No debería haber relaciones obligatorias. Es decir, todas nuestras relaciones deberían basarse en una elección y no en un deber. Ver a alguien porque lo elegimos, no porque ya toca. La libertad de elección que reservamos para las amistades debería ser la norma de nuestra forma de relacionarnos en general. Pero, lamentablemente, no suele ser así. La mayor parte de la socialización, sobre todo a partir de los treinta y cinco años y en especial cuando se tienen hijos, gira en torno a la familia. Es una socialización regida por el deber y por la utilidad. La necesidad de romper con esta tendencia y de poner en el centro la socialización de la amistad es uno de los objetivos de este ensayo filosófico.
Me entristece profundamente pensar que la vida consista en cumplir de una manera predeterminada una serie de objetivos inamovibles y previos a nuestro nacimiento. Para las personas de mi entorno social, estos objetivos serían, como mínimo: estudios, universidad, trabajo, vida conyugal, parentalidad, hipoteca, jubilación. Cualquier omisión conlleva un juicio colectivo, explicaciones sin fin, un silencioso (o no tan silencioso) señalamiento. Y, generación tras generación, hemos aprendido que vivir era esto y que salirse de la norma era equivocarse. Que atreverse a tener otros objetivos, o sencillamente no cumplirlos de la forma «correcta», era fruto de una rebeldía mal entendida, una manera infantil de despreciar injustamente un legado de vida valioso. Pocas cosas más tristes hay que preguntarle a una persona mayor qué soñaba con ser cuando era niña y que te responda «pues esto mismo que soy ahora, total, ¿qué otra cosa podría haber sido?». Esta ideología existencial se centra en vidas que orbitan en torno a la familia tradicional y a su enorme poder para transmitir valores conservadores. Conservadores porque se mantienen intactos de generación en generación y aspiran a ser válidos para siempre, ignorando los cambios sociales. Como defiende Geoffroy de Lagasnerie, imaginar una vida regida por parámetros más flexibles en la que puedan caber otros objetivos y prioridades pasa inevitablemente por la necesidad de emanciparse de cualquier relación obligatoria que perpetúe valores inamovibles.
«La sociología habla de desposesión económica y de desposesión cultural para designar la forma en la que la sociedad limita las capacidades de acceso a determinados recursos y a las experiencias que los hacen posibles. ¿No cabría sugerir que hay también, junto a esos dos fenómenos, lo que podría definirse como mecanismos de desposesión existencial? Soportar la forma de vida que se adueña de nosotros y nos hace ser lo que somos es padecer la propia vida y soportar determinados modos de existencia cuando otros habrían podido convenirnos mucho más y hacernos más felices. En cierto sentido, es incluso dejar que la sociedad y los demás te roben la existencia, y puede que dejar que tú mismo, una determinada versión de ti mismo, te la robes».
Geoffroy de Lagasnerie, sociólogo y filósofo, vive una relación de amistad a tres bandas con los escritores Édouard Louis y Didier Eribon desde 2012. Viajan juntos, se ven con mucha frecuencia, hablan o se escriben casi todos los días, piensan, crean e intervienen juntos en el espacio público, celebran juntos sus cumpleaños y los momentos tradicionalmente asociados a la familia, como las fiestas de fin de año. Más allá de la amistad, su relación se ha convertido en un modo de vida que pone en entredicho la primacía tradicional de la familia como relación significativa sobre el resto de relaciones elegidas. Y este libro parte de esta amistad tan particular para reflexionar sobre la homogeneidad de nuestra socialización y reivindicar una forma de vida más heterodoxa y más libre.
Se podría pensar que la familia no tiene por qué conllevar necesariamente obligación y deberes. Que se puede disfrutar de la misma alegría, libertad y plenitud en familia que con amigos. Pero ¿es así? ¿Existen relaciones familiares igualitarias, respetuosas, recíprocas, libres de deudas y señalamientos, que nos enriquecen y nos hacen mejores y que no solo no nos privan de libertad sino que nos hacen más libres? Los estudios sociológicos dicen que no son habituales. Que las familias tradicionales son reductos normalizados y obligatorios de autoritarismo, represión y violencia psicológica. Y que todos, consciente o inconscientemente, tendemos a buscar lejos de la familia aquello que nos llena y nos hace felices. Y que lo hacemos con cierta culpa, porque nos han enseñado que la familia debe ser siempre más importante que la amistad. Este libro propone darle la vuelta a esa prioridad. Que lo importante sea lo que nos da felicidad y nos permite volar, no lo que nos corta una y otra vez las alas.
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