo en todos los tramos de edad, excepto en el tramo de mayores de 64 años. Estamos yendo hacia una sociedad rota, dividida entre propietarios e inquilinos, donde lo que define tu futuro es el dinero y patrimonio de tus padres. Y lo peor es que la mayoría de los inquilinos actuales no van a poder heredar. Vamos hacia un «sistema neofeudal, en el que tu futuro lo definirá básicamente la familia en la que hayas nacido y la ayuda que recibas». Una realidad más propia de las sociedades premodernas en las que una parte de la sociedad disfruta de privilegios hereditarios mientras que la otra sobrevive de forma precaria, sin ninguna capacidad de cambiar su realidad. Una sociedad de inquilinos precarios trabajando para sus caseros ricos, abriendo cada vez más la herida de la desigualdad. 

Pero hay soluciones. Jaime Palomera, con más de veinte años dedicados a los problemas de la vivienda, las describe con claridad meridiana en este libro. Y concluye que «la única manera de vivir con dignidad y libertad pasa por defenderte y poner en jaque a quien especula con tu vida».  





lunes, 3 de noviembre de 2025

JANE. UNA BIOGRAFÍA LITERARIA

Este año celebramos el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen y este es un libro perfecto para adentrarse en su vida y su obra. Está escrito con rigor y con cariño, se nota en cada página lo cerca del corazón que Cristina Oñoro lleva las novelas y la figura de Austen, su querida «tía Jane», y lo mejor de todo: te dan unas ganas irrefrenables de leer y releer las seis novelas que escribió. Como guinda, las ilustraciones de Ana Jarén reflejan muy bien el colorido tan vivo del humor de su literatura y hacen de este libro una delicia estética. 

Hasta hace pocos años, las novelas de Jane Austen eran mayoritariamente juzgadas como sentimentales y un poco ñoñas. Costaba ver a un hombre comprando una. Las envolvía ese halo de comedia romántica costumbrista que ejerce un poderosísimo poder disuasorio en las masculinidades tradicionales, siempre tan temerosas de que su rígida virilidad pueda volverse tierna. No éramos conscientes de que las novelas de Jane Austen eran mucho más que amoríos convencionales. No sospechábamos la fina ironía en la descripción de los personajes ni la constante búsqueda de libertad y autonomía de las mujeres protagonistas. Si nos hubieran dicho que podíamos leer Orgullo y prejuicio o Sentido y sensibilidad desde una mirada feminista nos habríamos quedado perplejos. Lejos de perpetuar el costumbrismo conservador, Jane Austen fue modernísima en la defensa de cierta igualdad de género y en la crítica social a través de la ironía.  

En este sentido me ha gustado cómo Cristina Oñoro hace hincapié en las alianzas femeninas dentro de la familia que permitieron a tantas escritoras del siglo XIX desarrollar su actividad artística. Sin ese apoyo incondicional habría sido casi imposible que su genio echara raíces y floreciera. Hermanas como Cassandra, que siempre estuvo al lado de Jane, alentando y creando el entorno propicio para que obras inmortales como Emma o Mansfield Park vieran la luz. 

La vida de Jane Austen, como la de la mayoría de escritoras del siglo XIX, fue extraordinaria. Lo normal había sido que tuviera un marido y cinco hijos o más de los que ocuparse a tiempo completo, con sus mil interrupciones, visitas, obligaciones y preocupaciones de la vida doméstica que no dejan espacio para el desarrollo del talento artístico, ni de la conciencia de la libertad para poder imaginarlo. Su vida fue extraordinaria porque no se casó y porque tuvo la suerte de no tener que preocuparse por el dinero. Muy pocas mujeres han podido vivir una vida así, y esa libertad todavía sigue siendo una utopía para la mayoría en pleno siglo XXI. 

