viernes, 12 de diciembre de 2025

MANSFIELD PARK

Cada cierto tiempo vuelvo a los clásicos para leer a otro ritmo. Para leer sin impaciencia, sin la presión de conocer para recomendar, sin la urgencia de añadir un tic a otra novedad más para tratar de cumplir con la imposible tarea de estar al día de lo que se publica. Cada cierto tiempo paro la rueda y me dedico a leer algo atemporal sin prisa. Este final de otoño, para celebrar el 250 aniversario del nacimiento de Jane Austen, he leído Mansfield Park

Hay muchas ediciones de Mansfield Park, y aunque la edición de Alba me atraía por tener la traducción más recomendada, la belleza de la edición de Ediciones Invisibles me conquistó a la primera. Y la traducción de Ana Mata Buil ha sido un gustazo también. Nunca me canso de apreciar hasta qué punto influye la estética de un libro en su lectura. Es como el influjo de una cafetería en el café que te tomas en ella. Todos sabemos que un cruasán mirando al Sena no sabe igual que en casa. 

De esta novela me han gustado muchas cosas. He encontrado deliciosas la elegancia y la naturalidad en el tono. Y esa leve ironía que es como un aroma imperceptible que estimula y acoge. He leído toda la novela imaginando a la propia Jane Austen leyéndosela en voz alta a su familia, con una cadencia medio dramatizada llena de intención, algo que solía hacer la autora, como cuenta Cristina Oñoro en Jane. Y esa calidez y complicidad imaginadas han sido como una manta calentita para los días glaciales que se han sucedido mientras leía esta historia. 

Me han gustado la agudeza en la descripción psicológica de los personajes, la enorme empatía por sus debilidades y la generosidad al esforzarse por captar los múltiples puntos de vista de todas las situaciones. Escribo esforzarse, aunque en realidad no se percibe ningún esfuerzo. Lo mejor de todo es que es muy probable que Jane Austen fuera así de generosa de forma natural. Y defendiera naturalmente valores como la bondad, la gratitud o la humildad, que no son mera fachada en la historia, sino motor de las acciones más transformadoras de los personajes. 

Una de las críticas que se le hace a las historias de Jane Austen es que hay poco que se pueda extrapolar a la sociedad actual. Ciertamente la forma de relacionarse que tienen los personajes hoy en día sería un poco impensable. Pero creo que no hemos avanzado en todo. Por ejemplo, me ha llamado la atención la gratitud. Están todos todo el rato dándose las gracias de formas indirectas y elegantísimas. Me ha hecho pensar en la gratitud como amor, pero también como deuda, otro de los temas importantes de la novela. Y he pensado que la gratitud es un valor en declive hoy en día, un valor que hemos aprendido a confundir con la afectación, o incluso con la sumisión. Y generaciones enteras se han educado en que solo se da verdaderamente las gracias a los extraños, porque cuando hay confianza el agradecimiento molesta. De hecho, esto es particularmente notorio en España: vivimos en uno de los pocos países en los que en vez de dar las gracias, regañamos o abroncamos: para qué decir con alegría «qué detalle, muchísimas gracias» cuando puedes decir con el ceño bien fruncido «pero bueno, no tenías por qué haberte molestado, ay que ver» (poco se ha estudiado, me parece a mí, el impacto en la autoestima y en el cultivo de la humildad que produce educarse en una cultura en la que es normal afear la conducta o quejarse sistemáticamente de quien pretende agradar). 

Muchas cosas han cambiado en dos siglos. Apariencias, expectativas, conductas, casi todo se ha transformado, pero si hay un personaje de esta novela que sigue siendo tragicómicamente reconocible hoy en día, ese es la señora Norris. Una viuda inquieta y hacendosa, siempre insatisfecha, siempre dispuesta a ponerle una pega a todas las experiencias, siempre organizándolo todo y previendo todo tipo de contratiempos y desgracias para, en los raros casos en que se producen, arrogarse el mérito de haberlas predicho. Ningún defecto se escapa a su mirada alerta y, cuando no hay defecto, lo inventa para no perderse nunca la satisfacción de erigirse en juez de todo lo que la rodea. Y lo mejor de todo es que la cálida y humanísima mirada de Jane Austen pinta hasta a su personaje más irremediablemente irritante con la ironía más bondadosa que se pueda imaginar, para que la espontánea tirria que provocaría en cualquiera un carácter así se evapore transformándose en una socarrona sonrisita. 

En fin, por algo Mansfield Park es un clásico de la literatura universal. Y ya tengo nuevo propósito: dedicarle diez días cada trimestre a leer una novela de Jane Austen, diez días de viaje a otra época donde vivir más despacio, donde devolverle el lustre a algún valor en decadencia, reírme sin malicia de las miserias humanas y disfrutar de una elegancia que nunca dejará de mirarnos a los ojos con la sonrisa despierta. 



 

martes, 9 de diciembre de 2025

VENECIA

Venecia no es una ciudad, es un espejismo. Un espejismo que emerge del agua como si fuera una ciudad llena de palacios. Un espejismo esquivo y bellísimo, cuya belleza consiste en estar siempre más cerca de su representación artística que de su realidad. Una belleza de postal antigua, entre Oriente y Occidente. De canción de la infancia. Del romanticismo legendario de los sueños. 

