Llevo mucho tiempo preguntándome qué es una conversación. En qué consiste hablar con alguien. Hablarle a alguien está muy claro lo que es. Nos rodean muchas personas a diario que se hablan las unas a las otras, usando las palabras ajenas para apostillar la idea propia sin escucharse de veras, sin lograr estar en un espacio de palabras compartido. Porque tengo claro que una conversación es un lugar. Tiene su propio cuerpo, hecho de palabras, silencios y toda la comunicación no verbal que hay entre ellos. Una conversación es un lugar, un espacio que se comparte. Y que se construye con el otro. También es algo único e irrepetible. Las palabras pronunciadas en una conversación no se pueden pronunciar en otra, porque entonces se convierten en un monólogo. Una conversación es un baile en el que dos personas mezclan palabras para crear algo nuevo que no existía antes.
Ya, es fácil caer en las metáforas. Pero aquí va otra abstracción: en una conversación, tú no me hablas a mí, hablas con lo que digo. Es decir, reaccionas a mis palabras, no a mí, y mis palabras influyen constantemente en tu forma de pensar, de tal forma que mis palabras y las tuyas se complementan y se animan, bailan en una danza cuyo movimiento nace de la colaboración. Esto puede parecer una descripción artificiosa de algo cotidiano, pero mi experiencia me dice que muy poca gente "baila" verdaderamente cuando habla, porque no habla con otras personas, les habla a otras personas.
«Toda búsqueda de aprecio, de identidad, de afirmación o de confrontación con el mundo se reduce, en definitiva, a una búsqueda de interlocutor». En esta antología de ensayos cortos, Carmen Martín Gaite escribe sobre nuestra necesidad de narrar nuestras vivencias y recuerdos y sobre la dificultad de encontrar a un interlocutor que pueda escuchar activamente nuestras narraciones. Que las acoja y las disfrute, que las provoque y que, con su sola capacidad de escucha, las aliente y las haga posibles. Una parte importante de nuestra identidad —y de nuestra salud mental— depende de que tengamos esa suerte. Y cuenta que escribir es un remedio a la frustración de no haber encontrado interlocutores para nuestra necesidad de narrarnos. Escribir es inventarnos a nosotros mismos y, a la vez, inventar al interlocutor que no hemos encontrado. Aunque no siempre funcione, a veces esta ficción es indispensable para sortear las monstruos de la soledad. Y, también a veces, no solo creamos interlocutores que no existen, sino que nos elevamos por encima de cualquier necesidad y nos convertimos en ese ser humano soñado y etéreo que no sufre ni daña ni ocupa lugar.
«Meterse a escribir equivale exactamente a salir a dar un paseo, así cuando esté tumbada en la hierba mirando las nubes y notando que respiro con regularidad y acordándome de los que ya no respiran, sintiéndolos conmigo dentro de mi corazón, estoy escribiendo también, más que nunca, y las nubes recogen lo que escribo».
No hay comentarios:
Publicar un comentario