Aunque pienso que el universo de Jane Austen me resulta muy familiar, no he leído sus libros. ¡Un librero que no ha leído a Jane Austen! Sí, también fui víctima de ese prejuicio que el feminismo ha venido a desterrar, reivindicando su figura como valiosa defensora de los derechos de las mujeres. Y, gracias a esta biografía literaria de Cristina Oñoro y Ana Jarén, creo que este 250 aniversario me va a servir para poner remedio a esta laguna imperdonable. 




jueves, 30 de octubre de 2025

CAÍDA DE LAS NUBES

¡Cómo se puede decir tanto con tan poco! Es algo que me fascina de este libro. Ya me pasó lo mismo con su anterior novela, Como bestias, un prodigio de obra coral que alternaba interrogatorios policiales con un misterioso coro para crear un moderno y poderoso cuento de hadas rural. Y ahora, en Caída de las nubes, aquel enfoque fragmentario se potencia con párrafos cortos de siete personajes que cuentan cada uno su versión de la historia de una mujer que ha dado a luz sin parecer embarazada. Cada uno con su registro lingüístico, con su empatía y su prejuicio, dan cuenta de su sorpresa y su recelo. Y la autora propone, en lo que parece un guiño encantador a la Rayuela de Cortázar, dos formas de leer esta historia: la convencional, del principio al fin; o por personajes, saltando al párrafo indicado con un número. 

Yo decidí hacer la lectura convencional, que exige al principio algo más de esfuerzo para identificar la voz de cada personaje. Y al terminar la última página, no pude resistirme a volver a empezar de nuevo desde el principio de la manera alternativa. ¡Y es como leerla de nuevo con otros ojos! La misma historia, pero ahora acompañando más de cerca a cada personaje. Sintiendo más su inmediatez, su fragilidad. Me ha parecido un tesoro esta historia. La única lástima es que son solo 131 páginas. Me habría gustado seguir y seguir y descubrir qué pasa con esta mujer desconcertada por su propio bebé, y ese ogro amable que me ha robado el corazón, y ese pueblo volcado en formar parte de su propia leyenda, y esa médica enseñándonos que todos necesitamos un tiempo distinto para permitirnos sentir y vivir lo que nos sucede. 

Violaine Bérot ha escrito una historia dura, amable, desconsolada, feliz, abrumadora, sencilla y compleja. Por momentos, hace gala de una humildad noble que conmueve, de una grandeza de espíritu en pequeños detalles que expresa una delicadeza abrumadora. Ya tiene un lugar privilegiado en mi estantería esta historia que aprieta y reconforta el corazón. 




lunes, 27 de octubre de 2025

HEREJÍA

La pasión por adoctrinar y censurar está presente en toda la historia de la humanidad. Pero el auge del cristianismo en la época clásica fue uno de sus momentos más intensos. Y durante mil setecientos años ha marcado a sangre y fuego la forma de pensar —y de no poder pensar— de generación tras generación en Occidente, hasta hoy.  

Mientras que en su anterior ensayo, La edad de la penumbra, Catherine Nixey documentaba la destrucción de la cultura clásica que provocó el auge del cristianismo a partir del siglo IV, en Herejía nos cuenta cómo las creencias y las ideas fueron silenciadas de forma violenta, en especial aquellas que explicaban los inicios del cristianismo y la figura de Jesús de maneras distintas a la normativa. Nos cuenta también las formas en que las personas se vieron obligadas a silenciarse a sí mismas para sobrevivir. Cómo primero algunas cosas no se podían escribir, luego no se podían decir y, finalmente, no se podían pensar. Cualquiera que sepa lo que es vivir en una dictadura, ya sea en su país o dentro de su propia familia, lo sabe bien. 

«El historiador E. H. Carr escribió que "los hechos históricos se asemejan a los peces que nadan en un océano anchuroso y aun a veces inaccesible; y lo que el historiador pesque dependerá en parte de la suerte, pero sobre todo de la zona del mar en que decida pescar". Durante muchos siglos fue habitual que los historiadores cristianos no dedicaran mucho tiempo a pescar en las aguas en las que pudieran encontrar salvadores alternativos o relatos de un Jesús asesino, y desde luego pocas veces decidieron presentar esa pesca a sus lectores. A decir verdad, la ausencia de esas historias se debe también, en parte al menos, a causas más siniestras. Muchas de las historias que se cuentan en este libro fueron enterradas, en algunos casos literalmente, cuando el cristianismo accedió al poder. Como proclamaban las atronadoras palabras de una ley del siglo IV, en aquel mundo recién cristianizado el debate público de la religión debía cesar por completo, y quienes siguieran discutiendo en público la religión pagarían "semejante crimen de alta traición con su vida y con su sangre"». 

