lunes, 5 de mayo de 2025

CONTRAPASO 2. MAYORES, CON REPAROS

«Ante la supresión de la libertad: ¡lucidez, desobediencia, ironía y obstinación!». Este es el lema de Emilio Sanz, un periodista de sucesos que, aunque luce un pin de Falange en la solapa, tiene una visión muy crítica sobre el régimen de Franco. Se dedica a un tipo de crónica conflictiva para la dictadura: en la España perfecta no existen crímenes, no ocurre nunca nada malo y todo aquel que se atreva a ponerlo en duda será sometido a la censura apropiada. Pero no solo se censuran los sucesos, es decir, la realidad que al régimen no le gusta. También se censuran las películas. Y de cine trata esta segunda entrega de la serie Contrapaso que tan bien describe el Madrid de los años cincuenta y tantas alegrías nos da a los amantes del cómic, la novela policiaca y la crítica social. 

Madrid, octubre de 1956. Un censor eclesiástico aparece muerto en la butaca de un cine con un rollo de celuloide en la boca. Tirando de ese hilo, Emilio Sanz, León Lenoir y Paloma Ríos, los protagonistas de la primera entrega de Contrapaso, se meten sin saberlo en la investigación de un crimen de altos vuelos en el que se mezclan estraperlistas, especuladores, cineastas, jerarcas del régimen, idealistas y hasta la intocable hermana de Franco. Como telón de fondo, una multitud de gente humilde que solo aspira a un techo donde vivir, una clase desahuciada por una dictadura que no tolera su existencia. 

Teresa Valera ha vuelto a describir maravillosamente bien ese país en el que el patriotismo es el valor supremo al que se supeditan todos los derechos. Un país que funciona mediante el tráfico de influencias, es decir, haciendo y devolviendo favores. Y, dentro de ese país, su capital, el centro del poder que empieza a abrir sus fronteras sin saber que por sus costuras rotas siguen viéndose todas sus miserias. Una ciudad que recibe miles de emigrantes del campo todos los meses y no tiene casas para todos, ni voluntad de hacerlas. Una ciudad regida por mercaderes del sufrimiento ajeno. 

«¿De qué sirve oponerse a lo que todo el mundo acepta?». Quizá de nada. Pero no oponerse es morirse por dentro. Y eso sí que no sirve para nada. 




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