Venecia no es una ciudad, es un sueño. Y este libro de Jan Morris, a menudo admirado como el mejor libro de viajes jamás escrito, es su mejor homenaje. Lo que hace la autora no es nada fácil. ¿Cómo se viaja a un sueño? ¿Cómo se describen el agua, las calles, las gentes, las costumbres de un mundo regido más por la imaginación que por la naturaleza? ¿Cómo traer a los lectores los sonidos, los olores y la luz de una ciudad que parece flotar en una laguna mítica, a la vez efímera y eterna, siempre dispuesta a desaparecer para siempre?

Delicioso, encantador, erudito, amenísimo, desde su primera aparición en 1960, este libro de Jan Morris se convirtió en un éxito arrollador y en una guía íntima y romántica, una mirada imprescindible que ha guiado a millones de viajeros por las calles y canales de Venecia. Hay descripciones para subrayar en cada página, siempre traducidas con la sabiduría y la delicadeza que pone Concha Cardeñoso en todo lo que escribe. 

Empañada por una humedad constante, reluciente como una visión recién salida del agua, mecida y asediada por las mareas, decadente y maloliente, saturada de historia, encantadoramente decrépita y a la vez lujosa y exquisita, Venecia es un lugar archiconocido, fuera de toda norma y comparación, que, a pesar de la masificación turística que ha expulsado a los venecianos y todos los días amenaza con acabar con su identidad, mantiene inexplicablemente intacto su misterio y capacidad de fascinación. 



jueves, 4 de diciembre de 2025

HOY

Este libro de Agustina Guerrero es una cosa bonita que calienta el corazón. Sí, tiene frases de autoayuda, y sí, el carpe diem nos lo sabemos todos, pero en estos tiempos rotos donde parece que la desesperanza ha pasado a convertirse en un elemento fijo del paisaje, todos los bálsamos que nos acerquen a algún tipo de felicidad son bienvenidos. 

La autora nos habla de un mal muy conocido. Es el ansia de tenerlo todo bajo control y que las cosas sucedan siempre tal y como las planeamos. La incapacidad para dejarnos llevar por lo imprevisto, a pesar de ser conscientes de que son precisamente los momentos improvisados los que se convierten en los mejores recuerdos. Para mitigar esa ansiedad cotidiana, la autora busca el refugio de las plantas, el cariño de tu familia y un paseo inesperado por preciosos rincones de Barcelona. 

Esta ansiedad no es algo nuevo de las generaciones más jóvenes. En la librería veo que la ansiedad hace estragos incluso con mayor intensidad en las personas mayores. La ansiedad de estar siempre pendientes del reloj. De tener una voz en nuestra cabeza que nos repite durante todo el día: se hace tarde, se hace tarde. ¿Y cómo respondemos a esa voz? ¿Cómo luchamos contra ella si nos da orden en el caos y aparentemente cuida de nosotros? Si nos olvidáramos de la hora que es y pusiéramos toda nuestra atención en el aquí y el ahora, ¿qué sucedería? ¿Qué cataclismo se  nos vendría encima?

Es la rueda inacabable de hacer, hacer, todo el rato estar haciendo algo. No poder estar parados porque estar parados es perder el tiempo. Con la atención constantemente puesta en las cosas por hacer o en cumplir las cosas programadas, es imposible percibir el entorno: el canto de un pájaro, la luz dorada del otoño sobre las plantas del salón. Es imposible recibir algo imprevisto con ilusión, cualquier interrupción en nuestro orden cerrado la percibimos con irritación porque nos frena, nos invade y nos hace perder el tiempo. El nuestro, que siempre es más importante que cualquier otra cosa. 

En un fantástico paseo improvisado por Barcelona, Agustina Guerrero nos invita a disfrutar de la soledad sin hacer nada, algo en apariencia sencillo pero que a veces se vuelve toda una hazaña en este mundo acelerado donde imperan la productividad y la ansiedad. «No suelen enseñarnos a mirar». La mirada siempre está pensada para extraer algo del objeto, una información con la que formarnos un juicio. Mirar por el placer de mirar es otra cosa. Es detener el tiempo para ver lo que elegimos ver. Para hacer de lo que miramos una parte de nosotros. 

Hoy es un homenaje a los momentos de calma y silencio que necesitamos para mantener viva la capacidad de maravillarnos ante las cosas cotidianas y reales que nos rodean, disfrutarlas sin pensar en nada más, ni en lo que vino antes ni en lo que viene después. Aunque no haya ninguna urgencia real, todo nos impulsa a vivir corriendo. Y, sin embargo, en el fondo sabemos muy bien que «el verdadero lujo es vivir despacito». 



lunes, 1 de diciembre de 2025

PRIMERAS VECES

El año pasado por estas fechas me enamoré de Juntos, un libro infantil de Émilie Chazerand y Amandine Piu que mostraba, con unas ilustraciones preciosísimas y un ingenioso troquelado, que la compañía siempre multiplica la diversión, el aprendizaje y el placer. Ahora, estas dos autoras han vuelto a enamorarme con estas Primeras veces en las que, retomando la idea de su anterior libro, nos sorprenden con un juego de equívocos sobre todas esas primeras veces que probamos la vida y nos sorprendemos. 

La primera vez que viajamos puede ocurrir sin movernos de sitio. La primera vez que nos enamoramos quizá sea de dos maravillas a la vez. La primera vez que hacemos amigos puede que ellos no nos contesten, y nos caliente el corazón como si lo hicieran. 

Sean como sean las primeras veces, se quedan para siempre.