«En el fondo de esas persecuciones se hallaba el nuevo concepto cristiano de herejía. Herejía procede del verbo griego hairéo, que significa escoger. La forma "herejía" —haíresis— significaba simplemente algo que se elige, elección. En el mundo griego precristiano herejía había sido un término con connotaciones positivas; usar el intelecto para elegir opciones con talante independiente era considerado entonces algo bueno. Pero la palabra no mantuvo ese valor positivo. Un siglo después del nacimiento de esta nueva religión, la elección para los cristianos ya no era un atributo loable, sino que se había convertido en un veneno». 

A pesar de que Catherine Nixey escribe siempre sobre los inicios del cristianismo y su impacto en la cultura clásica, una época especialmente intolerante y siniestra, sus libros son deliciosamente irónicos. En este nos regala anécdotas impagables sobre las pequeñas miserias de unos señores que se llamaban a sí mismos apóstoles y que pretendían convencer de las bondades de su dios vendiendo sus milagros como si fueran vulgares hechiceros. Resulta estimulante leer las opiniones que algunos pensadores no cristianos tenían de la biblia en la época clásica, aquel texto «necio y delirante» rebosante de «detalles estúpidos, disparates, ridiculeces inconcebibles e historietas manidas que ninguna persona razonable se creería». Como dijo Celso, filósofo griego del siglo II, el tipo de cosas que «aun una vieja borrachuela se avergonzaría de canturrear para adormecer a un niño». Pues, al fin y al cabo, un nacimiento milagroso, antecedentes divinos, resurrección de entre los muertos, descripciones del infierno, juicios públicos, moralidades varias, ascensión al cielo, una fiesta sagrada el 25 de diciembre, un diluvio universal con un arca salvadora, ¿qué eran sino elementos vistos una y otra vez en religiones de todo tipo desde la epopeya de Gilgamesh dos mil quinientos años antes? Una religión que se autoproclamaba nueva y definitiva en la historia de la humanidad presentaba como texto sagrado un torpe refrito truculento de cultos y religiones preexistentes. 

Frente a la ignorancia soberbia, la intransigencia violenta y el cerril fanatismo que están en las bases de la religión cristiana, afortunadamente en el siglo XXI podemos estar orgullosos de unas sociedades en buena medida liberadas de sus yugos. Solo falta resignificar la palabra herejía volviendo la vista a los antiguos griegos para reconocernos en la libertad de escribir, hablar y pensar, reconocernos como sujetos con libre albedrío, felices de poder elegir por nosotros mismos, es decir, como felices herejes




jueves, 23 de octubre de 2025

ALGÚN DÍA TODO EL MUNDO HABRÁ QUERIDO ESTAR SIEMPRE EN CONTRA

Hay gente (mucha gente normal —amigos, cuñados—, y mucha gente que manda mucho) que dice que no hay alternativa. Que Israel tiene derecho a defenderse. Que Israel es la frontera del mundo civilizado. Dicen: si Israel deja de hacer lo que está haciendo entonces nos invadirán los bárbaros. Dicen: no hay alternativa. La alternativa es la barbarie. Es decir, «la alternativa a los innumerables muertos, lisiados, huérfanos, a los que se quedan sin casa, sin escuela, sin hospital, gritando sepultados bajo las ruinas, a los cuerpos devorados por los buitres y los perros, y a los recién nacidos abandonados que gritan y se mueren de hambre, es la pura y llana barbarie». 

Hay gente (mucha gente normal —padres, compañeros de trabajo—, y mucha gente que manda mucho) que dice que lo que hace Israel en Gaza es proteger el mundo civilizado. Protegernos a nosotros. Y para protegernos parece necesario —así lo defienden— quemar bibliotecas, bombardear hospitales, incinerar olivares, disfrazarse con la lencería de las mujeres a las que han expulsado de sus casas y luego sacarse fotos, arrasar universidades, disparar a niños por tirar piedras, «partirle los dientes a un hombre y meterle una escobilla de inodoro en la boca». Si no hacemos esto —así lo defienden—, nuestro mundo civilizado podría estar en peligro. Nuestro mundo civilizado. 

«No es este un relato de esa carnicería, pero a su manera debe abordarla, aunque solo sea para mantener la función más lastimosa y necesaria de la presenta obra: dar testimonio. Este es el relato de algo más, algo que, para toda una generación no solo de árabes, musulmanes o personas de piel oscura, sino para todo tipo de seres humanos de todos los rincones del mundo, cambió fundamentalmente en esta época de horror perfectamente evitable. Este es el relato de una fractura, de una refutación de la idea de que el liberal occidental educado luchó alguna vez por lo que se ufana de haber defendido». 

El genocidio de Gaza ha puesto en evidencia una vez más —quizá de forma definitiva— que los derechos humanos no son ideas universales, sino que están sujetas al capricho y a los intereses económicos e ideológicos de la minoría que ostenta el poder. Una minoría que, en un futuro no muy lejano, después de haber apoyado explícita o implícitamente el genocidio de Gaza, defenderá a capa y espada haber estado siempre en contra y se lamentará de lo que para entonces se habrá convertido, en el mejor de los casos, en una simple tragedia sin culpables. Una minoría poderosa que dice: «Lo sé. Lo sé, pero no haré nada mientras eso me beneficie. Solo después, cuando deje de beneficiarme, entre desgarradores sollozos, proclamaré mi dolor por haber permitido que algo así ocurriera. Y vosotros, todos vosotros, incluso los muertos en sus tumbas, toleraréis mi olvido ahora y mi arrepentimiento después, porque lo que me permite ambas cosas no es, en definitiva, un sutil argumento de lógica o de primacía moral, sino la contundencia del cañón de una pistola».

La humanidad compartida desaparece si al otro lo percibimos como parte de otro colectivo diferente. Nuestro creciente tribalismo hace que no estemos dispuestos a defender más que a los nuestros. Y, como no dejamos de inventar enemigos por todas partes, los nuestros son cada vez menos. 

Occidente ya no es un ejemplo de liberalismo, de democracia, de derechos humanos. Para millones de personas, lleva mucho tiempo siendo un ejemplo de hipocresía criminal. Si no lo era ya, Occidente se ha vuelto en este siglo XXI, abiertamente y sin escrúpulos, un promotor y defensor de asesinos genocidas. Y cabe preguntarse: ¿Nos sorprenderemos si en un futuro hay represalias? ¿Si la respuesta de toda una generación de millones de víctimas del terrorismo occidental es negarse a poner la otra mejilla? En el caso de que la violencia que Occidente lleva años sembrando en Gaza se vuelva un día contra Occidente, contra nuestras democracias fragilizadas, contra nuestras escuelas, hospitales y niños, ¿a quién culparemos?

No hace falta leer libros como este para que la información sobre Gaza nos termine abocando al desaliento. ¿Qué podemos hacer desde aquí? ¿Cómo protegernos de la complicidad con el genocidio de la inmensa mayoría de los gobernantes occidentales? Vivimos en un sistema más violento, más irascible e intransigente que cualquier protesta ciudadana que podamos imaginar. Y en este libro dolorido y valiente, Omar El Akkad nos insta a no perder la esperanza. En palabras de la poeta palestina Rasha Abdulhadi, nos insta a actuar: «Estés donde estés, eches la arena que eches en los engranajes del genocidio, hazlo ya. Si es un puñado, lánzalo. Si es la que llevas metida debajo de la uña, quítatela y lánzala. Estorba cuanto puedas». Todo cuenta. 




lunes, 20 de octubre de 2025

LA LUNA DE LAS SIRENAS

«Marta y María eran amigas
y se querían muchísimo. 
Marta era una sirena y vivía en el mar. 
María era una niña y vivía en la tierra». 

María miraba el mar desde su ventana y se imaginaba mil aventuras submarinas con su mejor amiga. 
Marta miraba el pueblo de pescadores desde su cueva bajo el mar y se imaginaba mil aventuras terrestres con su mejor amiga. Todos los días se encontraban en un punto intermedio para jugar, María en la superficie y Marta bajo el agua. Buscaban tesoros y jugaban con delfines. Pero lo que de verdad quieren es pasar todo el tiempo juntas. ¿Cómo harán para lograrlo?

Este precioso cuento nos habla de la magia de las sirenas, de la capacidad de la imaginación para volar más allá de lo imaginable y de una noche mágica donde todo puede ser posible mientras la luna esté ahí para brillar sobre las cosas y las personas. 




jueves, 16 de octubre de 2025

HASTA QUE EMPIEZA A BRILLAR

Andrés Neuman escribe como quien mira por la ventana y echa a volar. Ya me lo pareció con el primer libro suyo que leí, Umbilical, un relato delicadísimo sobre su inminente paternidad. Y lo he vuelto a pensar con esta vida de María Moliner, cuando se cumplen ciento veinticinco años de su nacimiento, contada desde la ternura y el humor, desde la calidez poética con la que se rinden los mejores homenajes. 

Muchos conocemos a María Moliner por el famoso diccionario, pero su vida no se reduce a la consecución de aquella proeza. La joven María pasó su infancia y juventud intentando salvar el abismo entre sus muchas lecturas y su escaso presupuesto. ¿Qué hacer con la ambición cuando se carece de recursos? La libertad venía disfrazada con el vestido inalcanzable del dinero. Y de los viajes y una educación cuyo camino, como mujer, estaba cruzado de continuos y agotadores obstáculos. 

En la breve semblanza La cuidadora de palabras, de Alejandro Pedregosa, aprendí que María fue profesora desde la adolescencia y pronto aprendió que enseñar y aprender son dos caras de una misma moneda. Y que hay pocas cosas más bonitas que desmontar una lengua para mostrarla por dentro, con todos sus secretos mecanismos, tan misteriosos, como una caja de música siempre lista a transmitir belleza.

«¿Cómo no iba a ser útil la lectura si mejoraba la vida cotidiana, si fundaba una soledad asociativa, si ofrecía más experiencias de las que nos tocaban en suerte, si ampliaba nuestras identidades, nuestro conocimiento del prójimo y nuestro concepto mismo de la realidad, si nos permitía comunicarnos con otras épocas, otros lugares, otras lógicas, e incluso hablar con muertos?».

Después de la guerra civil vino el exilio interior. Las ventanas que ya solo se abren para regar sus geranios. La lectura como escape y como refugio. Y, poco a poco, la idea loca que la haría famosa, y que la tuvo dieciséis años redactando fichas en la mesa del salón de su casa, «acumulando hojas y hojas con la fe de que algún día serían bosque». María Moliner logró lo impensable. Cuando inició su proyecto nadie creía que lo pudiera llevar a término. ¿Quién escribe un diccionario? ¿Qué mujer escribe un diccionario? Y, después, la recompensa enorme, que a veces llegaba de la forma inesperada: «Muchas lectoras parecían haber adoptado su diccionario como algo más que un libro de consulta: para ellas tenía cierto carácter de manifiesto cotidiano, de rebelión secreta. Quizá era una forma de recuperar, palabra por palabra, todo el lenguaje que les habían quitado». 

La vida de María Moliner proyecta en nuestro presente ecos de absoluta actualidad. «Quienes recomendaban no politizar la lengua solían hacer justo lo contrario, avalando silencios y promoviendo olvidos. Si nombrar con propiedad constituía una actividad sospechosa, entonces la lexicografía se merecía pasar enterita a la clandestinidad». Y la voz de Andrés Neuman nos la trae con toda su fragilidad y complejidad, con sus contradicciones y su fortaleza. Como quien mira por la ventana y, mientras riega sus geranios, echa a volar.